Dice el proverbio que rectificar es de sabios. Pero cuando alguien da un giro de 180 grados en lo esencial de lo que ha venido defendiendo sin fisuras ni excepciones durante un dilatado período de tiempo, no sé si es más correcto hablar de rectificación o de renuncia. O quizás de claudicación. En cualquier caso, lo que Zapatero ha hecho con las políticas sociales se encuentra entre estos tres calificativos: o se trata de una rectificación, o es una renuncia en toda regla o nos encontramos ante una claudicación.
Recuerdo que en el primer debate parlamentario que mantuve con Zapatero, con motivo de su investidura, en la primavera de 2004, aprovechó la dúplica para exigirme algo que estaba muy en boga en aquella época entre los colectivos que en Euskadi se hacen llamar constitucionalistas: Ustedes -me dijo- deben rectificar. Se refería, claro está, a lo que en su opinión debíamos hacer con las iniciativas políticas que el nacionalismo vasco estaba impulsando desde el Ejecutivo de Vitoria. Lo que nos ofrecía a cambio era algo semejante a ese maremágnum ingestionable que con sus erráticas y caprichosas estrategias ha generado en torno al Estatut de Catalunya. Entonces, se nos vendía la vía catalana como un cauce realista, leal y pragmático para profundizar en el autogobierno, frente a lo que se descalificaba como el radicalismo desafiante e inviable de la vía soberanista vasca. Hoy, vista la cuestión con perspectiva, el dilema produce hilaridad. Si la catalana era la vía razonable y pragmática… que venga Dios y lo vea.