Ayer estuve en Granada. Asistí en respuesta a la invitación que una asociación de estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas de esta ciudad andaluza me había cursado meses atrás para participar en un ciclo de conferencias sobre los nacionalismos en el Estado español. Mi conferencia cerraba el ciclo. El lunes había estado el senador Bofill, de Esquerra Republicana y con mi intervención se clausuraban los actos.
En Granada lucía un sol brillante, pero soplaba un viento que atenuaba el calor. Salió a recibirme al aeropuerto el presidente de la asociación, un joven valenciano, inquieto, simpático y, según pude comprobar, muy interesado en el fenómeno nacionalista y su impacto político en el Estado español. Mientras nos dirigíamos en taxi hacia la sede de la Facultad, me llamaron la atención las indicaciones que mi acompañante daba al conductor del vehículo para que evitase la portada principal y entrase en el recinto universitario por la parte posterior del edificio. Supuse que se trataba de cautelas -probablemente exageradas- ante la eventualidad de que algún grupúsculo ultra protestase por la presencia de un nacionalista vasco en la Universidad de Granada. No le día más importancia, aunque más adelante pude comprobar que la preocupación del joven no carecía de fundamento.
Cuando llegamos a nuestro destino, me recibió un ordenanza muy atento, que me dio explicaciones detalladas en torno a dos árboles muy especiales que flanqueaban la puerta de acceso. Me aseguró que eran ejemplares singulares -únicos, según me dijo, en toda Granada- de especies arbóreas que encierran propiedades curativas. Eran residuos de la antigua Facultad de Farmacia, que ocupó aquellas dependencias antes de que llegasen a ellas los politólogos. El profesor de botánica dejó una huella curativa, que los científicos de la política trocaron en afirmación medioambiental.
Después tuve ocasión de saludar a la Vicerrectora de la Universidad, que me recibió cariñosamente y me contó que el equipo rectoral del que formaba parte, acaba de ser elegido, tras una riña electoral muy disputada. Han tenido más suerte que en la UPV. Allí todos votaban a favor de alguien. Aquí, se impusieron los que votaban en contra del único candidato. Triste realidad.
En el momento en el que daban las 12,00 del mediodía -la hora prevista para el inicio de la conferencia- entraron azorados en la sala de espera dos jóvenes estudiantes, miembros, también, de la asociación Politeia, que organizaba el ciclo. Nos dijeron que había un problema. Un grupo de jóvenes estaba agitando el ambiente y empapelando la Facultad con carteles de protesta.
– Oh no! Otra vez los de Bolonia- exclamó la Vicerrectora
– Se equivoca -repusieron los estudiantes- son carteles contra el señor Erkoreka y el PNV
Súbitamente, todos los asistentes esbozaron en sus caras un gesto de preocupación. Intenté tranquilizarles. Entonces me acordé de las prevenciones que tomó en el taxi el presidente de la asociación. Intenté tranquilizarles. Les dije que no se preocupasen por mí. Que no ibamos a suspender la conferencia porque alguien protestase por mi presencia. Que estaba dispuesto a dar la cara y sufrir el chaparrón.
Pensé, como ellos, que sería algún grupo de jóvenes de extrema derecha, adoctrinado por Jimenez Losantos y El Mundo -o el ABC que, a estos efectos tanto monta- para combatir con fiereza el nacionalismo vasco. Pero me equivoqué. Al bajar las escaleras pude leer los carteles recién pegados que embadurnaban las paredes y comprobé, con sorpresa, que las consignas que aparecían en ellos no eran las propias de los cachorros de la derecha nacional hispana. Eran los de la jauría radical autodenominada abertzale: Partido del Negocio Vasco. AHT-rik ez. Euskal Herria ez da saltzen. PSOEren morroi y otras lindezas por el estilo. Alguna, algo más original, hacía rimar mi apellido, Erkoreka, con frases malsonantes como mierda en la boca y cabeza hueca. Supuse que era un intento bienintencionado de expresar, con vena poética, que no les gusta ni lo que pienso ni lo que digo. No era buena poesía pero, ya se sabe, cada uno hace la poesía que puede.
En la sala de actos me esperaba medio centenar de personas. Y tras de mí, penetró en el recinto un grupito de jóvenes de ambos sexos entre los que aprecié la estética habitual de los jóvenes alegres y combativos que se dedican a ensuciar las paredes de Euskadi, consignando en ellas pintadas escritas con mala letra y peor ortografía. Uno de ellos portaba una pancarta plegada que supuse que iba a abrir tan pronto como diese comienzo a mi disertación.
