Son muchos los sedicentes no-nacionalistas que defienden una concepción esencialista de la nación -o, si se prefiere, Nación, con mayúsculas, que es como la Constitución de 1978 alude a la española- con la que se consideran identificados. Esa es la gran paradoja en la que incurre el sedicente no-nacionalismo en Euskadi. Y en Catalunya, claro. Que critican con fiereza los males intrínsecos al «nacionalismo» -el «nacionalismo», para ellos, sólo es el vasco y el catalán- desde presupuestos teóricos que se incardinan en el más rancio y sectario nacionalismo español. Esta inmensa paradoja, la ví reflejada, una vez más, en un artículo recientemente publicado en el diario ABC por el vicesecretario general del PP, Esteban González. «España sin Cataluña -sostiene en él- no es España, ni siquiera el resto de lo que quede de España. España sin Cataluña sería sólo el residuo más grande de lo que España fue. Y Cataluña independiente, por su lado, no dejaría de ser una porción de la antigua España. Por eso, insisto, no lo llaméis independencia de Cataluña cuando lo que se discute es la disolución de España […] Españoles y catalanes somos lo mismo, misma piel, misma carne, mismo espíritu. Quizá sólo debamos hablar más un idioma común, aunque sea en dos lenguas.»
El artículo está redactado sin aristas; sin estridencias; sin agresivas beligerancias. Está tejido con pasajes rebosantes de cercanía, cariño y afecto. Es, todo él, un efusivo abrazo. Aunque cuando uno concluye su lectura se da cuenta de que se trata, en realidad, del abrazo del oso. El único tipo de abrazo en el que se puede plasmar una concepción tan esencialista de la nación que habla apodícticamente de lo que ésta «es» y de lo que «no es», de lo que «sería» y de lo que «no dejaría de ser», al margen de lo que sus ciudadanos puedan opinar al respecto.
En los últimos tiempos, algunos de estos sedicentes no-nacionalistas han querido abandonar la concepción esencialista de la nación -o, si prefieren, insisto, Nación- desde la que formulan sus planteamientos políticos, para abrir la puerta, siquiera tácticamente, a la posibilidad de que los ciudadanos concernidos puedan decir algo sobre el particular. Intelectuales señeros, de los que acostumbran a nutrir, con sus argumentos y reflexiones, el imaginario nacional de los sedicentes no-nacionalistas, se han dado cuenta de que les resulta cada vez más difícil sacar la cara al esencialismo nacionalista -español, claro- que habita en el artículo 2º de la Constitución, y han comenzado a asumir la posibilidad de someter «la nación a votación». Se trata, lógicamente, de un paso táctico, que no aspira tanto a dar cauce a esta demanda de los ciudadanos, cuanto a cerrar el debate en unos términos un poco más dignos para los intelectuales y opinadores que se dedican a vetar, con argumentos básicamente esencialistas, las máximas aspiraciones de los nacionalistas catalanes, gallegos y vascos. Pensadores que sienten que no es muy presentable, desde una perspectiva estrictamente democrática, poner coto a la libre expresión de los ciudadanos, aferrándose a esencialismos nacionalistas eternos, inmutables y pretendidamente incuestionables.
En el caso de Euskadi, la propuesta ha sido formulada por José María Ruiz Soroa, a través de un artículo publicado en El País el pasado 5 de junio, que lleva el expresivo título de «Romper el tabú«. No entro ahora a analizar -y menos aún a evaluar- el contenido material de su propuesta que, dicho sea de paso, ya fue respondido por varios profesores de la Universidad del País Vasco en un artículo -«¡Un referéndum secesionista!»– que vio la luz en la prensa vasca un mes después. No es ese el propósito que ahora me anima. Me limito a constatar su existencia, como una vía encaminada a evitar esa imagen en la que -lo digo en palabras del propio autor- «los unionistas, quedamos como antidemócratas, como miedosos, como acomplejados defensores de una nación tambaleante, como carceleros de pueblos y demás».
En Catalunya, el profesor Francesc de Carreras hacía la semanda pasada un planteamiento semejante. En un artículo publicado en La Vanguardia bajo el igualmente gráfico título de «¿Un referéndum?«, este Catedrático de Derecho Constitucional, que habitualmente defiende en el diario de Godó posiciones muy críticas para con el nacionalismo catalán, se mostraba partidario de organizar un referéndum consultivo con el fin de «averiguar, con todas las garantías, la opinión de los catalanes» aunque, eso sí, después de acordar los términos en los que habría de desarrollarse la consulta, «especialmente los niveles mínimos de participación para dar validez al resultado y la mayoría necesaria de votos a favor de la independencia para que sea tenida en cuenta». En su caso, se advierte una adhesión bastante clara a los postulados de la sentencia del Tribunal Supremo de Canadá sobre el asunto de Québec.
