Los nacionalistas vascos sabemos ya, de tanto que nos lo han repetido en los últimos tiempos, que el nacionalismo español no existe. Puede parecernos increíble, pero debe ser así. España no sólo se define a sí misma como una Nación –escrita, así, con “N” mayúscula- sino que se impone inexorablemente a muchos que no la sienten como propia, con la pretensión de ser nada menos que única, indisoluble e indivisible. Pero se trata, al parecer -caso único en el planeta-, de una nación sin nacionalistas. Una nación virgen, noble y sin mácula, cuya impecable ejecutoria la ha hecho radicalmente incompatible con los excesos e intemperancias en los que a veces incurren los movimientos nacionalistas.

El monumento erigido en el parque del Retiro de Madrid, en memoria de Hipólito Yrigoyen, el presidente argentino considerado como el "creador del día de la Raza"
Sin embargo -paradojas de la vida- los españoles, que no conocen el nacionalismo propio, agasajan a su nación por una doble vía. Lo hacen, en primer lugar, el día de la 12 de octubre, oficialmente instituido como Fiesta Nacional, y lo vuelven a hacer, siquiera de modo indirecto, cada 6 de diciembre, al festejar el aniversario de la Constitución que, como es bien conocido, se fundamenta, según previene su artículo 2º, en la “unidad indisoluble de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Mucha fiesta, como se ve, para tan poco nacionalista. A falta de taza, taza y media.