Iniciamos el mes de agosto con la esperanza de que el BCE se decidiese a adoptar alguna medida enérgica para salvar el euro. Las terminantes palabras pronunciadas por su presidente en los días previos -«haré lo que haya que hacer para preservar el euro. Y créanme que será suficiente»- autorizaban a ser optimista y abrigar expectativas. Pero luego salió con aquello de que sólo intervendría en el mercado de deuda de los Estados miembros que se lo solicitasen expresamente. Y a todos nos sonó a rebaja. Si hay que rellenar una instancia y presentar la solicitud en el registro correspondiente -recelamos muchos- seguro que al pie del formulario figurará una cláusula, escrita con caracteres diminutos, en la que se hará constar que la firma del documento supone la aceptación automática de todas las condiciones establecidas en el memorándum, etcétera. Y los curiosos mensajes posteriormente emitidos desde el Bundesbank, cuando advirtió en tono admonitorio que la compra de bonos por parte del BCE, como el mismísimo consumo de drogas, constituye una práctica que crea adicciones peligrosas, nos arrastró de nuevo al desconsuelo. Estábamos en lo mismo de siempre.

Imagen del municipio francés de Saint-Savin, en el que se puso en circulación, hace medio siglo, la idea del «euror», la moneda europea que iba ser la alternativa del dólar.
Pero el mes de septiembre ha vuelto a traernos noticias positivas. La expectativa renace y el optimismo vuelve a asomar entre los actores económicos y los observadores. Todo parece indicar que, a pesar del Bundesbank -que siempre, por cierto, se ha opuesto a los avances llevados a cabo en la integración económica y monetaria europea- va a ponerse en marcha el programa de compra de bonos que el presidente del BCE había esbozado antes de las vacaciones. Es una gran noticia, sin duda. Si todo va bien -y toco madera- esta medida relajará la tensión existente sobre la deuda pública de las economías más débiles y la prima de riesgo bajará. En consecuencia, todos los titulares han empezado a hablar con satisfacción de la irreversibilidad del euro que, por fin, deja de ser la única moneda huérfana del mundo; la única que carece del tutelaje de un Banco Central y de un Ministerio de Economía dispuestos a darle cobertura y salir al quite ante todos los ataques de los que pueda ser objeto por parte de los mercados.
Curiosamente, en este mes de agosto que ha servido para vencer las resistencias del Bundesbank y apuntalar sobre bases algo más firmes la viabilidad del euro, se cumplían 49 años -casi medio siglo- desde que el Consejo local el municipio francés de Saint-Savin, en el departamente de Vienne, pusiera en marcha una iniciativa pionera y singular en torno a la idea de una moneda -«el euror»- que, si conseguía implantarse, podría erigirse en la única de curso legal en la naciente unión económica que se abría paso entre los viejos Estados europeos. Era como un sueño; una utopía fascinante; un anhelo seductor.
Aprovechando una exposición numismática promovida por el municipio para solaz de los vecinos, las autoridades locales de Saint-Savin lanzaron la idea del «euror» e iniciaron un ambicioso proceso de recogida de firmas para recabar adhesiones al proyecto. En una semana recibieron más de quinientos telegramas con otras tantas adhesiones a la idea. Entre los entusiastas avalistas del proyecto se encontraban personalidades de la relevancia de Pierre Primlin, presidente de la Asamblea Consultiva de Estrasburgo, Maurice Schumann, presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Asamblea Nacional, Jean Monnet y Gastón Deferre.
Algunos diarios españoles se hicieron eco de la iniciativa, recogiéndola como una curiosidad digna de ser tenida en cuenta. «Una idea excelente», observaba el corresponsal en París Jaime Pol Girbal, que colaboraba con varias cabeceras. Y añadía, con alborozo:
«El «euror» podría ser la unidad de moneda común entre los seis países actualmente agrupados en el seno de la Comunidad Económica Europea. Sin mengua para los francos belga y luxemburgués -válidos en uno y otro país gracias a la fusión económica de los posibles o probables Estados Unidos de Europa. Sería el naciente «dólar» de nuestro continente. Iniciaría, acaso, la égida de una zona financiera: la «zona euror», iba a alcanzar un auge y un prestigio interesantes como la «zona dólar»; como la hoy desquiciada «zona sterling».
Pero entre el ruidoso aplauso con el que los informadores españoles celebraban la idea del municipio francés, se adivinaba un severo fondo escéptico. Aquello era pura política-ficción. Las dificultades eran excesivas y los obstáculos poco menos que insalvables. Pero había un consuelo. Por lo menos iba a servir para poner a Saint-Savin en el mapa mundial de los municipios que generan ideas lúcidas:
«Si la Europa del buen europeísmo consigue remontar los obstáculos -definitivos- que le esperan de aquí a fines de año, los habitantes de Saint-Sevin tendrán en cualquier caso, un florón que añadir a su escudo de armas. Y si logran que el «euror» se acredite como el mejor amigo y el rival número uno del dolar estadounidense, figurarán con el número uno, en la lista de los numerosos futuros padres de lo que podrá ser la peseta, el franco, el marco, la lira y el lo-que-quiera-usted de nuestros hijos…»
Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Hoy, el euro ya no es una utopía inaprehensible, sino una realidad patente, que necesita, como todas las monedas, de una panoplia de organismos públicos expresamente diseñados para garantizar su solvencia y su estabilidad.
Qué poco valoramos a veces el esfuerzo que nos ha costa llegar hasta donde estamos.
Mejor pasar a la historia como habitante de Saint Savin (bonito nombre) que como habitante de Borja (eccehomo), allá cada cual con su escala de valores.
Creo que los Saint Savinianos, además de tener lúcidas ideas, eran un poco adivinos…., por lo menos en cuanto a la perspectiva que los habitantes de la periferiferia iban a tener del asunto,…
Ahora falta el último y definitivo paso,es decir, la evolución del «euror» (euro+horror) al EURO con mayúsculas. Aunque, por desgracia, gran parte del daño ya está hecho (ver los últimos índices del comercio al por mayor y al por menor…. y sin tener en cuenta la incidencia del IVA o del recargo de equivalencia (*)).
(*) Sí, ya sé que en teoría el recargo de equivalencia no repercute en el consumidor. Pero en teoría… ¿verdad?
P.D: ¡Qué preciosidad de foto! Así da gusto.