En efecto, cuando concluyeron las presentaciones y la vicerrectora me cedió la palabra, el que portaba la pancarta, un joven delgado, de cuya oreja -no recuerdo ahora si diestra o siniestra- colgaba un largo pendiente, la desplegó con gestos decididos y se puso a gritar consignas contra mi persona y el partido al que pertenezco que, como se podrá imaginar el lector, si es que alguien se decide a leer estas líneas, no estaban aprendidas en las escuelas diplomáticas de mayor prestigio. Sus compañeros le jaleaban y aplaudían con gesto divertido. Así estuvieron durante uno o dos minutos, hasta que el de la pancarta volvió a plegarla y abandonó el salón por la puerta trasera.
Cuando se hizo la paz, me dejaron hablar con libertad. Pero en el turno de preguntas, tomaron de nuevo la palabra, para repetir con el gesto airado del jovenzuelo que convierte en dogma lo primero que aprende, las lindezas habituales. Soy un traidor a Euskal Herria. Un capitalista que oprime al trabajador y destruye el medio ambiente. Ya se sabe. Todas esas cosas que dicen los aprendices de Stalin que tanto se prodigan entre nosotros.
En el salón había cámaras de televisión. Una era de Tele 5. La otra, según me dijeron, de Canal Sur. O quizá de Localia, no supieron precisármelo. Grabaron escenas del acto, aunque ninguna de ellas ha trascendido. Si yo hubiese sido Rosa Díez o María San Gil, las imágenes de los jóvenes hostigándome hubiesen abierto todos los telediarios. Los titulares de portada hubiesen enfatizado el hecho de que, una vez más, las adalides de la libertad eran objeto del acoso de los intolerantes. Pero no soy ninguna de las dos. Soy Josu Erkoreka, diputado del PNV. Y claro, no es lo mismo.
Salí de Granada contento. Había conocido a gente excelente que se había desvivido por hacer agradable mi estancia allí. Les agradezco sus desvelos a la Vicerrectora, a la decana de la facultad y a los jóvenes de la asociación Politeia que me acompañaron en la ciudad. Sólo me traje una desazón. La decana me dijo que, por primera vez en la historia de la facultad, las protestas de los jóvenes estudiantes habían superado la frontera de lo civilizado, provocando actos de vandalismo y destrozos. Al escuchar eso, pude evitar ver en esa significativa «novedad» la mano de los jóvenes vascos de la Gazte Asanblada que, después de destruir su nido, se dedican a exportar sus eficaces técnicas para hacer oír la voz del pueblo. Recordé una entrevista publicada en GARA en la que un joven afirmaba que Euskal Herría puede exportar resistencia y combatividad.
Esta tarde, diversas circunstancias que no hace al caso explicitar, han hecho que me encontrase en el interior de un vehículo escuchando la COPE. En ese momento, emitían un programa que se llama algo así como «Las tardes con Cristina«. Varios contertulios intercambiaban opiniones e improperios en relación con la situación del PP y el «referendum ilegal» que quiere convocar el Lehendakari. No creo necesario precisar que ninguno de los que hablaban era amigo del PNV. Pero uno de ellos, Miguel Angel Rodriguez, portavoz que fue del primer Gobierno de Aznar, me llamó la atenció por la exquisita amabilidad con la que se refirió al nacionalismo vasco. Dijo que él nada tenía que reprochar al PNV porque, según él, está haciendo lo mismo que siempre ha hecho. Y por si alguien no había entendido el sentido de su comentario, remachó: «Las ratas siempre son las ratas«. Gracias Rouco, por mantener una emisora que tan vivos testimonios da de lo que es el amor al prójimo. He de reconocer que, en la sociedad de nuestros días, no resulta posible comprender el mensaje evangélico si no se escucha la Cope.
Si yo hubiese calificado de rata a alguien en una emisora de radio, tendría titulares estridentes por todos los lados. No tengo para olvidar el linchamiento mediático que padecí con ocasión del episodio del cabestro. Y una rata -creo yo- es algo bastante más asqueroso y repugnante que un cabestro, aunque pueda comprender el espontáneo atractivo que algunos sienten por aquellas.
Soy una estudiante de granada que pude asistir a la conferencia de la que habla en estas lineas. El momento del joven de la pancarta no pude verlo asi que no puedo opinar sobre ello, pero sobre la intervención de dos chicas que usted denomina «abertzales» sí. A mi parecer las chicas solo defendieron unas ideas que en euskal herria están muy presentes y usted en vez aclararle algunas dudas y preguntas que las chicas le formularon solo tuvo valor para reirse de ellas, y alguien que se rie de las ideas de una persona no merece mi respeto ni mi atención. _Y otro punto a devatir seria lo de laa reformas, en el cual usted dijo que su partido votaria rutandamente no, me dejó un poco sorprendida. Sin más me despido no sin decir que nunca había abandonado una conferencia y el día 28 tuve que hacerlo.
