El miércoles de esta semana asistí, junto a varias decenas de personas, al homenaje que se le tributó, en la sala Clara Campoamor del Congreso de los Diputados, al escritor granadino Francisco de Ayala, recientemente fallecido en Madrid, tras haber dado cima a una vida tan larga que superó la barrera del siglo.
Ayala es ampliamente conocido por su faceta de novelista. Obras de ficción que llevan su firma, como Muertes de perro, que evoca la figura y la obra de un dictador iberoamericano, La cabeza del cordero, centrada en la Guerra Civil y Los Usurpadores, un alegato contra la vaciedad de los aparatos de un Estado omniscente y omnipotente que usurpa el poder del pueblo, gozan de amplia difusión y reconocimiento por parte del público y la crítica.
En el campo de la narrativa, Ayala destaca por la precisión y el rigor que imprime a sus relatos, construidos sin concesiones a la frivolidad o al relajamiento del discurso. Siempre he defendido la elegancia de su prosa, que es capaz de captar los matices más delicados y sutiles de la experiencia humana sin apearse del tono austero que le da carácter, ni perder la compostura. Su estilo es expresión de un firme compromiso con la justa administración de las palabras, como cauce idóneo para articular correctamente el pensamiento y transmitirlo de modo eficaz. Ayala compartía la convicción de que el deterioro de las palabras -ese que tan a menudo constatamos en los tiempos que corren- es reflejo inequívoco del deterioro del pensamiento.
Ayala es menos conocido en su faceta de periodista, profesor universitario y ensayista. Como intelectual, exploró disciplinas nuevas y poco conocidas por estos lares. Destacan, entre otros, su temprano Tratado de Sociología, un trabajo pionero, escrito con un estilo ameno y asequible. Y, en fin, son muy pocos los que saben que, además, don Francisco fue jurista y ejerció como Letrado de las Cortes durante la II República.
Claro Fernández Carnicero, hombre de leyes y Letrado en Cortes, al igual que don Francisco, glosó, en el homenaje, este aspecto de su biografía, recordando que Ayala accedió al cuerpo de Letrados de las Cortes en una oposición que la cámara convocó recién inaugurada la etapa constituyente. La dictadura de Primo de Rivera había devaluado tanto la institución, que esta se encontraba infradotada y desprovista de los cuadros técnicos que toda entidad pública necesita para poder actuar con un mínimo de rigor. Era urgente dotar a las Cortes de personal técnico de apoyo. Y resultaba particularmente apremiante la provisión de los puestos de Letrado, porque se iba a dar inicio a un complejísimo proceso constituyente. La convocatoria se hizo pública en 1931 y el tribunal designado para dirigir el proceso selectivo se constituyó bajo la presidencia de don Julián Besteiro; un socialista abierto, ponderado y tolerante, a quien pocos años después veríamos en la cárcel de Carmona, compartiendo presidio con decenas de curas vascos, detenidos y encarcelados por los Cruzados de la causa franquista, por negarse a secundar el alzamiento.
Durante su largo exilio, Ayala se mantuvo rigurosamente fiel a sus convicciones democráticas, republicanas y liberales, practicando un insobornable rigor personal, que mantuvo dignamente hasta el fin de sus días. Fue un apasionado de la libertad personal, que defendió ardientemente desde que la vio amenazada por las botas de un General ofuscado. Su viuda, Caroline, presente en el acto, sonrió melancólicamente cuando escuchó afirmar a Victor García de la Concha que la obra de Ayala no se puede dar por concluída, porque sigue abierta merced a los infinitos ecos que atesora.
Hoy he vuelto a consultar Muertes de Perro y Los usurpadores, que ocupan espacio en los abigarrados estantes de mi biblioteca desde hace ya algunos años. Y me he topado con el curioso relato del conflicto que originó en la República gobernada por el tirano Antón Bocanegra, aquel artículo titulado «Cómo se hace una nación» que Camarasa publicó en El Comercio haciendo mofa y escarnio del empeño con el que el dictador pretendía construir su propio país.
He concluido que no renuncio a releer la obra de Ayala para descubrir los ecos que siguen escondidos en los recovecos de su austera prosa.
No, si a mí me produce un enorme placer leerle, pero, aunque me frustra tener que reconocerlo, no puedo soportar recordar su imagen de figura honesta abrazada por Juan Carlos Borbón, hace unos annos, cuando le dieron algo. Sinceramente no creo en una reconciliación, porque no se ha producido. Puede que no aprendamos de él nunca la mayoría a no perder la compostura, pero no por ello hemos de creer que el rigor personal no fue en algún extremo sobornado.
Claro que Pablo Antonana también recibió algo de manos del mismo, y acudió a recibirlo. Y me consta que permaneció hasta el fin de sus días -murió en el verano, un poco antes- convencido de lo mismo que siempre estuvo, así que no voy a tomarlo en cuenta y voy a leer a a releer a Ayala de nuevo sin desengano.
