
Con unas voluntarias de la Cruz Vermelha en su sede de Catembe
Hoy, los organizadores de la visita a Mozambique nos han trasladado a Catembe; un distrito de Maputo situado al otro lado de la bahía. Querían hacernos una demostración real -sobre el terreno- del ingente trabajo que los voluntarios de la Cruz Roja desarrollan en esta zona para concienciar a la población sobre la necesidad de utilizar con diligencia la red mosquitera que les ha de proteger de las picaduras mientras duermen, y para distribuir esta red entre los sectores de la población más vulnerables: Niños menores de cinco años y afectados por el VIH. Las mujeres embarazadas se encuentran, también, entre los colectivos más sensibles, pero los recursos son limitados y no hay redes para todos. Así de claro. Así de crudo.
Hemos cruzado la bahía en un trasbordador herrumbroso y viejo, que iba repleto de gente. Gente en proa, gente en popa y gente en el guarda calor. Pese a lo temprano de la hora -rondaban las ocho y media de la mañana- el barco era un hervidero humano. Para cuando subimos a bordo, en la parte central de la nave habían tomado posiciones ya, unos vehículos renqueantes, cuidadosamente aparcados por sus chóferes. Los automóviles rebosaban de viajeros; de unos viajeros que en ningún momento del trayecto abandonaron sus asientos, temerosos, acaso, de que algún avispado aprovechase su fugaz ausencia para sustraerles la localidad y dejarles sin pasaje. Sea como fuere, lo cierto es que mientras la nave hizo su trayecto, los ocupantes de los vehículos permanecieron sentados en sus respectivos lugares. No salieron ni a tomar el aire.
Ya en Catembe, nos hemos encontrado con uno de esos espacios abiertos típicos de las zonas de África más necesitadas. Era una especie de intermodal rústica, que hacía de gozne entre el transporte marítimo de pasajeros y el terrestre. La prominente gasolinera central, articulaba un amplio espacio de paso, encuentro y espera, sobre cuyo piso de tierra rojiza reverberaba un ancho y sucio charco, de coloración ligeramente verduzca. En los márgenes de la estación, compartían ubicación sólidos edificios de conocidas marcas con improvisados comercios erigidos sobre endebles entramados construidos con palos y toldos. Viandantes ágiles, transeúntes en espera y algún que otro pícaro profesionalizado, caminaban de un lado hacia otro, cuidando de no ser atropellados por los vehículos que cruzaban la plaza -llamémosle así para hacerlo más inteligible- tomando rumbo hacia los lugares más diversos y remotos.
Los vehículos de la Cruz Vermelha -la Cruz Roja local- nos han trasladado por un camino de tierra, ancho pero de piso muy irregular, hacia el punto en el que habíamos de encontrarnos con los voluntarios. Un grupo de jóvenes -negros, por supuesto- ataviados con una camiseta de color naranja, en cuyo pecho destacaba el símbolo de la cruz colorada, nos recibieron con una actitud de sumo respeto. Es normal. Les habían dicho que éramos parlamentarios, y eso, pesa. Después de las presentaciones, se pusieron manos a la obra.
Visitamos, en primer lugar, la chabola de una señora que tenía encamado a un hijo seropositivo de 34 años. Bueno, lo de encamado es un decir. Estaba tendido sobre un colchón tirado en el suelo. El chico gemía y articulaba muy pocas palabras. En un momento creí advertir que llamaba a su madre: “¡Mamá, mamá!”.
Los voluntarios instalaron la red con destreza, trepando por el hueco de la ventana y colgándola del techo. Se nota que han repetido la operación en un sin fin de ocasiones. Después impartieron a la madre un rápido cursillo, para adiestrarle en la técnica de plegar la red de día y recolocarla de noche. Todo esto es muy importante, para que la mosquitera resulte eficaz. A partir de ahí, la suerte de la familia queda confiada a la diligencia con la que la señora sea capaz de cumplir las instrucciones que los voluntarios de la Cruz Vermelha le han impartido. Y hablo de la familia, y no del joven postrado, porque al abandonar el lugar nos dijeron que tanto la madre como sus otros tres hijos son, también, portadores del Sida. Un descuido podría ser suficiente para que el parásito de la malaria se instalara en las venas de todos los miembros de la unidad familiar, minando definitivamente su ya precaria salud.
La escena es fuerte, lo reconozco. Conmueve. Despierta los más profundos sentimientos humanitarios.
Cuando nos retiramos, la señora sale a la puerta a despedirnos, acompañada de una pariente cercana, que se ha incorporado a última hora. Repiten insistentemente las palabras “obrigadas” y “canimambo” que, respectivamente, significan “gracias” en portugués y shangana. Son pobres, pero afrontan las adversidades con una gran dignidad.
Después, nos desplazamos a una comunidad en cuya plaza central -un recinto público cubierto y de planta cuadrangular- los jóvenes voluntarios comienzan a cantar una tonadilla africana que poco a poco va atrayendo al lugar a las mujeres y a los niños que se encuentran en el poblado. Uno se sorprende de la cantidad de crianças -niños- que pueblan todos los rincones de Mozambique.
