Hace unos días fui al cine a ver la película sobre el Che que se estrenó a principios de septiembre. Benicio del Toro está bien. Es un excelente actor. Pero creo que es una obra de la que difícilmente podrá disfrutar quien no conozca con un mínimo de detalle la historia de la Revolución cubana. El guión pretende ajustarse a los hechos con una precisión tal, que adolece, a mi juicio, de los componentes que habitualmente hacen atractiva una trama cinematográfica.
El film se centra en la figura del Che, un personaje cuya biografía política -incluyendo en este concepto las circunstancias que le llevaron a la muerte en Bolivia, en el frustrado empeño de exportar la experiencia cubana a otros países iberoamericanos- ha dado pie a cierta literatura para construir un auténtico mito. El mito del revolucionario idealista y consecuente, que organiza su vida con arreglo a sus convicciones, aunque esa coherencia radical le conduzca hasta la muerte.
Dicen que la imagen del Che que da forma al mito -la que se luce en las camisetas y en los tatuajes, tocado con una boina estrellada- es la segunda más extendida en el mundo, después de la de Jesucristo. Es posible. Su difusión ha sido tan amplia que una vez conocí a un joven negro que se cortó el pelo, en la zona occipital, reproduciendo la conocida figura del médico argentino. Le pedí autorización para sacarle una foto. La que reproduzco en el post.
El Che tuvo muchos valores, es innegable. Trabajó denodadamente por aquello en lo que creía. Consagró su vida a la tarea de luchar por sus ideales. Hay en sus aportaciones teóricas, elementos que denotan altruismo, solidaridad, abnegación y sólidos valores humanos. Iniciativas como la del trabajo gratuito en favor de la comunidad, son expresión de un profundo compromiso con la comunidad.
Pero el Che compartió también, con muchos revolucionarios comunistas de su época, la ciega adhesión a la justicia de la causa que hace meses denuncié en este blog tomando como base unas escenas de Los Justos de Albert Camús (véase el post titulado «El que no quiera que no lo vea. Pero está claro«, publicado en este blog el 9 de mayo de 2008). El Che creía que la causa de la revolución comunista se identificaba tan plenamente con la justicia absoluta, que lo permitía todo; autorizaba cualquier atropello de los derechos ajenos. Revestía un poder de justificación tal, que legitimaba hasta el asesinato de seres humanos.
En su obra escrita hay pasajes en los que se trasluce esta convicción con una crudeza que provoca vértigo. Como aquella vez en la que se congratulaba de haber enseñado a los campesinos que lucharon en la Sierra Maestra que «en un momento dado, mucho más fuerte y positivo que la más fuerte y positiva de las manifestaciones pacíficas es un tiro bien dado a quien se lo debe dar«.
Pero esta dimensión del Che apenas se vislumbra en la película. Solo aflora su humanismo, su idealismo y su entrega a los demás.
En esta versión, el personaje queda bienparado, por supuesto, pero no sé si es rigurosamente fiel a la verdad. Me temo que la personalidad del Che fue un poco más compleja de lo que se aprecia en la película; con más pliegues y claroscuros. Con luces, por supuesto, pero con más sombras de las que se dejan entrever en la versión cinematográfica.
absolutamente de acuerdo, muy manipulada la figura del che y eso es un peligro no solo por el trato del personaje sino por el trato que se da a muchos personajes y situaciones históricas una pena invertir para nada