Entre los bilbainos del casco viejo, es ampliamente conocida una tradición, que los más entusiastas observan fielmente, todos los años, el día 11 de octubre, festividad de la Virgen de Begoña. Junto al conjunto de celebraciones religiosas que jalonan la jornada, la mayoría de las cuales tienen lugar en torno a la Basílica de la patrona de Bizkaia, hace ya varios lustros que, a media tarde, se organiza un acto sencillo pero entrañable en la pequeña plazoleta que se forma en la confluencia de las calles de la Pelota, del Perro y Santa María. Frente al edificio popularmente conocido como La Bolsa -el palacio Yohn- un gráfico de forma estrellada practicado en el suelo, indica el único lugar del casco viejo bilbaino desde el que se se puede divisar la torre de la basílica de Begoña. Así, al menos, reza la tradición.

La fachada del edificio de La Bolsa, con la hornacina de la virgen de Begoña, iluminada para la ocasión festiva
En el extremo de la calle de la Pelota que hace esquina con Santa María, se encuentra, adosada a la pared, una hucha sobre la que se descansa una imagen de la virgen de Begoña. Hace algún tiempo, unos vándalos destruyeron la hucha, pero poco después fue reconstruida con las aportacines de los vecinos. Entre las cuadrillas de txikiteros que frecuentan la zona -Indalecio Prieto aseguraba que cuando él llego a Bilbao, desde su Oviedo natal, los bilainos eran más txakolineros que txikiteros; pero esto cambió radicalmente con el paso de los años y, hoy en día, puede decirse que el txikiteo incluye un abanico de consumos que va desde el blanco Rueda al zurito, pasando por crianzas y txakolíes diversos- es costumbre depositar las vueltas de la última consumición o, sencillamente, la voluntad, para nutrir una caja que, una vez al año, se abre para entregar los fondos existentes en ella en favor de alguna causa solidaria. Una costumbre curiosa, ciertamente, en la que se dan cita, armoniosamente, la tradición, la devoción religiosa y la solidaridad.
Recién llegado de Madrid -espero que nadie me pregunte qué había ido a hacer a la Villa y Corte en pleno puente del 12 de octubre- mi mujer me sugirió la posibilidad de asistir al acto de rendición de cuentas del custodio de la hucha; una sencilla ceremonia que, a nivel popular, es conocida como la salve de los txikiteros porque, entre las canciones que entonan, espontáneamente, diferentes cuadrillas de amigos congregados en el lugar para participar de la fiesta, se acostumbra a corear una salve, bajo la batuta de un presbítero revestido de autoridad. Bajo una lluvia pertinaz -en Madrid también estaba nublado, pero al menos no llovía- bajamos por las calzadas de Mallona bajo la protección del inevitable paraguas, y llegamos al lugar poco antes de que iniciase el acto. La concurrencia era notable. Y los paraguas abiertos, hacía que el perímetro ocupado por los asistentes aumentase hasta colapsar la plaza y las calles adyacentes. Se trata de un acto sencillo, pero entrañable. Ingenuo, pero positivo; cargado de ilusión y de buenos sentimientos. Tan necesarios, por otra, parte en los tiempos que corren.
Pese a la crisis, los txikiteros no se han vuelto cicateros. Su secular generosidad apenas se ha resentido. Este año, se han recaudado en la hucha 4.550 euros -un poco menos que el año pasado- que se han repartido, a cuartas e iguales partes, entre Cáritas parroquial, las Hermanitas de los pobres, Aventura Solidaria y Ayuda en Acción. A razón de 1.100 euros para cada uno. Un pellizquito, al que las entidades receptoras, sabrán, sin duda, sacar el máximo provecho en términos de solidaridad y apoyo a los más necesitados.
Tras la rendición de cuentas, que corrió a cargo de Paco Larrakoetxea -un clásico de obligada presencia en los actos populares de las siete calles- se entonó la salve, en el que la voz de las mujeres se impuso a la de los txikiteros. Inmediatamente después, Jon Aldaiturriaga -otro clásico, que creció entre las calles de Somera y Ronda- invitó a los asistentes a degustar un pintxo en un tenderete improvisado en la calle de La Pelota.
En alguna ocasión anterior, había visitado el lugar el 11 de noviembre, pero nunca había coincidido con el momento en el que se entonaba la salve de los txikiteros. El acto me ha gustado. Encierra, desde su sencillez, una considerable carga emotiva, que hace vibrar a los asistentes. Y aunque con algunos días de retraso, no he querido dejar de consignar una pequeña crónica en el blog.
A ver qué pasa en España, Sr. Erkoreka, tanto desfile por la Castellana y tanta ikurriña en el Gorbea y la casa sin barrer, que se nos va la fuerza por la boca con tanto tanque, tanta cabra de la legión, y tanto nacionalismo vasco. Ahora nos viene con los borrachos de Bilbao como ejemplo de solidaridad, ¡Hay qué joderse!. Está claro el país que estamos construyendo lleno de jóvenes del botellón y de borrachos callejeros.
Pues nada ya tenemos el mayor prostíbulo de Europa abierto otra vez.Estarán orgullosos los políticos vascos y los de Madrid, la madre qué los parió a todos.
http://www.abc.es/20101017/espana/macroprostibulo-201010171100.html
Goyo de Rentería, ni es Goyo ni es de Rentería. Es un carca nostálgico que se alimenta del ABC y ataca sin contemplaciones a todo lo que se mueve fuera del cercado neo-franquista. Lo peor de todo es que no respeta una tradición muy querida en Bilbao, y la descalifica como una fiesta de borrachos, cuando tiene mucho de caridad solidaria y de devoción a la patrona de Bizkaia.
A mi tampoco me hace gracia el chiste de Goyo de Rentería. Seguro que el prefiere la boda gitana de Patxi Lopez o la romería de la virgen del Rocío. Así son los socialistas del PSE, desprecian las tradiciones propias y se obnubilan con las ajenas.
¿Lo único que recibimos gratis, y que gratis pasamos a nuestros hijos es la tradición.
Una de las cosas que van desapareciendo de los edificios es precisamente las hornacinas con una virgen o un santo.
Pero también son respetables las bodas gitanas, la Romería del Rocío…