
Manuel Aznar Zubigaray
Por su relación con algunas de las entradas que he insertado en el blog durante las última semanas y siguiendo la sugerencia de un visitante de la bitácora, incorporo unas notas que escribí hace más de un quinquenio en torno a las tesis que en su día defendió Manuel Aznar a propósito del pensamiento de Sabino Arana y su consustancial pacifismo. Hoy, probablemente, las redactaría en otros términos, pero he preferido respetar su forma original.
Durante la fase de su vida en la que militó en el seno del nacionalismo vasco, Manuel Aznar -abuelo paterno del hombre de bigotes que todos hemos conocido ocupando la presidencia del Gobierno de España- teorizó en el diario Euzkadi sobre el auténtico sentido de la obra de Sabino Arana, ponderando una y otra vez su fuerza liberadora y su carácter constructivo. Sus reflexiones versaron tanto sobre los componentes innovadores de la aportación sabiniana, como sobre su carácter esencialmente pacífico.
Por lo que a este último aspecto se refiere, que es el que ahora quisiera destacar, hay un elemento de la aportación doctrinal de Sabino Arana que Aznar valora muy especialmente y, quizá por ello, destaca con singular énfasis; “…una circunstancia extraordinaria, que exalta la figura de nuestro egregio Maestro sobre las de todos los removedores de la cuestión nacional en los pueblos nacionalistas de Europa”.
Al formular su doctrina -señala Aznar-, Sabino se había percatado de que, a diferencia de otros pueblos como Polonia, Bohemia, Bélgica, Irlanda, Serbia, Bulgaria, Grecia o Finlandia, en el País Vasco, la situación de sometimiento no se había producido porque “un día sus tropas organizadas o su paisanaje sublevado no pudieron resistir el choque terrible con los ejércitos de las Cortes Imperialistas”. No. En Vasconia -que participaba, como los demás de “la historia de los pueblos esclavos”-, desde que “los vascos primitivos y los vascos medioevales pudieron mantener con la sangre de sus hombres montaraces la llave de oro de sus libertades y el secreto arcano de su personalidad”, habían transcurrido “días tristes, días nublosos y melancólicos”. Había transcurrido un dilatado lapso temporal en el que
“Sin que ningún emperador, ningún príncipe, ningún mariscal ni virrey alguno nos batiera en un campo de batalla, los ejércitos del espíritu vasco se iban entregando a las huestes invasoras que aparecían armadas de espadas y de lanzas invisibles también; nuestros patricios se alzaron en puntillas, aspirando a privanzas y vínculos extraños; se enfrió, como bajo una noche de hielo el sol de nuestro viejo entusiasmo y apareció un día lluvioso, un día macilento y mustio, en que vimos los montes invadidos, los caseríos hipotecados, los campos exhaustos, los valles ocupados por un género extraordinario de enemigos y nuestras almas dejando escapar la vida gota a gota y suspiro a suspiro. Parecía que todo había terminado. Nuestra historia se había falseado, nuestros hombres sabios habían ido a tierras extrañas y allí se habían limitado a imitar sistemas de otros pueblos; nuestra lengua había sido torturada en un potro terrible; nuestras buenas usanzas habían perdido su olor a cosas rancias y el vino añejo de nuestra antigua personalidad había sido sustituido por los vinos artificiosos de nuevos señores”
Esta cardinal diferencia que Arana claramente denotó en sus escritos, hacía –siempre según Aznar- que, mientras en todos estos pueblos de Europa, los mensajes nacionalistas “actuaban como instrumentos de un recuerdo glorioso”, rememorando “el deber de inmolarse de nuevo, de sacrificarse de nuevo, de sucumbir cien veces más, por alcanzar la liberación del suelo manchado con la dominación extranjera”, en el caso de Vasconia, la dinámica a seguir, la estrategia a adoptar en la reivindicación patriótica, hubiera de ser necesariamente otra.
Como claramente expresaba Imanol en su conferencia ante la Juventud Vasca de Bilbao, Sabino Arana había tenido la perspicacia suficiente para darse cuenta de que
“No cabía aquí (…) levantar al pueblo al son de un clarín de guerra que los viejos pastores tenían escondido en sus chimeneas. Había que rebelarse contra el pueblo mismo, contra nuestras propias almas, contra nuestro propio pecado, contra nuestra personalidad falseada y contra un enemigo interior que ocupaba nuestro espíritu y que se llamaba exotismo y conformidad con la ruina patria. Los patriotas de todo el mundo podían emplazar las bocas de fuego contra los fortines enemigos. Nosotros teníamos que emplazar las baterías contra los fortines de nuestra propia alma, fortines bien organizados por la inconsciencia, por la falta de voluntad, por los malos hábitos, por la innoble conformidad con la ruina, por el olvido de nuestra familia, de nuestro vínculo, de nuestra Patria, y por el necio amor a todo cuanto el exotismo nos presentaba de engañoso ante los ojos, perdidos para toda noble contemplación. Se entablaba la lucha interior que es la más terrible”.
