La prensa de hoy nos dice que ayer, tras las reunión que Rajoy mantuvo con Artur Mas en La Moncloa, el presidente del Gobierno español mantuvo una larga e intensa conversación telefónica con Pérez Rubalcaba, a quien refirió personalmente el contenido del encuentro y -es de suponer- pidió complicidad y ayuda para frenar el ímpetu de lo que cierta prensa española, con muy poca originalidad, por cierto, -la expresión ya había sido profusamente utilizada hace unos años, con ocasión de la ley vasca de consulta- viene calificando de «desafío soberanista». Ese discreto conchabeo entre las dos principales fuerzas políticas del Estado español, me recuerda al encuentro que Zapatero y Rajoy celebraron con el rey en La Zarzuela, el mismo día en el que el lehendakari Ibarretxe se presentó en el Congreso de los Diputados a defender la Propuesta de Nuevo Estatuto para la convivencia que semanas atrás había sido aprobado por la mayoría absoluta del Parlamento vasco.
Si entoces se juramentaron para actuar conjunta y coordinadamente de cara a neutralizar las aspiraciones nacionales del pueblo vasco -algo que se vio con claridad en los meses subsiguientes- no creo que en esta ocasión hayan pactado algo esencialmente distinto. Estoy seguro de que han vuelto a concertar una estrategia coordinada para utilizar todos los mecanismos a su alcance -los institucionales, los económicos, los diplomáticos, los militares y hasta los que se activan en los bajos fondos- para amortiguar el empuje con el que avanza el independentismo catalán. Eso sí, como en España juegan a gobierno y oposición, ese compromiso de fondo se trasladará a la opinión pública revestido con formas y formulaciones distintas, para que no se note demasiado que en todo lo que hace referencia a la defensa de la unidad sacrosanta de la patria común e indivisible de todos los españoles, actúan como si fueran un solo partido.