Los estudios sociológicos más autorizados vienen constatando que, desde los albores de 1980, los ciudadanos del Estado español han expresado mayoritaria y sistemáticamente su apoyo a la Democracia, como la mejor -o la menos mala- de las opciones posibles. En un trabajo publicado hace dos años en la Revista Española de Ciencia Política, Mariano Torcal observaba que «el apoyo a la democracia se ha caracterizado por la estabilidad con pequeños aumentos monotónicos pese a sus opiniones fluctuantes sobre la situación económica, política, e incluso sobre el mismo funcionamiento d ela democracia. Entre 1985 y 2000, entre un 76 y un 88% de los españoles consideraba que la democracia era el sistema político más adecuado» («El origen y la evolución del apoyo a la democracia en España. La construcción del apoyo incondicional en las nuevas democracias», RECP, núm 18, abril 2008, págs 29-65).
No voy a entrar a analizar ahora, pese al interés que el asunto reviste, el modo en el que diferentes factores como la edad, el territorio de residencia o la filiación política, inciden sobre esta actitud social, manifesta y abrumadoramente favorable a la consideración de la Democracia como el mejor de los sistemas políticos. Tampoco voy a incidir en este post, sobre otra cuestión directamente vinculada a esta, que sería, igualmente, digna de ser estudiada con cierto detenimiento: el grado de satisfacción de los ciudadanos con el funcionamiento del régimen democrático actualmente vigente en el Estado español, un punto al que dediqué una página hace varias semanas.