El nacionalismo es esencialmente malo. Así lo entiende gran parte de la corrección intelectual hispana, que no se ahorra ocasión alguna para situar a los nacionalistas entre las especies que convendría situar en vías de extinción. Como el nacionalismo es pernicioso -suelen afirmar- tanto para las neuronas de quien lo profesa como para las leales ansias de convivencia de quienes han de cohabitar con los nacionalistas, ha de ser exterminado.
El problema de muchos de los que así piensan, radica en que sólo reconocen el nacionalismo (pernicioso) en los demás. El suyo -por muy radical, exacerbado y excluyente que sea; y a fe mía que con frecuencia lo suele ser- ni es nacionalismo ni, por supuesto, puede ser tildado de pernicioso.
El comentario viene al hilo de un artículo que Fernando Savater ha publicado recientemente en EL PAIS para repetir una vez más sus tesis habituales. En este caso, el pretexto es el comentario de un libro que el profesor italiano Natalino Irti ha puesto en el mercado, en el que se critica la progresiva sustitución de las ideologías por un pragmatismo amorfo que lleva a los actores políticos a adaptarse servilmente a las realidades que impone el día a día, desde la economía y la religión.
El fundador de Basta ya aprovecha las reflexiones del autor italiano para reiterar sus ya conocidas invectivas contra el nacionalismo. En España, asegura, los gobernantes pragmáticos se encuentran atenazados, además, por una tercera pinza. A la presión de la Bolsa y la Iglesia, se suma, aquí, la que ejerce el nacionalismo, imponiendo a los actores políticos condiciones inadmisibles. Savater apuesta por superar este pragmatismo desnortado de la clase gobernante y propone un horizonte nuevo para la ideología recuperada: «el final del terrorismo y de la imposición nacionalista debe culminar en menos nacionalismo, no en más y más obligatorio que antes«.
Alguien podría pensar que al hablar genéricamente de «nacionalismo«, se refiere a todos; no solamente al vasco. Vale. Es posible que no se refiera exclusivamente al nacionalismo vasco. Pero es seguro que su crítica no afecta por igual a todos los nacionalismos. No incluye, por ejemplo, al nacionalismo español. Y no lo hace, porque la posición que Savater defiende es, netamente, la de un nacionalista español de tomo y lomo.
Savater hace todo un alegato a favor de la enseñanza en castellano y se muestra partidario de introducir todas las reformas necesarias -incluso constitucionales, si fuera preciso- para que pueda llevarse a cabo. En este punto, nada tengo nada que objetar, porque es libre de adoptar la posición que más le plazca en torno a las lenguas vehiculares de la enseñanza.
Me sorprenden más las razones que aduce para sustentar esta opción. Si hubiese avalado su tesis con el argumento de que no conviene empobrecer el bagaje lingüístico de nuestros estudiantes -renunciar a dominar el castellano, cuando es posible hacerlo, constituye, sin duda, una aberración- le hubiese objetado que, al menos en Euskadi, nadie acaba sus estudios desconociendo la lengua española. Nadie. El problema, como todo el mundo sabe -incluido el propio Savater- es el Euskara que, 25 años después de haber sido incorporado al sistema educativo reglado, apenas es conocido por un liviano porcentaje de los alumnos que han adquirido su formación básica durante este periodo.
Pero no. Lo que a Savater le preocupa es que la eventual ausencia del castellano en las aulas, «desbarate uno de los elementos fundamentales de la unidad política del país». Sí, sí, han leído bien. Vean, vean lo que dice nuestro ilustre pensador:
«Ya es hora de no limitarse a esconder la cabeza bajo el ala o ponerse grandilocuente sobre el tema, sino que es preciso un proyecto definido (incluso aunque requiera una revisión constitucional) para que no se desbarate uno de los elementos fundamentales de la unidad política del país».
Hubo una época en la que Savater defendía posiciones muy distintas en torno a estos temas. Creo que no descubro nada cuando hago notar las contradicciones -inmensas; flagrantes contradicciones- que cabe apreciar en la obra de Savater. Pero, concretamente en el terreno de las lenguas de la enseñanza, llegó a decir lo contrario de lo que ahora sostiene.
En los años ochenta, criticaba la pretensión hegemónica del castellano en la enseñanza, argüyendo que «lo más cómodo para la administración de un Estado es la hegemonía de un lenguaje oficial a cuyo peso las formas de habla minoritaria se vayan doblegando. Se utiliza en último extremo el argumento del interés <> de los ciudadanos (es uno de los casos en que el Estado se vuelve mefistofélicamente individualista): ¿para qué molestarse en educar al niño en euskera, pudiendo hacerlo en castellano?». Savater creía entonces que la enseñanza en euskera no entrañaba «agresión alguna contra los vascos que hablan castellano o francés, pues éstos están lógicamente respaldados por el enorme vigor de estas lenguas multinacionales. La tarea difícil es rescatar y consolidar el euskera, no proteger al castellano y a sus usuarios de la supuesta revancha lingüística».
