La miércoles de la semana pasada, recibí un SMS de Anacleto Bokesa, un conocido dirigente del Movimiento para la autodeterminación de la isla de Bioko que vive exiliado en Madrid. Me rogaba que le llamase tan pronto como me fuera posible. Le atenazaba un asunto urgente y grave. Entré en contacto con él en cuanto concluyó la comparecencia de Zapatero sobre el Consejo Europeo de finales de marzo. Le encontré un poco agitado. Me preguntó, en pocas palabras, si podía cenar con él. Le respondí afirmativamente y quedamos en que pasaría por la Carrera de San Jerónimo en torno a las 21,00 horas.
Mientras deglutíamos un plato de pasta en un restaurante italiano, Anacleto me desveló el motivo del apremio. Un conocido suyo había tenido un accidente muy serio en la isla de Bioko y padecía un grave politraumatismo. Se llamaba Francisco Bitorosa Napá y tenía 32 años. Si no le atendían urgentemente en algún centro hospitalario, iba a morir sin remedio. En Guinea Ecuatorial, la Sanidad se encuentra a un nivel tan ínfimo que carecía de sentido hacer el más mínimo esfuerzo por procurar su hospitalización. Además se trataba de un joven bubi. Y los bubis, en un país dictatorial gobernado con mano de hierro por un tirano perteneciente a la etnia fang, histórica antagonista de los bubis, valen menos que las cucarachas. Resultaba ilusorio pensar que en aquel país alguien pudiera asumir la responsabilidad de atenderle y procurar su curación. Nadie iba a mover un dedo. Por lo que, si no eramos capaces de conseguir un visado que le permitiera coger cuanto antes un vuelo con destino a Madrid, sus días estaban contados.









