Aquellas viejas imágenes de marzo de 1966, en las que se ve a Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo, bañándose en la playa de Quitapellejos, en la zona de Palomares, junto al embajador de los EEUU, Angie Biddle y el Jefe de la Región aérea del Estrecho, siempre me han producido una sensación compleja, que se encuentra a medio camino entre la irritación, la congoja y la hilaridad. Irritación, por lo que encierran de desprecio al ser humano y a la inteligencia de los ciudadanos. Congoja porque nos remiten a un período bien tétrico de nuestra historia reciente, que no me resulta grato recordar. E hilaridad porque la escena, con un Fraga orondo, de caminar bamboleante, saludando a las cámaras con un gesto jovial y aparentemente despreocupado, encierra -así me lo parece, al menos- una inmensa fuerza cómica. Por no hablar de los solícitos reporteros gráficos que, vivamente estimulados por el deseo de complacer al señor ministro, se adentraban en la mar, cámara en ristre, mojándose los pantalones del traje hasta de medio muslo. Cada vez que tengo ocasión de volver a ver el video me resulta más increíble que hayamos podido vivir, no hace todavía demasiado tiempo, una época en la que ese tipo de montajes tan burdos, constituían el pan de cada día de la propaganda gubernamental.
Dicen los expertos que, pese a la meticulosa limpieza que los soldados americanos practicaron en la zona -así nos lo hicieron ver las imágenes del No-Do-, cuarenta y cuatro años después, quedan todavía restos de plutonio suficientes como para contaminar varias decenas de hectáreas de tierra. En resumen: que el lugar ha encerrado y sigue encerrando un gravísimo peligro para salud de los lugareños.