Pues bien, ahora, Savater se ha ido mucho más allá que lo que criticaba hace 20 años. Ahora, ni tan siquiera aduce razones prácticas para justificar la presencia del castellano en la escuela. Ahora, considera que esta presencia ha de garantizarse «para que no se desbarate uno de los elementos fundamentales de la unidad política del país». Es el mismo argumento que, durante la transición, utilizaron los halcones del tardofranquismo.
Por cierto, en los años ochenta, cuando Savater escribía en Egin y publicaba en El Pais artículos en los que aseguraba que la base de Herri Batasuna «suele ser» «buena gente», la «unidad política del país» que ahora ocupa sus desvelos, era un motivo de su mofa más mordaz:
«Pese al tiempo que lleva funcionando -observaba entonces- nadie se cree del todo lo de que España es Una (que sea Grande y Libre siempre fueron impertinentes o piadosas aspiraciones). Pese a los esfuerzos por beatificarla como menos que <>, lo cierto es que la unidad de España es más bien un fracaso histórico y todo lo más un reto político.»
Buenas tardes Sr.Erkoreka.
Me animo a dejarle esta nota por dos razones: la primera, por la imagen que de Ud. me he forjado de persona sensata y, la segunda, por el tema que trata en el post, el nacionalismo. Vaya por delante que no soy nacionalista y escojo con cuidado la palabra «soy» para diferenciarla de otra diferente: «sentir»; y es que no «soy» nacionalista ni vasco, ni español, ni patagón ni de ninguna otra patria que me haga «sentirme» miembro de una comunidad determinada por mis orígenes.
Los nacionalistas no se imaginan a si mismos sin nación que les haga sentirse, ser, parte de ella y miembros elegidos por la naturaleza, y la historia, para participar de sus prebendas: territorio, nacionalidad, soberanía y, algunos, aunque ya no se lleva, fenotipo.
Tal vez sea este rasgo el que lleve a eludir en euskadi el debate necesario acerca del status de los no nacionalistas y a escamotearlo con el argumento de «y tú más» con el que ud. le da la réplica a savater (y que conste que no entro a opinar acerca de la nacionalidad del susodicho: él sabrá). Y digo debate necesario porque siendo ciudadano vasco, estoy convenzido que su partido, en el gobierno desde siempre (el franquismo es la prehistoria por lo que a mi respecta)gobierna para ese grupo del que está convencido de formar parte y al que aspira a liderar para siempre; Sr. erkoreka, cuando escucho atentamente sus intervenciones y las de sus compañeros de partido no puedo evitar preguntarme: y a nosotros, ¿qué lugar nos destinan? revisando la hemeroteca he encontrado una frase y, quizás, ¿la respuesta? «como los alemanes en mayorca» dijo el sr. arzalluz; tal vez sea eso. trabajar, consumir, votar, asentir. pero la representación política, para los «de casa» que para eso son, y se sienten, de aquí.
Reciba un cordial, y parlamentariamente cortés, saludo.
Estimado Beñat:
El artículo sobre Savater no pretende recoger de manera completa y exhaustiva mis tesis y opiniones acerca de la cuestión nacional y el fenómeno del nacionalilsmo político. Se limita a denunciar, sobre la base de un ejemplo concreto, tomado de la realidad, algo que se da con mucha frencuencia entre nosotros: Que a los nacionalistas vascos (a todos, indistintamente) nos endosen cualidades negativas que quienes nos las aplican poseen en mayor cuantía que nosotros. Sólo pretende poner de manifiesta las enormes contradiccciones en las que con frecuencia incurren quienes aquí, entre nosotros, figuran (o pretenden figurar) como la vanguardia de la lucha contra los nacionalismos esencialistas, xenófobos y excluyentes, embozándose tras banderas eufemísticas (como la de ciudadano del mundo) que, en el fondo, a la hora de la verdad, resultan ser rabiosamente ultranacionalistas.
Por lo que veo, usted sólo concibe una manera de ser nacionalista: la de sentirse miembro de «una comunidad determinada» en virtud de los orígenes. Es más, llega a sostener que «Los nacionalistas no se imaginan a sí mismos sin nación que les haga sentirse, ser, parte de ella y miembros elegidos por la naturaleza, y la historia, para participar de sus prebendas; territorio, nacionalidad, soberanía y, algunos, aunque ya no se lleva, fenotipo».