Una vez reunida la población, los jóvenes de la Cruz Roja se sirven de una representación teatral, sencilla y muy participativa, para hacer ver a madres e hijos la importancia que reviste el uso responsable de la mosquitera. Unas y otros aprenden a velar por su salud, mientras se divierten con la obra. Es una técnica pedagógica muy eficaz. El acto parece una fiesta. El espectáculo es, sencillamente, extraordinario. Sin la directa implicación de los propios mozambiqueños, que conocen los hábitos y las categorías mentales de los lugareños, sería imposible captar su interés y conseguir que se tomen en serio algo tan importante para su salud como la instalación cotidiana de una red que les preserve de las picaduras letales.
La mañana ha continuado con otras visitas similares, en las que hemos podido seguir comprobando, en vivo, el entusiasmo, la entrega y el extraordinario bien hacer del personal voluntario de la Cruz Roja.
La última reunión la hemos mantenido con un grupo de mujeres afectadas por el Sida, que gestionan una pequeña granja de gallinas ponedoras. El trabajo les mantiene activas y útiles para la comunidad, elevando su autoestima. La granja está subvencionada por la Agencia Catalana de Cooperación.
No quiero concluir esta reseña, sin dedicar un pequeño homenaje -mi homenaje- a los voluntarios de la Cruz Roja que, en todo el mundo, son el testimonio vivo de que, incluso en un mundo como este, tan hedonista y marcado por el consumismo, hay un espacio para la solidaridad humana. La cultura del humanismo les debe mucho.
Cuando hemos regresado al hotel, he seguido por la televisión -saltando de la mozambiqueña a la angoleña, ambas en portugués- la ceremonia de toma de posesión de Obama. Todos dicen que Obama tiene frente a sí grandes retos. Y es cierto. Pero la visita a Catembe de esta mañana, me llevado a la persuasión de que todos tenemos mucho que hacer para mejorar este mundo.
Hola Josu.
He seguido con interés tus relatos desde mozambique. Algo conozco del trabajo que tantas personas realizan en el ámbito de la cooperación y siempre me ha llamado la atención el hecho de que es un motivo fundamentalmente humanitario y no político, el que lleva a tantas personas a involucrarse en estos proyectos, más allá de las diferencias políticas, ideológicas o de partido.
¿No ha sentido el Erkoreka parlamentario cierto distanciamiento con el oficio de la política y su reducida aproximación partidista?
Un saludo
Beñat
Kaixo:
No creo que la visión humanitaria y la política sean autoexcluyentes, no? Más bien creo que son aspectos totalmente independientes el pretender desarrollar una labor humanitaria y defender un determinado proyecto político, cada cosa en su ámbito.
Un saludo.
Kaixo Beñat.
Es posible que la tarea institucional aleje, a quienes la desempeñan, de la realidad cotidiana que viven la inmensa mayoría de los ciudadanos. Creo que no es mi caso. O, si prefieres, lo digo más matizado. Me empeño todos los días en que no sea mi caso.
Si has seguido un poco mi blog habrás podido comprobar que, más allá del trabajo que desarrollo en esa torre de marfil que es el Congreso de los Diputados, visito, siempre que puedo, municipios, empresas, asociaciones cultuales y centros tecnológicos de Euskadi. Procuro pisar suelo y no perder de vista a los ciudadanos, cuyas aspiraciones y inquietudes estamos obligados a encauzar los parlamentarios. No solo creo, como Aitor, que la labor humanitaria y la política son compatibles. Pienso que es obligación del político sentirse cercano y latir al ritmo de la sociedad a la que debe servir.
El viaje a Mozambique -escribo esto después de haber regresado- me ha resultado muy útil. No era un gran conocedor del mundo de la cooperación y lo visto y oído en torno a las asociaciones que trabajan en la lucha contra la malaria, me ha enseñado mucho sobre la entrega, el sacrificio y la solidaridad de los cooperantes. Un abrazo
Sr. Erkoreka, me ha gustado su reflexión sobre el viaje que ha realizado a Mozambique pero siendo practicos, de que forma un político como usted puede seguir ayudando a erradicar la Malaria?
Querido Maguila. Yo soy parlamentario. Mi manera de hacer política se articula a través del Parlamento. Y los diputados disponemos de la palabra y del voto, pero no tenemos una sola peseta de presupuesto. En consecuencia, nuestra contribución a la resolución de este tipo de problemas, que requieren muchos fondos, es más indirecta que directa. Podemos ayudar a concienciar a la sociedad, a difundir entre los ciudadanos los problemas más candentes y, por supuesto, a respaldar con nuestra imagen, nuestro discurso y nuestro voto las iniciativas que se tramiten en el Parlamento en la línea pretendida. Un abrazo.
Me gusta tu vida tan activa e intentando estar y estando en todos los rincones de nuestra problematica vida.
Inspiring. En realidad todos los del partido teneis una personalidad que puede ser de modelo a seguir. Y un conjunto majo para seguiros.
Jolín, mariasun, no me ruborices. Hacemos lo que debemos y lo que podemos. Un saludo.