El José María Aznar sectario y antipluralista de la mayoría absoluta -que gobernó con mano de hierro y sectarismo de inquisidor entre los años 2000 y 2004- instituyó el principio de que no es posible el diálogo político con las fuerzas políticas que no creen en España ni sienten como suya la Constitución. Es un planteamiento incomprensible en el ámbito de la política democrática -que se basa, por principio, en la tolerancia y el diálogo con el discrepante- pero Aznar no sólo lo puso en práctica, con inusitado rigor, durante la última parte de su mandato, sino que lo inoculó en su partido como dogma básico de actuación.
En Euskadi, pocos habrán olvidado aquella época en la que se negaba a recibir al Lehendakari en La Moncloa, con el argumento de que no podía entrevistarse con alguien que aspiraba a romper España.
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