Nunca pensé que mis humildes reflexiones pudieran ser leidas, e incluso replicadas, con la rapidez con la que lo hace la «estudiante de granada (sic)» que firma como Amorrua. ¡Me he llevado una inmensa sorpresa! Pensaba, de verdad, que apenas se leían mis comentarios. Y que quienes lo hacían, accedían a ellos con notable retraso. Ya veo que no siempre es así.
La «estudiante de granada (sic)» asegura que no pudo ver el momento del «joven de la pancarta». ¡Que pena! Tampoco lo vieron las cámaras de televisión que anduvieron por allí. ¿Sería un sueño? ¿Una alucinación? Vaya usted a saber. A lo mejor es que la «estudiante de granada (sic)» prefiere no tener que emitir un juicio sobre aquel episodio y, para ello, dice, sencillamente, que no pudo verlo, para poder así concluir que no puede opinar sobre el particular.
Sin embargo, Amorrua aporta en su comentario unos datos que no se infieren de mi escrito. Lo que denota que estuvo allí y no precisamente lejos del grupo al que me refiero en el post.
Amorrua se presenta como «una estudiante de granada (sic)» pero no parece granadina. En cualquier caso -sea o no granadina- es evidente que tiene mucho que ver con Euskadi. Perdón. Con «euskal herria (sic)», como decían los carlistas. Entre los naturales y residentes en la ciudad de la Alhambra, poca gente firmaría como Amorrua, que en euskera significa rabia. Y tampoco es mucha la gente que, como Amorrua, se permite hacer apreciaciones sobre el tipo de ideas que «están muy presentes» en «euskal herria (sic)».
Amorrua me habla de «dos chicas» a las que yo, según ella, denomino «abertzales». Pero he repasado el post y en ningún momento hablo de «dos chicas» y menos aún les atribuyo el honroso título de «abertzales». Me da la sensación de que Amorrua, la «estudiante de granada (sic)» que tiene bastante que ver con «euskal herria (sic)», ha leído mi post excesivamente condicionada por su propia percepción de lo que ocurrió. Tan condicionada, que me atribuye cosas que no digo y plantea cosas imposibles.
También en la conferencia hubo una chica que me atribuyó cosas que no dije. No quiero sugerir que sea Amorrua, no. Sólo deseo destacar la curiosa coincidencia. Junto a ella, había otra, es verdad. ¿Será a ellas a quienes se refiere Amorrua cuando me atribuye falsamente que en el post hablo de dos chicas a las que, según ella, califico de «abertzales»? No. No es posible. Amorrua no puede referise a esas dos chicas, porque asegura que abandonó la conferencia antes de su conclusión y la segunda no habló hasta el final, cuando tomó la palabra por su cuenta, a pesar de que la vicerrectora hubiese dado por concluído el acto. Si Amorrua no se quedó hasta el final, ¿cómo puede saber que había una segunda chica que habló y de la que, según ella, me reí?
Algo no cuadra en todo esto.
Tampoco es cierto que «las dos chicas» de las que habla Amorrua me formularan «algunas dudas y preguntas». La primera que habló, expresó sus opiniones. Y les respondí que respeto sus opiniones, pero le pedí que no manipulara mis palabras. Con la segunda, apenas crucé palabra alguna porque, según he dicho, sólo intervino al final, cuando la conferencia se había dado por concluida. Es decir, en ese momento que Amorrua sabe que existió a pesar de que había abandonado la conferencia antes de su conclusión.
La acusación en la que se me reprocha la actitud de reírme de las ideas ajenas es, sencillamente, absurda. No todas me parecen igual de respetables, pero la risa la reservo para los chistes y las bromas. No para las ideas.
Finalmente, no alcanzo a recordar a qué propuesta de reforma dije yo que mi partido votaría «rutandamente (sic)no». Esa sobre la que Amorrua dice que constituye «otro punto a devatir (sic)». Uno de los asistentes me habló de reformas electorales, es verdad, pero le respondí que las aceptaríamos o no, «según cómo y con qué concretos contenidos se formulasen». Yo sólo me opongo rotundamente a las reformas que supongan una evidente regresión en las libertades y los derechos humanos.
Un cordial saludo, Amorrua, la «estudiante de granada (sic)» que tiene mucho que ver con «euskal herria (sic)» y que, como la chica de la conferencia, me atribuye cosas que no he dicho y sabe lo que ocurrió al final de la conferencia aunque asegura que la abandonó antes de su conclusión. Siempre estoy dispuesto a debatir -no devatir- con quienes hacen planteamientos razonables y razonados.
Señor Erkoreka.Yo estuve en su conferencia y me dio la impresion que usted no hubiera hecho esas dos preguntas que hace el Lehendakari y que si las hubiera hecho hubiera condenado antes a ETA.¿Me equivoco Sr.Erkoreka?.
Es que ni me imagino ocupando el lugar del Lehendakari