Aquí radicaba para Aznar, lo más original y destacable de la aportación del «Maestro». En el hecho de descubrir que la batalla a librar por el nacionalismo vasco para la liberación de la Patria, ni era bélica -sino fundamentalmente política y cultural- ni había de llevarle a enfrentarse violentamente a terceros, porque era una batalla fundamentalmente “interior”. La misión liberadora de Euskadi, era, según Aznar, una misión esencialmente pacífica. Para abordarla, no era necesario blandir armas, ni derramar sangre. Sólo un gran esfuerzo de propaganda y concienciación. “El apostolado de Sabino -afirmaría- se consumió en esta labor que representa un esfuerzo extraordinario”.
Quienes hoy se desgañitan gritando a los cuatro vientos que las expresiones violentas del nacionalismo vasco tienen su fundamento doctrinal en la obra de Sabino Arana o que la doctrina jelkide lleva genéticamente incrustado en su seno el germen del terrorismo, harían bien en leerse el discurso titulado Luchas presentes y futuras del nacionalismo que Manuel Aznar pronunció el noviembre de 1915 en la Juventud Vasca de Bilbao. No para convertirse, por supuesto -que son libres de no hacerlo si no quieren- sino para reparar en el importante dato de que el nacionalismo vasco se viene viviendo en otras claves desde hace ya, muchisimos años.
En este discurso, Imanol reconoce a Arana el mérito de haber acertado a formular su ideario dejando constancia de que el uso de la violencia no está entre las herramientas de las que ha de servirse el nacionalismo vasco en su acción política. Por ello, sostener que el modelo de acción política que propugnaba Arana-Goiri pasaba “por la resistencia armada contra el invasor” o interpretar su obra como un alegato de que “tarde o temprano la guerra será inevitable”, o como un “proyecto de guerra civil”, constituye una aberración sin fundamento.
Para Aznar, como para la inmensa mayoría de los nacionalistas vascos de su época -y de todas las épocas, habría que precisar- esto ha sido siempre así, por mucho que, desde su caliente pesebre en el aparato estatal, la caterva intelectual neollorentiana se empeñe en revestir con razones “científicas” ese rancio discurso que se empeña en buscar y rebuscar en la tradición política abertzale la clave profunda que permita afirmar sin ambages la fatal asociación que encadena al nacionalismo vasco con el ejercicio de la violencia.
Mientras fue nacionalista vasco, Manuel Aznar no sintió la necesidad de invocar el recurso a la fuerza como medio de expresión de su sentimiento político. Después, cuando abrazó el delirio franquista y su españolismo agresivo e intolerante, aplaudió ardientemente la orgía de sangre y fuego que condujo al triunfo de la <Cruzada>. Pero en su etapa aranista, jamás apoyó el uso de la violencia para la consecución de objetivos políticos. Antes al contrario, en sus Comentarios sobre la guerra, mostró repetidas veces su preocupación por la indefensión en que se encontraban las pequeñas naciones frente a las ambiciones, los abusos y caprichos de las grandes potencias.
Pero hay una ocasión en la que pudo expresar su rechazo a la violencia con especial claridad. Lo hizo, cuando se produjo el atentado que desencadenó la serie de reacciones que desembocaron en la Gran Guerra. Su declaración de entonces, será, muy probablemente, una de las primeras ocasiones en las que el nacionalismo vasco tiene ocasión de condenar y, efectivamente, condena un atentado terrorista. Después, volvería a hacerlo cientos de veces.
Consumado el luctuoso hecho, Aznar, consciente de que el atentado, cometido por un nacionalista serbio, iba a ser aprovechado para intensificar las críticas contra el nacionalismo vasco, se anticipó a presentar a éste, como un movimiento político que estaba que condiciones de presentar una doctrina y una ejecutoria radicalmente intachables desde el punto de vista ético:
“El nacionalismo vasco -afirmaba Aznar- puede contrastar brillantemente con todos los nacionalismos del mundo, su noble, su elevado, su alto historial de procedimientos y de reivindicaciones”.
¿Por qué se sentía Manuel Aznar en la necesidad de hacer este alegato a favor de la limpieza de la trayectoria política del nacionalismo vasco?. Exactamente por la misma razón por la que, hoy, los nacionalistas democráticos tienen que salir, día si, y día también, a replicar a quienes, dejándose por su obsesión antinacionalista (vasca) aprovechan la más mínima ocasión para mancillar, por cualquier motivo, el nombre, la causa, la trayectoria, las actuaciones y la imagen de los lideres de este movimiento político.
