Tanteando el dial, esta mañana he dado con una emisora en la que, una tertulia de personajes muy puestos en todos los asuntos que marcan la actualidad, debatían -y en algún caso hasta pontificaban- en torno a las gestiones que, al parecer, está llevando a cabo el Gobierno para arbitrar una salida honrosa al asunto de los piratas somalíes detenidos en su país y trasladado a Madrid por orden de Garzón y a instancias del Ministerio Fiscal.
Al considerar la propuesta que algunos hemos formulado durante los últimos días, para retomar el Canje de Notas cruzado entre la UE y la República de Kenia con el fin de pactar la entrega de los piratas que fuesen detenidos por los buques de la operación Atalanta a las autoridades de ese país africano, uno de los tertulianos afirmaba rotundamente que esa opción debe ser descartada porque lo prohibe la Constitución. Y a renglón seguido, ha pronunciado un discurso que me ha resultado muy conocido; un discurso empalagosamente manido por estos lares, que habla de la ley, de la justicia, del rigor, de la firmeza, del Estado de Derecho etcétera. El discurso que hizo famoso Mayor Oreja, que no estudió para letrado, sino para agrónomo.