Ayer estuve en Granada. Asistí en respuesta a la invitación que una asociación de estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas de esta ciudad andaluza me había cursado meses atrás para participar en un ciclo de conferencias sobre los nacionalismos en el Estado español. Mi conferencia cerraba el ciclo. El lunes había estado el senador Bofill, de Esquerra Republicana y con mi intervención se clausuraban los actos.
En Granada lucía un sol brillante, pero soplaba un viento que atenuaba el calor. Salió a recibirme al aeropuerto el presidente de la asociación, un joven valenciano, inquieto, simpático y, según pude comprobar, muy interesado en el fenómeno nacionalista y su impacto político en el Estado español. Mientras nos dirigíamos en taxi hacia la sede de la Facultad, me llamaron la atención las indicaciones que mi acompañante daba al conductor del vehículo para que evitase la portada principal y entrase en el recinto universitario por la parte posterior del edificio. Supuse que se trataba de cautelas -probablemente exageradas- ante la eventualidad de que algún grupúsculo ultra protestase por la presencia de un nacionalista vasco en la Universidad de Granada. No le día más importancia, aunque más adelante pude comprobar que la preocupación del joven no carecía de fundamento.
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