En Madrid se celebra hoy, con gran boato y ceremonia, el segundo centenario de los sangrientos sucesos que se iniciaron en la ciudad el 2 de mayo de 1808. En la escuela franquista nos enseñaron que ese día dio comienzo en la Villa y Corte, la llamada Guerra de la Independencia; un conflicto en el que -según nos contaban- volvió a expresarse con la vehemencia y el tesón habituales, la secular adhesión de los españoles a una nación que, pese a las reiteradas invasiones extranjeras, estaba inexorablemente predestinada, desde la misma creación del mundo, a alcanzar su plenitud nacional, como unidad de destino en lo universal. Era una visión esencialista de la historia y de la nación, en la que nada habían tenido ni tenían que decir los españoles concretos, más allá de cumplir lealmente con la concreta misión que a cada uno de ellos incumbía en el cumplimiento de ese designio patriótico trascendente, que se situaba por encima de las voluntades individuales. Esta concepción teleológica de la historia, concluia con un corolario: Aceptar el rumbo «auténtico» de la historia, colaborando diligentemente con su avance y desarrollo, convertía a uno en buen patriota. Empeñarse en alterarlo o en ponerle obstáculos, por el contrario, era la vía más fácil para pasar a nutrir las filas de los traidores. Hoy, las cosas se ven con menor dogmatismo y sacralidad. Al ciudadano de nuestros días, no resulta tan fácil venderle historias lineales y simples, de personajes buenos que cumplen misiones constructivas y trascendentes e individuos malos que se alían hasta con el demonio con el fin de impedir su realización. Por eso llama la atención el tono patriótico esencialista con el que algunas instituciones e intelectuales se empeñan en seguir celebrando la efemérides del 2 de mayo. Hace ya más de una década, cayó en mis manos un estudio de José Álvarez Junco, Catedrático de Historia del Pensamiento y los Movimientos Políticos y Sociales de la Universidad Complutense de Madrid, en el que se hacía una lectura crítica de la historiografía existente en torno a la Guerra de la Independencia. El trabajo formaba parte de un número monográfico de la revista Studia Historica. Historia Contemporánea, de la Universidad de Salamanca, específicamente centrado en el estudio del nacionalismo español. Su título, gráfico y significativo, y reflejaba con claridad la tesis que defendía: «La invención de la Guerra de la Independencia«. Álvarez Junco sostiene en ese trabajo que el conflicto iniciado en Madrid el 2 de mayo de 1808 fue un fenómeno complejo, en el que confluyeron factores diversos, que interactuaron con gran fuerza. La llamada Guerra de la Independencia, en su opinión, obedeció a los siguientes factores: * Fue, en primer lugar, una guerra internacional, que enfrentó a las dos grandes potencias del momento: Francia e Inglaterra. * En segundo término, fue, también, una guerra civil, que enfrentó a unos españoles con otros en torno a un conflicto dinástico y a un enfrentamiento ideológico. * Tampoco falta en el conflicto un claro componente xenófobo y antifrancés. En la jornada del 2 de mayo se escucharon más gritos que pedían la muerte de los franceses que el reconocimiento de la nación española. * En la movilización de la gente tampoco faltó una razón moral que veía a Carlos IV y su valido Godoy, como unos personajes deleznables que hacían sufrir a un príncipe inocente como Fernando VII. * En fin, se puede detectar igualmente un componente de cruzada religiosa contra el ateísmo ilustrado-jacobino moderno. En su interesante trabajo, Alvarez Junco analiza exhaustivamente la evolución que va experimentando a lo largo del siglo XIX, el nombre con el que políticos e historiadores se refieren al conflicto iniciado en Madrid en mayo de 1808. Originariamente se conoció como la «revolución», e incluso como «la guerra civil». Sólo con el paso del tiempo y el impulso de un nacionalismo español, que necesitaba ilustrar el inicio del siglo XIX con un heroico hecho de armas, empieza a imponerse la expresión «Guerra de la Independencia». Su conclusión es terminante:
«El nombre de guerra de la independencia es una creación cultural, como cualquier otro de los conceptos que utilizamos para interpretar el mundo. No surgió durante los sucesos de 1808-1814, sino más tarde, en los primeros años veinte y probablemente en relación con la rebelión de las colonias americanas, aunque no apareció como título de obras hasta los primeros treinta y no llegó a estar consagrado definitivamente hasta la segunda mitad de los cuarenta. Si la denominación se toma literalmente, es una abierta deformación de los acontecimientos a los que se refiere. Y el objetivo de tal deformación es claro: reforzar una visión de España como pueblo o nación que pueda servir de base para el Estado que está en curso de construcción. El mito de la guerra de la independencia se convertiría en el eje retórico fundamental sobre el que giraría un nacionalismo español emergente aunque, por razones que no son del caso aquí, encontraría problemas para afianzarse en el siglo XIX. Pero su vitalidad era suficiente como para desempeñar aún un relevante papel en la batalla propagandística de 1936-39»
