Hace dos años, la fiesta de la Rosa, que constituye uno de los principales hitos del calendario festivo de los socialistas, tuvo lugar en Barakaldo. Su protagonista fue -a parte de Zapatero, obviamente- Jesús Egiguren. Vivíamos momentos de expectación y esperanza. ETA había declarado el «alto el fuego permanente» y desde el entorno de la Moncloa se nos aseguraba que la relación entablada entre el Gobierno y la organización terrorista, que estaba en el origen del cese de sus actividades criminales, descansaba sobre bases sólidas. Se nos pedía confianza, porque aquello marchaba.
Todo el mundo sabía que Egiguren había desempeñado un papel importante en las conversaciones previas al alto el fuego. La prensa había dado cumplida cuenta de los encuentros que había celebrado en un caserío de Elgoibar. Y Zapatero quiso agradecérselo públicamente, convirtiendo la fiesta de la Rosa en una especie de homenaje a su persona y a su trayectoria.
Para expresar con una fuerte carga afectiva la gratitud colectiva que la familia socialista profesaba a Egiguren por su heróica actuación, el acto comenzó con una conocida canción de Pablo Milanés, que resonó con fuerza a través de la megafonía: «Yo pisaré las calles nuevamente/de lo que fue Santiago ensangrentada/y en una hermosa plaza liberada/me detendré a llorar por los ausentes«.
Según contó la prensa de aquellos días, era la canción que Egiguren ansiaba escuchar cuando la plaza vasca se liberase definitivamente de la opresión etarra.
Dos años después sabemos que se precipitaron. Desafortunadamente, debo añadir. Como en otras muchas ocasiones, los socialistas confundieron sus deseos con la realidad y se pusieron a aplaudir antes de que terminase la función. Se dejaron arrastrar por la ansiedad. Por la ansiedad de vender triunfos ponerse medallas. Pero la realidad avanza -cuando lo hace- a su paso, y no al que nosotros quisiéramos. Y el asesinato de Isaías Carrasco puso descarnadamente de manifiesto que Santiago sigue ensangrentada y que la plaza continúa sumida bajo la bota de los liberticidas.
Hoy ha vuelto a celebrarse en Barakaldo una nueva edición del día de la Rosa. Ha sido otra calculada puesta en escena de las huestes socialistas que avanzan, firmes y henchidos, hacia el pleno podería social. Y por las imágenes que he visto en televisión, que pretendían transmitir modernidad, progresía, estilo chic, optimismo, sonrisas, gente guapa, etc. creo que los bafles podían haber reproducido una canción de Victor Jara que habla también de Santiagao de Chile. Una canción que alude, en tono irónico, a los barrios ricos de Santiago donde la beautifun people local desarrollaba, en los tiempos del cantante chileno, su vida alegre y desenfadada de anuncio de Coca Cola. «Las casitas del barrio alto/con rejas y antejardin/una preciosa entrada de autos/ esperando un peugeot/ Hay rosadas, verdecitas/ blanquitas y celestitas/ las casitas del barrio alto/ todas hechas con recipol«.
Es el socialismo español de nuestros días, cargado de imagen, imagen e imagen.
Con torpes ademanes de aspirante a Lehendakari, Patxi López ha anunciado entre los atronadores aplausos de los presidentes socialistas de otras comunidades autónomas -que, por cierto, se pelean en casi todo, menos a la hora de cerrar filas a favor del candidato socialista a Lehendakari- otra manera de gobernar. Claro que sí. De darse el caso, que no lo creo, la suya sería otra manera de gobernar. La del gobernante teledirigido a distancia. La del que poner cara y voz a decisiones tomadas en Madrid.
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