Ya estamos en primavera. Un sol radiante nos ha acompañado durante el fin de semana y la floración acusa ya los estímulos propios de la estación. En las ramas de algunos arboles se divisan los primeros brotes y las verdes praderas se nos muestran salpicadas de brillantes margaritas. Ya es primavera en Euskadi.
Pero junto a la primavera estacional, la que arranca todos los años en el mes de marzo, la trompetería mediática nos anuncia, también, con gran estruendo de metales y timbales, el inicio de una primavera política no menos esplendorosa y floreciente. Titulares, editoriales y sesudos artículos de opinión nos anticipan la luminosa llegada de López, el Lehendakari Sol, expresamente coronado por la Providencia para liderar el cambio que necesita Euskadi y protocolariamente flanqueado por una radiante corte de astros y planetas que proyectan sobre los vascos la fulgurante luz, preñada de lumínicos destellos, que alumbrará el dulce tránsito desde el hosco y tenebroso invierno nacionalista (vasco, por supuesto) hasta la blanca y sonriente primavera españolista.