Años después, Álvarez Junco recogió estas reflexiones en un excelente y voluminoso libro que publicó en 2001 bajo el título de Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX. La obra es un auténtico sacrilegio secularista para los que conciben la nación española como una especie de obra sagrada definida e impuesta por la Providencia. Por ello, no le han faltado réplicas. Una de las más aceradas ha sido la de Antonio Elorza, que en Euskadi es conocido porque ha dedicado una gran parte de su obra intelectual a denunciar -tergiversando, dicho sea de paso, citas, hechos y documentos- los excesos esencialistas, míticos, acríticos e irracionales del nacionalismo vasco. Pero Antonio Elorza no puede aceptar que esos esencialismos que critica en el nacionalismo vasco se den, también, en el nacionalismo español. España es otra cosa. Es una nación de verdad, no una nación imaginada, como la vasca. Es, además, una nación que se remonta en la historia más lejos que ninguna otra. Es la nación más antigua de Europa. Y esto no es leyenda, sino verdad incontrovertible. Por ello, reacciona enérgicamente contra el trabajo de Álvarez Junco. Lo hizo con especial fiereza, en un artículo que publicó en EL PAIS el 21 de noviembre de 2005, titulado «La nación española». En España, ya se sabe, las obsesiones nacionalistas más enfermizas, suelen estar defendidas por los no-nacionalistas como Elorza. Según Elorza, las tesis de Alvarez Junco no son asumibles, porque «los documentos dicen otra cosa». Basándose en una amplia serie de citas, sostiene:
«Hay una lucha armada que se autodefine de liberación y por la independencia desde el primer momento, y con esas palabras. A principios de junio de 1808, la Junta Suprema de Sevilla declara la guerra a Napoleón por la independencia y a partir de ese momento hay independencia hasta en la sopa. Luego de invención de la guerra de la Independencia, nada. El protagonista colectivo de la insurrección patriótica asume el nombre de nación, obviamente por la pluma de una minoría de ilustrados, y en nombre de la «soberanía nacional» exige una reforma política con la convocatoria de Cortes como eje. No es el debate en las Cortes lo que hace entrar en escena a la nación y a la soberanía nacional españolas; es la generalizada asunción de ambas lo que determina la convocatoria de Cortes. La Constitución procede de la nación española, y no a la inversa, surgiendo al mismo tiempo la imagen de su composición plural».
Recientemente, el no-nacionalista Antonio Elorza ha vuelto a recordar sus tesis, en un artículo publicado en el PAIS el pasado 28 de abril, que se titula «El dos de mayo y la nación«. Se nota que ha dedicado muchas horas a reunir datos que contribuyan a desmontar las tesis de Álvarez Junco. Cada académico tiene sus «motivos» para elegir los temas a los que va a dedicar su esfuerzo investigador y no parece difícil adivinar cuales son los que han conducido a Antonio Elorza a acumular materiales destinados a refutar los escritos de Alvarez Junco, a cuya obra se refiere de soslayo en el último artículo, cuando renuncia a «insistir en la crítica de obras recientes muy celebradas que borran ese enlace entre levantamiento, independencia y búsqueda de la libertad«. ¡Como le duele a Elorza que se pongan en evidencia los mitos nacionales de España! En cualquier caso, me temo que a Elorza le va a costar un poco convencernos de que todos los que participaron en los sucesos del 2 de mayo y en la guerra posterior, estaban pensando, exclusiva o principalmente, en sustraer a la nación española del yugo imperial francés. Y menos aún que tomasen de los franceses lo bueno -la idea liberal- pero no lo malo -la presencia de sus ejércitos-. Esperanza Aguirre ya está convencida. O al menos, parece estarlo. Pero los ciudadanos del siglo XXI son, en general, más escépticos en estos asuntos. A mí me parece bien que los españoles imaginen su nación como deseen, incluso alimentando el imaginario con datos históricos más o menos tergiversados. Sólo pido que nos permitan hacer lo propio a los vascos que identificamos a Euskadi como nuestra nación. Que nos permitan imaginar nuestra nación como ellos hacen la suya, contribuyendo a construirla como un proyecto colectivo que requiere aportaciones múltiples. Ni más, ni menos. Y sobre la actitud de los vascos ante el influjo napoleónico, ya hablaremos otro día.
[…] por Josu Erkoreka En el último post, prometía una referencia a lo que la llamada Guerra de la Independencia, supuso en el País Vasco. […]