El viernes de la semana pasada, El País publicaba un artículo de opinión en el que, Odón Elorza, diputado socialista por Gipuzkoa, se adhería sustancialmente a la tesis de que las reivindicaciones nacionalistas relacionadas con el ejercicio del derecho de autodeterminación deben ser atendidas sin vetar la celebración de una consulta ad hoc.
«Rechazo -argumentaba Elorza- el reconocimiento de la autodeterminación, pero no es imposible, cuando se logre la disolución de ETA y se supere la crisis, el desarrollo de una consulta a los vascos regulada por Ley de las Cortes y tras la aprobación por mayoría cualificada del Parlamento vasco. Porque si quedara demostrado el apoyo de los vascos a una pregunta clara y pactados luego entre las partes los hipotéticos términos de la separación, solo para los territorios que lo expresaran con la mayoría requerida, después habría que acordar la reforma de la Constitución y la celebración de un posterior referéndum en toda España.»
No se trataba, como se ve, de un planteamiento particularmente generoso con el ejercicio del derecho de autodeterminación por parte de los pueblos de la península que carecen de un Estado propio, porque preveía una hoja de ruta que, entre otros trámites de difícil superación, había de concluir con un «referéndum en toda España». Pero en esto, su planteamiento no difería demasiado de lo que, en general, vienen haciendo los que aparcan tácticamente el esencialismo nacionalista español para abrirse a la posibilidad de someter a votación el carácter único, indisoluble e indivisible que la Constitución atribuye a la «Nación española». No es lo mismo explorar honestamente la voluntad de los ciudadanos, que prepararlo todo, muy cuidadosamente, para asegurarse que esa voluntad se exprese en una determinada dirección. Los profesores universitarios que replicaron en prensa a Ruiz Soroa, ya hacía notar en este sentido que percibían en su propuesta una actitud semejante a la que presidía la teoría y la práctica «de Stalin sobre la autodeterminación de las naciones incorporadas a la Unión Soviética». Pero es preciso reconocer que, pese a todo, el hecho tenía algo de novedoso: un diputado del PSOE se mostraba dispuesto a convocar y celebrar consultas por vía de referéndum sobre la autodeterminación de los pueblos del Estado español que lo demandasen de modo mayoritario. Cosas semejantes se habían visto ya en el PSC, pero no eran nada habituales en el seno del PSE, que en estos temas siempre se había pronunciado al unísono con el PP. La maniobra tenía, pues, su aquél. Era evidente que la propuesta no tenía la más mínima posibilidad de prosperar entre los socialistas vascos, pero le permitía a Odon Elorza afianzar, un poco más, su -muy trabajado- marchamo heterodoxo, rebelde y progre.
Luego supimos que la propuesta formaba parte de una enmienda que Elorza había presentado a la conferencia política que el PSOE celebró en Bilbao el pasado fin de semana. Pero el mismo día en el que se publicaba el artículo al que acabo de hacer referencia, se daba a conocer la retirada de la enmienda en cuestión. Con lo que la novedad se desvanecía y todo quedaba reducido a una mera finta.
Así pues, los no-nacionalistas, en general, y los socialistas vascos en particular, tendrán que seguir defendiendo su nación -perdón, Nación- con argumentos de tinte esencialista, semejantes a los que González Pons utilizaba en el ABC: Catalunya -o, en su caso, Euskadi- no puede reivindicar la autodeterminación ni optar por la independencia porque «es» España y punto. No hay vuelta de hoja. No hay más que añadir.
[…] Josu Erkoreka, en su blog […]
Ay, por Dios! Pobre Esteban del Pp!!
Qué mal rato me ha hecho pasar! Tiene que ser duro, muy duro, para un no nacionalista confesar que España sin Catalunya sería un RESIDUO.
Y a continuación reconoce que Catalunya sin España siempre será una porción de la antigua España… O sea, subconcientemente admite la prelación de Catalunya frente a España. Ay madre! Que se nos hace Catalán! … Bueno no, que Catalunya nunca existiría, en todo caso, cambiaría su residencia para hacerse cacho-español (eso si no le aplican una ley para inmigrantes análoga a la utilizada por su propio partido).
Muy acertado su análisis Lehendakari, han pasado de «los catalanes se van a morir de hambre» a «perdemos todos» aunque lo que esconden es que «ésta casa sería una ruina».
Me voy a leer los artículos que menciona, a ver si tengo suerte y los encuentro… Si eso ya comentaré algo… o no… ya veré.. ¡ sorpresa!
Estaba haciendo Zaping… y he parado un instante en el hormiguero… Está Bono (el de U2 no, el otro)… pues justo me ha tocado el momento didáctico – pedagógico de que si Catalunya se emancipa perdemos todos. Hasta en el hormiguero!!!
P.D: Tiene su aquel que Artur MAS haga MENOS España….
Odon Elorza es como la guitarra de Ambrosio. Poses, apariencia, fotos, imagen y en cuanto rascas un poco… Nada de nada. Perdida la Alcaldia de San Sebastián, se ha quedado famélico. Ya no interesa a nadie.