El proceso de transición política abierto tras la caída de Mubarak –que, como ya se señalado, está siendo gestionado por una instancia militar conocida como Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas- tiene que afrontar y adoptar en los proximos meses una serie de decisiones que, sin duda, serán trascendentales para el futuro político de Egipto. Sin embargo, hasta la fecha existen enormes discrepancias sobre el modo de afrontarlas. Entre los partidos que van poblando el escenario político egipcio, se defienden, hoy por hoy, posiciones muy diferentes en relación a lo que ha de hacerse con los asuntos más controvertidos de la agenda política que el país tiene frente a sí.

Junto a la estatua de Omar Macram en una esquina de la plaza de Tahrir, foco principal de la revolución de enero
1.- Calendario Legislativo
La Junta Militar que conduce la transición ha dispuesto que en el próximo mes de septiembre se celebrarán elecciones legislativas y que “uno o dos meses después” tendrán lugar las presidenciales. Esta propuesta ha sido abiertamente refutada por la inmensa mayoría de los partidos de reciente constitución –Egipto, como todos los países que han conocido la caída de una dictadura, está viviendo una auténtica eclosión de siglas- bajo el argumento de que favorece manifiestamente a los Hermanos Musulmanes, que son, junto al Partido de Mubarak, los únicos que hoy por hoy cuentan con organización y recursos para afrontar unas elecciones. De hecho, el pasado jueves, todos ellos concurrieron a una manifestación en El Cairo que demandaba un retraso de los comicios parlamentarios. Los partidos políticos, incipientes, desestructurados, sin experiencia y sin liderazgos claros, en algunos casos, piden tiempo. “No hay que precipitarse”, sostienen; “no es posible, no es serio convocar elecciones tan sólo seis meses después de la caída del dictador”.
Existe la sospecha de que el Ejército ha podido pactar esa fecha con los islamistas, a cambio de que estos garanticen la paz social durante el período de transición. El acuerdo –según esta tesis- no obedecería tanto a la simpatía que los militares sienten por los Hermanos Musulmanes, cuanto al hecho de que son la única organización que cuenta con la estructura y la disciplina interna necesarias para asegurar la seguridad pública y la ausencia de algaradas perturbadoras. Pese a todo, la seguridad pública no se ha garantizado al cien por cien. En las últimas semanas han tenido lugar algunos atentados terroristas –principalmente contra la comunidad cristiana copta- que los partidos invocan como un motivo adicional para retrasar las elecciones. “No existe –dicen- la paz social necesaria para celebrarse unas elecciones plenamente libres”.
Ni qué decir tiene que los Hermanos Musulmanes se niegan rotundamente al retraso electoral. “Las elecciones deben ser en septiembre. Así está establecido y así debe hacerse”, argumentan. El resto de los partidos, por su parte, replican que si se pospusiese la cita con las urnas, no sólo dispondrían de más tiempo para organizarse, sino que contarían con más margen para desenmascarar a los Hermanos Musulmanes y poner al descubierto sus verdaderas intenciones.
Pero no todos los que reclaman el aplazamiento de las legislativas lo hacen con el altruista objetivo de ayudar a los partidos recién constituidos a que cojan músculo. En la conversación que mantuvimos con Amr Musa en la sede de la Liga Árabe –todavía sigue siendo su secretario general- adivinamos una cierta intención de beneficiarse personalmente del cambio del calendario. Él es partidario de retrasar las legislativas, por supuesto, pero para celebrar en su lugar las presidenciales. Y ni que decir tiene que abriga grandes y fundadas esperanzas para salir triunfador de las mismas. A nadie se le oculta que una alternación del calendario electoral en el sentido de lo que propone Musa, le convertiría, en el supuesto que de resultara elegido presidente, en una pieza clave para la gestión futura del proceso de transición
2.- El papel del Ejército
Las Fuerzas Armadas han sido, directa o indirectamente, un actor político de primer orden en el Egipto contemporáneo. De ellas han salido gran parte de los dirigentes que han gobernado el país desde la caída de la monarquía y no es exagerado afirmar que su presencia e influencia en la vida política han sido notables durante los últimos sesenta años. Por haberse negado a cumplir la orden de Mubarak de atacar al pueblo, fueron designadas por las organizaciones revolucionarias de la plaza de Tahrir para pilotar la transición. El ministro de Exteriores, Nabil El Araby, un diplomático ágil y bien amueblado, nos llegó a decir que, vista la experiencia vivida en otros países del entorno, los egipcios se sentían orgullosos con su Ejército por el modo en el que obró durante la crisis. Ahora bien, ¿cuál debe ser -y va a ser- su papel en el régimen político que alumbre la transición?