Pero el fenómeno, como vemos, no es nuevo. También en tiempos de Manuel Aznar existía este acoso ofensivo e injurioso contra el nacionalismo vasco. También entonces, desde algunos círculos políticos y mediáticos se acusaba al nacionalismo vasco de estridente y violento. Y el periodista de Etxalar, con su elegante estilo, confronta la ejecutoria del nacionalismo vasco con la de otros movimientos nacionalistas que, ya en aquélla época habían tenido expresiones de tipo violento -Manuel cita a Cataluña, India, Polonia o Irlanda- y concluye:
“Sería curioso observar aquí, para nuestras contiendas con los pequeños y ruines enemigos del nacionalismo vasco, cómo mientras se nos acusa de estridentes, de violentos, de beocios feroces, los hechos vienen a probar la nobleza de nuestras propagandas y de nuestros procedimientos (…) Sin embargo, para la vileza de nuestros enemigos seguirá siendo el nacionalismo predicado por Sabino de Arana un nacionalismo de estridencias y de violencias inconcebibles (…). El nacionalismo vasco reprueba los crímenes de Cabirnowitz y de Prinzil, como partido que se acoge firmemente a las sagradas e inmutables normas de la Ley de Dios. Y en el Santo Decálogo hay mandatos divinos que prohiben los crímenes (…) Cuando reprochamos el crimen de Prinzil, no podemos menos que recordar que el archiduque Francisco Fernando era el tirano de los servios. Pero su tiranía ha tenido un fin de tragedia espantosa”
Poco podía imaginar el joven Aznar de los tiempos del diario Euzkadi que, casi noventa años después de que escribiera estas palabras, “la vileza” de los enemigos del nacionalismo vasco -entre los que ocupan, por cierto, posiciones preeminentes algunos que llevan su mismo apellido- iba a seguir acusando a los seguidores de Arana de “estridentes, violentos y beocios feroces”, recriminándoles, sin fundamento alguno, el recurso a “estridencias y violencias inconcebibles”.
Yo creo que consciente de lo que llegó a escribir su abuelo, JM Aznar se presentó el último de la lista que el PP presentó a los bilbainos en la elección municipal de 2003.
Con timidez.
Handia zara, Josu!
Gracias, Josu. Yo leí el libro ese de las Dos Familias Vascas- Areilza-Aznar y me gusto aunque parece que se lleva mucho reconvertirse en antinacionalista vasco.
Saludos.
Porque alguien que se considera de un partido, va a oponerse y fieramente apoyar justo lo contrario. Debio de pasar algo que les situo en el otro bando. No es muy clara la imagen del abuelo de aznar.
Despues de las ocupaciones nazis y fascistas, incluso se reconoce en la fisonomia del actual aznar con quienes estuvieron. Pero yo no veo claro que le hizo pasarse tan radicalmente al abuelo de un bando a otro.
No especificas por que.
¿Sentía Imanol l que escribía?
O era un «mercenario de la pluma» más.
Como lo son la mayoría de los que escriben y hablan hoy en día. Y tod@s los que desde Mass medios públicos vascos nos adulaban y ahora nos despellejan.
Curioso sería revisar sus trayectorias y encontrarnos con más de uno que tuvo o tiene carnet del Partido.
Donatien, en esa campaña electora, publiqué en DEIA un largo artículo de opinión en el que resumía la trayectoria bilbaina del abuelo, el padre y el hijo. Fue crítica, claro. Si consigo encontrarlo, igual me decido a reproducirlo aquí.
Zubiartea, ez al zenekien?
Manuel, se lleva mucho porque es rentable. Si yo -es una hipótesis- me apartase ahora del PNV y empezase a criticar sin piedad su historia, su ideología, su trayectoria y su estrategia actuales, con el marchamo que me ha el hecho de haber ocupado un cargo público relevante y la autoridad que me confiere la circunstancia de haber pertenecido al «rebaño», seguro que se me presentarían cientos de sustanciales ofertas para escribir mis memorias y explicar mis experiencias por tertulias, foros y plataformas de todo tipo. Cobrando, claro. Y si a ello pudiese añadir el estigma de perseguido por el intransigente nacionalismo (vasco), hasta me daría algún premio o me harían algún hueco bien retribuido en consejos, fundaciones o instituciones universitarias. Desde ese punto, la inversión en antinacionalismo vasco es una inversión segura.
Mariasun, la evolución de Aznar fue progresiva. Y denota que fue un auténtico camaleón. Primero fue carlista. Después nacionalista vasco. Después liberal. Más tarde, republicano español. En la guerra civil le vieron vestido de miliciano con el puño en alto. Y después de la guerra, se hizo franquista. Ya ves qué biografía.
