En Madrid se celebra hoy, con gran boato y ceremonia, el segundo centenario de los sangrientos sucesos que se iniciaron en la ciudad el 2 de mayo de 1808. En la escuela franquista nos enseñaron que ese día dio comienzo en la Villa y Corte, la llamada Guerra de la Independencia; un conflicto en el que -según nos contaban- volvió a expresarse con la vehemencia y el tesón habituales, la secular adhesión de los españoles a una nación que, pese a las reiteradas invasiones extranjeras, estaba inexorablemente predestinada, desde la misma creación del mundo, a alcanzar su plenitud nacional, como unidad de destino en lo universal. Era una visión esencialista de la historia y de la nación, en la que nada habían tenido ni tenían que decir los españoles concretos, más allá de cumplir lealmente con la concreta misión que a cada uno de ellos incumbía en el cumplimiento de ese designio patriótico trascendente, que se situaba por encima de las voluntades individuales. Esta concepción teleológica de la historia, concluia con un corolario: Aceptar el rumbo «auténtico» de la historia, colaborando diligentemente con su avance y desarrollo, convertía a uno en buen patriota. Empeñarse en alterarlo o en ponerle obstáculos, por el contrario, era la vía más fácil para pasar a nutrir las filas de los traidores. (más…)
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