También en torno a este importante punto existen diferencias más que reseñables entre las fuerzas políticas. Los Hermanos Musulmanes son partidarios de reducir al máximo su rol; que se recluyan en los cuarteles y renuncien a hacer política. Entre los jóvenes revolucionarios de la plaza de Tahrir hay muchos que comparten, también, este criterio. No les gustan las formas paternalistas que están utilizando con ellos. “Cuanto antes se retiren del escenario, mejor que mejor”, afirman. “No olvidamos –añade otro- que con sus prácticas corruptas, todavía siguen controlando más del 30% de la riqueza del país”.
Pero entre los partidos laicistas –particulamente entre las mujeres- no faltan quienes piensan que sería una irresponsabilidad desactivar la única fuerza organizada que puede poner coto a los excesos en los que eventualmente puedan incurrir los Hermanos Musulmanes. Piensan en un Ejército configurado al estilo turco, constitucionalmente erigido en garante de la laicidad. Puede parecer paradójico, pero es así. Las formaciones políticas que más se aproximan a los estándares occidentales son los que con más énfasis reivindican el papel del Ejército. A nosotros, en Europa, el modelo turco nos parece un ejemplo de libertad vigilada y acostumbramos a ponerlo como ejemplo de democracia de baja calidad. No podemos concebir que las Fuerzas Armadas se dediquen, con el benplácito de la propia Constitución, a parar los pies a las mayorías democráticas. Para ellos, sin embargo, ese esquema es el ideal. Hasta el viceprimer ministro Yehia el Gammal, un prestigioso constitucionalista que coordina las comisiones en las que se está debatiendo la futura Constitución, nos dijo que el Ejército debía operar en el futuro como la garantía de un Estado civil y democrático. Como se ve, la sombra de los Hermanos Musulmanes y del resto de las formaciones de raíz islámica está planeando permanentemente sobre los actores políticos egipcios.
Con todo, no faltan quienes, incluso desde el terreno más laicista, apuestan por subordinar claramente el Ejército al poder político. Musa, al que las encuestas le auguran muy buenos resultados en unas elecciones presidenciales, nos dijo con claridad que: “No toleraré que ningún militar me dé órdenes”.
3.- Sobre el futuro régimen político egipcio
Los partidos no tienen claro si el sistema político que nazca de la transición ha de obedecer a un modelo presidencialista o a uno de corte parlamentario. Algunos no se imaginan un régimen distinto al presidencialista, porque la vida política en Egipto se ha desarrollado siempre, al menos desde la época de Nasser, en torno a referencias unipersonales y fuertes liderazgos. Pero tampoco faltan quienes miran con recelo la figura de un presidente que acumule excesivo poder y se convierta en una especie de faraón redivivo. La reciente experiencia de Mubarak sigue pesando muchísimo. Los Hermanos Musulmanes prefieren el parlamentarismo. También entre los jóvenes revolucionarios predominan los que miran con suspicacia el presidencialismo. El resto de los actores políticos prestan más atención al calendario legislativo y al peligro potencial de los Hermanos Musulmanes que a las características concretas del régimen político que parirá la transición. Piensan más en unas legislativas limpias y celebradas en igualdad de condiciones, que en la incidencia de unas presidenciales.
4.- El sistema electoral
Las comisiones creadas para diseñar el modelo político que regirá en Egipto una vez superada la transición, debaten, también, el sistema electoral por el que el pueblo elegirá a sus representantes. Los borradores avanzados optan por un sistema mixto que funciona por listas para elegir a un parte del Parlamento y por candidaturas unipersonales para cubrir el resto de los escaños. Los Hermanos Musulmanes prefieren las candidaturas unipersonales. El resto de los partidos, que carece, en general, de líderes conocidos y está explorando la posibilidad de organizar una gran coalición laica que pueda servir de freno a los islamistas, son más partidarios de las listas. De hecho están esperando a que se clarifique este punto para adoptar un decisión definitiva sobre la eventual constitución de la alianza electoral que proyectan.
Como cabe imaginar, este es un aspecto muy importante de la organización política, que puede influir de modo notable en el desarrollo futuro de los acontecimientos.
En el trasfondo de estas cuatro grandes cuestiones que marcan la agenda política, los egipcios muestran una notable preocupación por la situación económica del país y los problemas sociales que está generando. Pero el debate económico y social se pierde en un galimatías de vagas ideas y propuestas desarticuladas que hasta la fecha no ha adquirido verdadera entidad.
Sigue siendo muy interesante. Nos das una idea de lo que pasa allí.
Saludos.