Hace dos años, el embajador británico en Madrid nos invitó a los diputados que formamos parte de la Comisión de Gastos Reservados a participar en un encuentro que tenía previsto organizar con los miembros de la Cámara de los Comunes que, en una comisión constituída ad hoc, acababan de elaborar un informe en el que se evaluaba la actuación de los servicios de inteligencia británicos en relación con el atentado terrorista que tuvo lugar en Londres en julio de 2005.
Fuí el único miembro de la Comisión que asistió al acto. Los demás, delegaron su participación en otros diputados del Congreso. No era lo mismo, claro. Los asistentes apenas conocían el funcionamiento interno de la comisión parlamentaria que se ocupa de los secretos oficiales.
Según nos explicaron en el encuentro, que tuvo lugar en la residencia madrileña del Embajador, los comisionados del Reino Unido habían tenido acceso a todo tipo de fuentes y datos -escritos y grabados- para concluir, tras una larga y exhaustiva investigación que, aun cuando no fuera posible evitar el atentado, la actuación de los servicios de inteligencia había sido diligente, razonable y cabal, desarrollándose con arreglo a lo lógicamente previsible y a las reglas del oficio. Sin embargo, el informe incorporaba una serie de recomendaciones orientadas a mejorar la actuación del servicio con vistas a que, en el futuro, no volvieran a reproducirse las lagunas informativas que, en aquella ocasión, habían impedido prever el ataque con la antelación suficiente.
La experiencia fue modélica. Así, al menos, lo vi yo. Y los británicos estaban tan satisfechos del modo en el que se había desarrollado, que quisieron darla a conocer en otros países. El balance era positivo. El Parlamento había ejecutado, con responsabilidad y discreción la función de control que el sistema le encomienda y el servicio público había mejorado, en beneficio de los ciudadanos.
En el Congreso de los diputados -comenté a nuestros interlocutores- sería imposible llevar a cabo un trabajo así.
En primer lugar, porque los mecanismos de control previstos en la ley para la fiscalización parlamentaria de los servicios de inteligencia, son irrisorios. Permiten una supervisión ocasional y formal de la actuación de estos servicios, pero difícilmente podrían facilitar una indagación como la que requería el trabajo llevado a cabo por los parlamentarios del Reino Unido.
Y en segundo término -¿por qué negarlo?- a causa de que la Comisión de Gastos Reservados es la menos secreta de cuantas se desarrollan en el Congreso. Pocas veces se afirma en su seno algo que no haya sido previamente publicado por los medios de comunicación. Pero si alguna vez se cuenta alguna novedad, se puede dar por seguro que al día siguiente figurará con grandes caracteres en los titulares de prensa. Si los diputados no somos capaces de guardar la discreción debida con los asuntos que la requieren, es inútil pretender garantizarnos el acceso a datos, informes y criterios de evaluación de mayor importancia cualitativa.
El relevo que estos días se ha producido en la cúpula del CNI, me ha hecho recordar el episodio que acabo de referir, llevándome a retomar algunas de las reflexiones que entonces compartí con los comisionados británicos.
Los escándalos denunciados en la campaña del diario El Mundo –¿quién, que se precie, no ha sido víctima de una campaña de este o de algún otro diario?- hablaban de gastos privados costeados con fondos públicos: fundamentalmente, arreglos domiciliarios y expediciones de caza y pesca en lugares exóticos.
El director saliente negó, siempre, tales acusaciones. Nunca utilizó dinero público para fines privados. Pero más allá de que lo hiciera o no, era evidente que alguien, desde el interior del Centro, estaba haciendo aflorar al exterior, datos -exactos o inexactos, completos o parciales, pero esta es ya otra cuestión- que nunca debían haber salido de los archivos de «la casa». Era obvio que el director tenía enemigos en el seno de la institución. Enemigos que se propusieron darle un pequeño empujón, filtrando a la prensa datos que pudieran sumir al interesado en un escándalo y provocar su inmediata destitución.
Si los filtradores actuaron con fundamento y razón o lo suyo no fue más que la típica reacción airada del burócrata acomodado esencialmente refractario a las corrientes de aire fresco, nunca lo sabremos. Entre nosotros es, sencillamente, inconcebible abrir una investigación como la que permitió en el Reino Unido evaluar la actuación de los servicios de inteligencia en relación con el atentado de Londres. Siempre nos acuciará, por tanto, la duda de si se quitó de enmedio al héroe para solaz de la caverna burocrática, o se limpió la cabeza, para que el cuerpo pueda seguir desempeñando con pulcritud la tarea que tiene encomendada. O, dicho en otros términos, nunca sabremos si, pese al cambio de director, las células verdaderamente cancerígenas continuaron en el interior del Centro, desplegando sus devastadores efectos.