Gaizka, creo que el componente mercenario pesó mucho en las opiniones que expresó por escrito en sus crónicas y artículos de opinión. Y el siempre loable propósito de adaptarse al suelo que pisa. Creo que se me entiende, ¿no?
Bueno, pues si lo encuentras no estaría de más ponerlo aquí. Yo no recuerdo que lo leyera, aunque tango muy mala memoria, como sabes.
D.
Aznar Zubigaray fue mucho más que carlista (integrista), nacionalista vasco, españolista, republicano … Fue también primorriverista, monárquico, maurista (de los de Miguel Maura -véase los diarios de Azaña), portelista (en las elecciones de febrero de 1936 -véanse los periódicos de la época, fracasando en Albacete-, o también Gil Robles). Al principio de la guerra buscó la protección de Indalecio Prieto. Y también sus espléndidas relaciones con los jesuitas que le proporcionaron un fabuloso retiro del periodismo durante la II República: Compañía de Tranvias, Banco Urquijo, etc, con los que pagaron sus servicios… Fue todo lo que se puede ser en esta vida, salvo comunista y anarquista. Resulta admirable, por despreciable, su biografía. No andan muy desencaminados los archivos del PNV sobre su huida de Madrid en guerra. Ya publicaré la explicación más verídica sobre cómo tuvo lugar su salida de Madrid en octubre de 1936, el único interrogante sobre el que no puedes dar una explicación en tu libro. La ofrece Díaz Alor (UGT). Y es que Prieto, y también en la UGT (más que nada por su diario Claridad) le conocían demasiado bien. Le vino bien mentir sobre su supuesta estancia en una cheka (¿anarquista?) para ganarse a Franco, pero no hubiera salido de ella de haber entrado en los primeros días de guerra. Y aún cuando estaba a punto de marchar a Zaragoza, siguió jugando a dos barajas, no fuera a ser que Franco hubiera tenido que agachar la cabeza antes de presentarse servil ante los sublevados. Ah, si tienes alguna duda sobre lo que digo, puedes por ejemplo, despejarla en ZER, lo que escribí sobre los diarios La Voz y El Sol, a punto de convertirse en diarios del PNV en Madrid, en 1937.
Un saludo Mateos Fernandez. Observo que has seguido con detenimiento la convulsa biografía de Manuel Aznar Zubigaray. Hace ya una década que Anasagasti y yo publicamos el libro «Dos familias vascas», donde ya describíamos con bastante detalle la camaleónica evolución del personaje. Desde entonces hemos reunido más materiales y datos desconocidos sobre su vida y obra. Pero no encontramos tiempo y condiciones para promover una segunda edición. En cualquier caso, te agradezco los apuntes que aportas en tu comentario.
Un cordial saludo
Gracias por tu inmediata respuesta. Y ánimo, y sacadle tiempo para añadir aportaciones en una nueva edición. Claro que no será una hagiografía como la de Tanco Lerga, pero creo que fuistéis exageradamente complacientes con su militancia peneuvista. Alguien que sostuvo todas las ideologías inimaginables (terminó incluso por ser algo aperturista o fraguista, al final de su vida), creo que es una auténtica mancha, por más que sus escritos de entonces fueran asumibles y democráticos. Realmente, la vida de Aznar el de Etxalar me interesa simplemente por lo que he estudiado: las falacias que algunos han vendido como si hubiera sido el auténtico creador del diario El Sol; su vuelta a la prensa madrileña hacia el 15 de abril de 1931 con el paso cambiado (más monárquico que nadie), su fingido proletarismo en julio de 1936 (Guillermo Cabanellas y Rafael Sánchez Guerra también lo conocieron muy bien) … y no mucho más. Te añado que como miembro del Comité de Incautación de la Compañía de Tranvías de Madrid (curioso que un alto directivo de la empresa participe en su incautación, pistola al cinto y mono azul), viajó con otros miembros del Comité sindical con destino a Bruselas, para intentar aplacar los ánimos de los accionistas belgas. Como les respondieron estos capitalistas que únicamente tratarían con Franco, regresaron a Madrid. En Bayona, Aznar se separó del grupo con la excusa de visitar a sus familiares -enfermos- en Etxalar. Y aún escribió a Madrid, prometiendo su futuro regreso, jugando como dije, a dos barajas, hasta que tuvo que tomar su última decisión.
Sí, camaleónico, es una buena definición, aunque quizá lo sea más la que le dedicó Cabanellas («hombre alfombra»), o más tajantemente el diario de la UGT Claridad (era entonces copropietario de su maquinaria) en un artículo «Traidores a la vista: aquel Manuel Aznar».