Muchas gracias por tu mención a su opinión sobre el diputado Jose Antonio Aguirre.
“-¿Qué opina de los nacionalismos?
-El nacionalismo es un residuo que está superándose en todas partes y paradójicamente mediante la exacerbación, pero lo cierto es que no tiene porvenir, porque se está hablando de globalidad, que es hacia donde vamos.”
(Una pequeña pincelada de una entrevista publicada en el “Ideal” de Granada el 28 de abril de 2004.)
Josu, me sumo al reconocimiento de Francisco Ayala. Fue sin duda un gran hombre lúcido, ciudadano del mundo y de espíritu libre admirable.
Saludos
Supongo que te darás cuenta que su opinión es sobre los nacionalismos, que pueden ser de diversa índole: vasco, catalán, gallego, asturiano o incluso español. Los únicos que no podrían ser considerados nacionalistas en la era de la globalización serían quienes se sintieran europeos, no?
Y del fascismo español,… qué opinaba? Porque una cosa es ser nacionalista y otra fascista,… Ser nacionalista, hoy en día, es un honor por comparación:
El nacionalista se siente parte de una nación: pueblo, tierra, idioma. Busca organizar su casa para mayor gloria de la misma y no de la del vecino. Quiere que respeten su identidad y su casa de la misma manera que él respeta las de los demás. No quiere imponerse a nadie, ni formar un imperio,… solo quiere que le dejen vivir en paz.
El fascista solo concibe su razón como única y verdadera. Solo cabe un modelo de estado posible, el suyo, que ha de ser inamovible aunque para ello tengamos que petrificar la constitución y quede completamente desacompasada con respecto a los tiempos que corren. Históricamente ya sabemos como han solido terminar éstas historias.
El fascista, cuando el pueblo soberano elige mayoritariamente otra opción, distinta a la que él profesa, la abole a toda costa incluso desencadenando una guerra. Se acostumbra tanto a que todo permanezca igual que es innecesario escuchar al pueblo, ya que él tiene siempre razón, luego mejor callarlo. (Me refiero a Franco y a quienes a día de hoy le aplauden).
Además, termina rodeado de un nutrido grupo de buitres que no buscan otra cosa que su propio beneficio personal (sacar tajada), mientras se sientan ganadores porque en cuanto los tiempos se tornen más complejos no tendrán el más mínimo inconveniente en ofrecer sus servicios a otro capitán o en intentar sustituirle.
Así que a día de hoy, dadas las opciones, que orgullo más grande ser nacionalista. Al menos mientras en el estado sigan en la transición, que después de 30 años ya va siendo hora de romper de una vez por todas con el régimen.
Ayala no se refería al nacionalismo irredento, Daniel, sino al vuestro.
Tenía que explicarlo todo?
D. M-L:
sé, por lo menos, tan indulgente con las incongruencias de los demás como lo eres con las tuyas.
Vé y no peques más. 😉
y yo tambien me sumo. ¡ DIOS SALVE A FRANCISCO AYALA! aunque no le haya leído.
Saludos.
Francisco Ayala es un buen escritor (aunque sin pasarse demasiado, señor Erkoreka) pero su diagnóstico sobre el nacionalismo está completamente equivocado. La globalidad, tan amorfa e indiferente al individuo, está contribuyendo a recuperar los sentimientos de identidad y pertenencia del ser humano concreto, que se ve perdido en la inmensidad del planeta. Son dos tendencias aparentemente contradictorias, pero que se están dando simultáneamente en todo el mundo. Avanza la globalidad, mientras avanza, al mismo tiempo, el esfuerzo de lo seres humanos por echar raíces (aunque sea simbólicas) en un territorio y una comunidad concretos. La efervescencia identitaria de los Euskal Etxeak de todo el mundo es, hoy en día, muy superior al de ningún otro momento en el pasado.
«Ayala no se refería al nacionalismo irredento, Daniel, sino al vuestro.»
D. M-L, ya lo decía Gloria Fuertes con sabiduría y ternura: «Dicen que llueve y nos están meando». Relájate un pelin y sigue los consejos de Don pinpon que te vas a condenar.
Fijo.
Creo que Ayala, habla del tipo de nacionalismo como el chauvinismo frances el nacionalsocialismo, etc. tampoco olvidemos que los partidarios de franco se llamaban nacionales, asi mismos.
Confrontar nación con la globalización actual, es erroneo, pues el mundo hace siglos que está globalizado, hay pueblos y humanos en todo el globo.
Lo que si esta pasando y creo que es positivo es que los pueblos son mas cosmopolitas, pero su cosmopilitismo no debe de llegar al grado que haga peligrar o desaparecer la diversidad y peculiaridad de las distintas identidades.-
«Y del fascismo español,… qué opinaba? Porque una cosa es ser nacionalista y otra fascista,… Ser nacionalista, hoy en día, es un honor por comparación»
Gracias Anonimado, ¿pero como no lo habré pillado antes?
No hay tu tía: ¡O se es nacionalista, o se es fascista!
Clarísimo.