¿Es posible que en el seno de una sociedad democrática occidental, un grupo de jóvenes de clase media se organice férreamente en torno a un líder sólido y fuerte siguiendo la pauta de una formación de corte fascista?
Los jóvenes protagonistas de la película alemana dirigida por Dennis Gansel que lleva como título «La ola» están convencidos de que no. La experiencia del III Reich es, a su juicio, de imposible reproducción en una Alemania que ya aprendió la lección y quedó escarmentada de la nefasta experiencia nazi. Sin embargo, el profesor encargado de enseñarles lo que es la Autocracia, pone en marcha una experiencia pedagógica que demuestra lo contrario.
Con un puñado de sencillas apelaciones a la disciplina, el orden, la igualdad, la solidaridad interna del grupo y la necesidad de compartir una misión colectiva que imprima a sus vidas anodinas un sentido más trascendente, es capaz de despertar en los alumnos, en el breve plazo temporal de una semana, unas pulsiones gregarizadas de expresión violenta que se sitúa en la antesala de una típica organización fascista.
Casi de modo imperceptible, el monstruo totalitario va creciendo en el grupo e inoculando a sus miembros los rasgos excluyentes y violentos de los grupos totalitarios, hasta aprisionar en sus garras al propio profesor, cuya biografía personal registraba unos complejos latentes que le predisponían a buscar compensación en el empeño de encarnar la figura de un líder firme, duro e incontestable.
La gráfica imagen de la ola, que avanza inexorable exhibiendo fuerza y derrochando energía, es elegida por el grupo de jóvenes como símbolo de su sólida unidad y su firme designio. Y envuelto en una retórica poética, atractiva y sugerente, el símbolo se añade al calor del grupo para seducir definitivamente a los alumnos. Sólo la clarividencia y la tenacidad de dos chicas del grupo -el género no es casual; creo que ellas están mejor dotadas para detectar estos procesos- es capaz de vislumbrar el aberrante rostro del monstruo fascista y de denunciar públicamente su gestación, hasta conseguir que aquella locura motorizada choque de bruces con la prosaica realidad.
El corolario del filme es de una gran plasticidad. No estamos a salvo de la tentación autocrática. El abrazo del grupo imprime al ser humano una fuerza pasional en la que muchos pueden tender a creer que se encuentra la solución a las pequeñas perturbaciones y desequilibrios de lo cotidiano.
Nunca debemos bajar la guardia. La responsabilidad colectiva nos obliga a seguir alerta para impedir que anide entre nosotros el engendro totalitario.
En efecto,
de alguna manera Josu, tenemos el ejemplo en Euzkadi.
Muchos de los «gudari» actuales no habían nacido en los años del dictador Franco.
Nacieron estando en pleno funcionamiento la democracia (imperfecta como todo sistema) pero con muchas mas oportunidades que las que tuvimos las generaciones anteriores y sin embargo la madriguera de ETA no deja de sacar cachorros.
Fenomeno curioso y no menos preocupante.
Debemos identificar en el DAFO los elementos de amenza y debilidad y convertirlos en fortaleza y oportunidades, cueste lo que cueste.
JELen