El último fin de semana releí Los Justos de Albert Camus. Se trata de una obra de teatro que fue estrenada en París el 15 de diciembre de 1949. Su argumento nos remite a la Rusia zarista y desarrolla, con una extraordinaria agudeza, el modo en el que un grupo de terroristas -socialistas revolucionarios- afronta el dilema ético que se le presenta cuando, en el momento de ejecutar el atentado que habían planeado contra «el gran duque», descubren que la explosión de la bomba preparada, podía provocar la muerte de los dos niños que acompañaban al dignatario en el lujoso carruaje que le conducía al teatro.
Entre los personajes del drama, todos ellos muy bien caracterizados, destaca la figura de Stepan Fedorov, un activista que tres años atrás había sido detenido al cometer una acción terrorista y conducido a una cárcel en la que había padecido los rigores de un cautiverio brutal.
Stepan es un revolucionario puro e intransigente. Es la encarnación del fanatismo. En su jerarquía de valores, la revolución se sitúa en la cúspide. Todos los demás valores y principios se le subordinan de una manera tan absoluta que la revolución lo justifica todo: la mentira, la traición y hasta la muerte de un niño inocente. Para Stepan, la revolución constituye el único bien auténtico del mundo. Y la revolución es sinónimo de violencia. Ante quien opina que «la poesía es revolucionaria», objeta con firmeza: «Sólo la bomba es revolucionaria».
Mientras repasaba los diferentes actos de la obra, he descubierto que algunas de las conversaciones más logradas que incluye el texto, fueron subrayadas por mí la última vez que lo leí. Y francamente, creo que seleccioné bastante bien los pasajes destacados. Hoy, probablemente, hubiese hecho una selección muy parecida. Uno de los más sugerentes es, a mi juicio, aquel en el que Ivan Kaliayev, Boris Annenkov y Dora Dulebov discuten con Stepan sobre la licitud moral del asesinato de un niño en un acto de terrorismo revolucionario. Todos dudan, excepto Stepan, que es lineal e inflexible. La causa revolucionaria, para él, lo justifica todo. Absolutamente todo. Hasta las mayores bajezas y las más abyectas y viles actuaciones pueden ser legítimas si se llevan a cabo en nombre de la Revolución.
En un momento de la conversación, Dora, que actúa como una mujer afectivamente equilibrada, le espeta sin rodeos: «¿Tú podrías, Stepan, con los ojos abiertos, tirar a quemarropa sobre un niño?» Y Stepan, por su puesto, responde que sí, «si la organización lo ordenara». A partir de ese momento se inicia un cruce de argumentos que es soberbio:
«DORA: Abre los ojos y comprende que la organización perdería su poder y su influencia si tolerara, por un solo momento, que nuestras bombas aniquilaran niños
STEPAN: No tengo bastante corazón para esas tonterías. El día en que nos decidamos a olvidar a los niños, seremos los amos del mundo y la revolución triunfará.
DORA: Ese día la humanidad entera odiará la revolución.
STEPAN: Qué importa, si la amamos lo bastante para imponerla a la humanidad entera y para salvarla de sí misma y de su esclavitud.
DORA: ¿Y si la humanidad entera rechaza la revolución? ¿Y si el pueblo entero, por el que luchas, se niega a que maten a sus hijos? ¿Habrá que castigarlo también?
STEPAN: Si es necesario, sí, hasta que comprenda. Yo también amo al pueblo».
Más adelante, Annenkov, replica a STEPAN, pero este sigue encastillado en sus trece.
«ANNENKOV: Stepan, aquí todo el mundo te quiere y te respeta. Pero cualquiera que sean tus razones, yo no puedo dejarte decir que todo está permitido. Cientos de nuestros hermanos han muerto para que se sepa que no todo está permitido
STEPAN: Nada de lo que pueda servir a nuestra causa está prohibido.
ANNENKOV (con ira): ¿Está permitido entrar en la policía y hacer doble juego, como lo proponía Evno? ¿Tú lo harías?
STEPAN: Sí, si fuera necesario».
El punto álgido de la conversación llega cuanto Dora argumenta que «hasta en la destrucción hay un orden, hay límites». La respuesta de Stepan es de una coherencia que resulta brutal:
«STEPAN (violentamente): No hay límites. La verdad es que vosotros no creéis en la revolución (…) Y si esta muerte os detiene es porque no tenéis seguridad de estar en vuestro derecho. No creéis en la revolución»
Kaliayev cierra la conversación, con una reflexión muy perspicaz:
«KALIAYEV: Stepan, me avergüenzo de mí y sin embargo no dejaré que sigas. Acepté matar para abatir el despotismo. Pero detrás de lo que dices veo anunciarse un despotismo que, si alguna vez se instala, hará de mí un asesino cuando trato de ser un justiciero».
Al releer estas conversaciones no he podido evitar proyectarlas sobre nuestros particulares «socialistas revolucionarios». ETA se autodefine a sí misma como Organización Socialista Revolucionaria. Todos sus comunicados comienzan, indefectiblemente, con esta afirmación. Y que en su seno milita más de un activista que responde al perfil fanático y ciego de Stepan, nos lo demuestran cada vez que cometen una masacre inexplicable. ETA ha asesinado a policías y militares, pero también ha segado la vida a decenas ancianos, niños, mujeres embarazadas, trabajadores y seres humildes y ha causado daños ingentes a muchas personas desvalidas e inocentes. A la mayoría de la población, estos hechos le produce asco, indignación y desprecio. Pero el Stepan de turno, con pasamontañas blanco y txapela negra, los justificará en nombre de la causa, que lo sublima y legitima todo.
Nuestros particulares «socialistas revolucionarios» creen, también, que la revolución lo justifica todo; que no tiene límites; y que, si es necesario, se puede imponer a la humanidad entera para salvarla de sí misma y de su esclavitud. Pero su actitud, como denuncia Kaliayev, permiten vislumbrar «un despotismo» que convierte en asesinos a quienes se venden como justicieros. Si algún día tienen ocasión de implantar su idea de justicia, que Dios nos coja confesados. Será un régimen despótico, represor y brutal.
El que no quiera, que no lo vea. Pero está claro
no creo en disertaciones ni apremiar a mis colaboradores porque todas las ideas verdaderas deben realizarse en completa libertad solo a un déspota moral puede ocurrirsele que sus ideas sean libres mediante la esclavitud.espreferible verlas perecer que dejarlas al cuidado de esclavos para que las nutran
QUISIERA SABER SI HAY PLAZA LIBRE PARA LAS COLONIAS ORGANIZADAS EN SAN SEBASTIAN DE DIA 4 al 13 de julio,
Gracias
Excelente. Excelente. Excelente.
Josu,
Si cambias la «Revolucion» por la «Libertad» y a Stepan por George o por Donald o por Mitt (Mitt, si, ya sabes, el nuevo, el que continua con el Destino Manifiesto), te sale algo de mucha mas actualidad que lo que conocia el egregio pied noir.
Que leccion pretendes dar?