En una pared situada en el alto de Markaida, junto a la carretera que conduce de Bidebieta a Mungia, inmediatamente después del caserío llamado Txakurzulo, alguna mano diestra escribió, en los albores del pasado mes de julio, una pintada que me llamó la atención: Astindu bandera gorria. La frase estaba escrita con caracteres negros de notables dimensiones y era perfectamente legible desde la carretera.
La primera vez que la ví, la pintada me produjo una cierta sorpresa. Eran -recuérdese- los momentos más gloriosos de la roja. Por aquellos días, los informativos nos saturaban a todas horas con evocaciones gloriosas sobre la impecable trayectoria de la selección española en los mundiales de Sudáfrica. Por los medios de comunicación soplaban, sin cesar, fuertes vientos patrióticos, que proyectaban hacia los cuatro vientos el sueño ideal de una España construida a imagen y semejanza de aquel arrollador equipo de fútbol. Me extrañó ver una pintada en euskera que, al menos aparentemente, animaba a blandir la enseña roja. No acababa de ver yo que en los ambientes que habitualmente se expresan en lengua vasca, anidase tamaño entusiasmo por la selección española y sus logros deportivos. La segunda vez que pasé por el lugar, fijé mis ojos en la pintada y observé que, junto a las letras escritas en negro, había una estrella de cinco puntas dibujada en tono rojo bermellón. «¡Ah!», pensé. «Esto es otra cosa. No es la roja de la selección española sino la roja del movimiento comunista internacional». Nada nuevo bajo el sol. En Euskadi, la Izquierda Abertzale acostumbra a exhibir esta simbología, sin tapujos ni complejos, en gran parte de sus carteles y folletos gráficos.