Me sorprende que haga una descripción tan detallada de lo pensamos y sentimos los nacionalistas, después de confesarse no nacionalista. Lo único que se me ocurre responderle es que, al menos yo y gran parte de la gente que comparte militancia conmigo en el PNV, no encajamos en la descripción que usted hace, que ignoro si descansa sobre un intenso conocimiento empírico del mundo nacionalista o sobre la lectura fugaz de algún escrito publicado en la sección de opinión de la prensa escrita. Por lo que a mí respecta, le puedo asegurar que no me siento elegido ni por la naturaleza, ni por la historia, para participar en ninguna prebenda. Por el contrario, sí que me siento miembro de varias comunidades políticas: La local del municipio del que soy vecino, la vasca, la europea y hasta de la planetaria. Pero no considero que el sentimiento de pertenencia a una comunidad (o a varias) sea negativo. Antes al contrario, creo que es enormemente positivo, porque acentúa la dimensión social de los seres humanos, su vertiente relacional colectiva e incluso el sentimiento solidario.
Ya sé que entre los tópicos al uso en el debate sobre el nacionalilsmo vasco, se encuentra la famosa frase de Arzalluz sobre los alemanes en Mallorca, pero no creo que entre mis intervenciones haya encontrado usted alguna que obedezca a un tenor semejante. De cualquier manera, no deja de llamarme la atención el hecho de que la frase de Arzalluz que usted cita se haya convertido en la algo así como la prueba definitiva de la xenofobia que inspira a los nacionalistas vascos cuando el hecho real (el único hecho real) es que en Mallorca hay alemanes que no gozan de los mismos derechos que los ciudadanos españoles que comparten con ellos vecindario. Es decir, lo que en el caso de Arzalluz es una denuncia infundada, aplicado a los gobernantes españoles sería un reproche auténtico. Y nadie pregunta a ZP cual es el papel que reserva a los no nacionalistas (españoles) en su modelo de organización política.
Conozco a pocos (muy pocos) no nacionalistas reales. Pero a muchos no nacionalistas (vascos) que alimentan su no nacionalismo (vasco) con argumentos, actitudes y actuaciones radicalmente nacionalistas españoles.
Si usted es un no nacionalista auténtico, me alegro de saludarle. Rara avis. Ni vasco, ni español, ni francés, ni patagón. Pero si es así, sólo lamento que en su comentario se sirva de las retorcidas razones habitualmente utilizadas por los nacionalistas españoles para denigrar a los nacionalistas vascos. El no nacionalista auténtico que no se siente preterido, excluido ni marginado en España, (como intuyo que es su caso), no veo por qué habría de preocuparse por el mero hecho de que, en los mapas europeos, el suelo en el que habita aparezca rotulado como Euskadi y no como España. Le recuerdo que la Constitución española de 1978, la vigente, se fundamenta (no se inspira, sino que se fundamenta)en un principio tan radicalmente nacionalista como la unidad indisoluble de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles.
Un cordial saludo
JELen agur
Savater es un reconocido militante de la ideología marxista-leninista-maoísta. Desde este punto de partida, se entiende el triangulo siniestro que para esta ideología supone el nacionalismo, la Iglesia y el mercado (la Bolsa) liberal. Son tres materias a demonizar sin extenuación. De la derecha podríamos entender que acepten las tres materias, siempre y cuando el nacionalismo sea el hispánico, claro.
La ideología marxista-leninista-maoísta, entiende al nacionalismo como un subproducto del estado liberal opresor del pueblo trabajador, y por lo tanto liquidable. Sin embargo utiliza el vasquismo (abertzalismo) como fuerza motora del proceso revolucionario en Euzkadi, como el catalanismo en Cataluña, etc, pero sin aceptar sus postulados ideológicos, como hizo el propio Mao en China del que busco aliado en el nacionalismo chino antijapones, pero en cuanto la revolución se adueño de la fuerza revolucionaria, lo liquidó.
El seguidor de la ideología marxista-leninista-maoísta, es un ciudadano del mundo, ocupado en la revolución socialista mundial, no acepta el nacionalismo, menos el vasco, porque entonces se sentiría limitado a la influencia (incluso militar) en la transformación revolucionaria de otra nación; es un revolucionario comprometido en una causa local, pero para influir con ella en todo el mundo (empezando po el vecino).
No le extrañe, amigo José, que en Granada se exhibiese una lucha cuyos principios (los marxista-leninista-maoistas) son exportables (seguro que encontraron colaboración en camaradas del lugar), porque el aspecto vasquista que muestran, no es mas que solo eso, aspecto.
Besarkada aundi bat JELen
[…] con el mundo abertzale radical (otro concepto criminalizado), si es anterior o posterior a cuando Savater escribía en Egin, Juaristi militaba en ETA o Txiki Benegas (hermano de Doris) convivía con el […]