La paja ocultó el grano y Saiz pasará a la historia como el director al que se acusó de beneficiarse del cargo para dedicarse a practicar la pesca deportiva con cargo al erario público. Nunca sabremos si fue un intruso aprovechado que perjudicó, objetivamente, el impecable funcionamiento del Centro, o el valiente insobornable que quiso limpiarlo fondo hasta tropezar con los muros de la iglesia cavernaria celosa de sus canongías. Nunca sabremos, en definitiva, si los éxitos que se atribuyen al CNI, se alcanzaron gracias a él, o pese a él.
Para los diputados era mucho más importante apuntar hacia el grano que retozar en la paja. Pero ha sido imposible. O te quedas con la paja o renuncias a todo. Tertium non datur. Y nos quedamos sin saber si las filtraciones eran la punta del icerberg de un servicio arbitrario e ineficaz, que rechaza las intromisiones, o si, una vez destruido el escólex, podremos dar por desaparecido el parásito.
Por de pronto, un militar sustituirá a un civil al frente del CNI. El nuevo director parece un hombre razonable y equilibrado, pero no considero, a priori, que la de remilitarizar la dirección del Centro sea una decisión plausible. En la secular batalla que militares y civiles mantienen en su seno, este paso refuerza a los primeros en detrimento de los segundos, que siempre se han identificado como una línea más abierta y progresista.
Ay que salado, Josu! Me gusta que nos hayas puesto a Mortadelo y Filemón.
Esto del espionaje y el centro nacional de inteligencia, me puedo creer que en el Reino Unido tenga otro tipo de políticas. Aparte de que tienen otra mentalidad.
Aquí en Spain, no sé que capacidades tienen sobre ese tema, aunque seguro tendrían que contratar a James Bond.
Me ha gustado mucho lo que has expuesto. Para personas que han sufrido el famoso «Mobbing», lo que explicas es muy gráfico al respecto. Los acosadores laborales hacen que en ocasiones la víctima aparezca como verdugo. Así, en España, el estrés laboral alcanza porcentajes altísimos, que debieran hacer replantear un nuevo enfoque en la convivencia laboral; falta estudio y falla el diagnóstico.
En el trabajo como en la política, hay muchas personas válidas en su desempeño pero que pueden adolecer de ser menos «ejemplares» en otros asuntos ajenos a su labor profesional, y se acaban conviertiendo en la «excusa perfecta» para el acoso y derribo. No quiero justificar a Berlusconni ni mucho menos, pero está claro que la única manera de atacar que ha encontrado la oposición es su vida personal (su punto débil, al ser tan poco discreto, en un país mayoriatariamente católico). Quien se apunta a la política en ese sentido debe mantener su Curriculum inmaculado, porque si no, independientemente de lo profesional que seas, «la prensa te come» (y de donde no hay, pues inventan). Esto no significa que considere a todas las víctimas de la prensa los buenos de la película, ni mucho menos. «La verdad está ahí fuera»; hace falta imaginación y un poco de mala idea para desrizar el rizo. Pero desafortunadamente, la mayoría no lee la prensa «entre líneas».
Por lo pronto, es verdad, Josu, que se pueden extraer diferentes interpretaciones posibles, y que en el caso de que un «peso pesado» deseara su sustitución y se llevara a cabo de esta manera (filtrar a la prensa, …) vendría a suponer por ejemplo que se intentaba quedar bien con otro «peso pesado». Y hasta ahí puedo leer 😉
Vaya, que iluso, y yo que viendo las series y pelis de espias pensaba que esto de la inteligencia nacional era algo serio.
Por favor, no es el CNI algo demasiado importante como para que ocurran estas cosas tan surrealistas? solo falta que nos digan que Saiz se fue de turismo sexual a Brasil con fondos publicos, y que luego para aprovechar el viaje de vuelta introdujo unos cuantos quilos de cocaina en el pais.
Y lo mas triste es, como tu bien has dicho, que nunca sabremos que hay de verdad en esto… seguramente habra agentes de otros paises mas informados sobre el tema que los propios diputados del congreso
Por lo que parece que ni los propios politicos (algunos) distinguen entre el grano y la paja. Y si no que se lo pregunten a Rita Barberá, la que hoy nos ha deleitado a todos con su feliz y acertadisimo simil entre los trajes que regalan a Camps y las anchoas que reparte Revilla alla donde va.
Demos gracias, al menos tenemos politicos que nos hacen reir, otros ni eso.