El jueves por la mañana, participé en el desayuno informativo que congregó en el hotel Palace de Madrid a más de un centenar de personas dispuestas a escuchar la palabra, la reflexión y el testimonio del padre Angel García.
La concurrencia al acto fue heterogénea donde las haya y hasta me atrevo a calificar de pintoresca. Anasagasti y yo, que nos encontramos allí inesperadamente -ninguno de los dos sabía que el otro tenía previsto asistir al acto- no salíamos de nuestro asombro cuando, uno tras otro, tuvimos ocasión de saludar a gentes tan dispares como Elvira Rodríguez, presidenta del Parlamento de Madrid -a la que conocemos de la época en la que formaba parte del Ejecutivo de Aznar- dos humildes mujeres árabes, ataviadas a la usanza típica de su lugar de origen, que habían recorrido a pie miles de kilómetros en defensa de sus hijos, Licinio de la Fuente, un histórico de la política que formó parte, como ministro de Trabajo, de uno de los gabinetes de Franco -cargo del que dimitió, según nos dijo, porque Arias Navarro se negó a aceptar el derecho a la huelga que él propugnaba-, José Bono, que no requiere presentación y dos altos prelados de la Iglesia Católica, acompañados del obispo anglicano en Madrid, con el clerigman de rigor y la inconfundible camisa de color lila. Eclesiásticos, políticos, cooperantes, empresarios, periodistas y gentes humildes de todo tipo que han gozado del amparo y la protección universales que prodiga el padre Angel, nos dimos cita en el céntrico hotel madrileño para escuchar la siempre sugerente palabra del noble asturiano que encabeza a los mensajeros de la paz.