Cuando los diputados del Grupo Parlamentario Vasco damos alguna conferencia de prensa en el Congreso de los Diputados, suele ser habitual que los medios de Euskadi nos pidan una declaración en euskera, con el fin de nutrir, con fuentes originales, los informativos de radio y televisión que se emiten en lengua vasca.
Solemos procurar satisfacerles. Por una elemental amabilidad con los profesionales de la comunicación y, por supuesto, también, por el compromiso que tenemos con la normalización social de nuestra lengua.
No es habitual que reproduzcamos en lengua vasca todo lo que previamente hemos dicho en castellano. Lo más frecuente suele ser que resumamos en pocas frases lo esencial del mensaje que unos minutos antes hemos formulado en español.
El pasado martes, comparecí ante los medios para dar cuenta de las iniciativas del Grupo Vasco que se iban a tramitar a lo largo de la semana. Tras su conclusión, me dijeron que un periodista de El Mundo, había expresado públicamente su enfado por el hecho de que en la sala de prensa del Congreso de los Diputados, se estuviese prodigando tanto el uso de lenguas distintas al castellano. «Estoy hasta los cojones de tanto catalán y tan euskera», me dijeron que dijo el periodista en cuestión.
Al día siguiente, el ABC publicaba una breve reseña sobre el particular. Huelga decir que se trataba de una reseña quejumbrosa. O quizá sea más correcto decir que crítica. Bajo el título «Ruedas de prensa bilingües», la cabecera madrileña de Vocento afirmaba:
«En el Congreso de los Diputados se está imponiendo una práctica que no requiere leyes ni reglamentos. En las ruedas de prensa de los portavoces parlamentarios, los nacionalistas catalanes y vascos se dirigen a los periodistas en castellano y luego e nla otra lengua cooficial de su Comunidad. Josep Antoni Duran y Lleida pregunta primero si hay más preguntas en castellano, antes de pasar al catalán; Josu Erkoreka prefiere repetir en euskera lo que primero ha dicho en español. Así, los nacionalistas el uso de las lenguas cooficiales, restringido en la actividad normal parlamentaria al usarse sólo la lengua común de todos, por la puerta de atrás».
Es increíble hasta qué punto puede llegar la intolerancia lingüística de algunos. Si se alegasen problemas de organización o de coordinación entre periodistas que producen información en diferentes lenguas, la queja podría ser comprensible. A nadie se le oculta que si las comparecencias se dilatasen en exceso por mor de la emisión de unos mismos mensajes en dos lenguas diferentes, podría ocurrir que los últimos portavoces en intervenir lo hiciesen demasiado tarde para que sus declaraciones tuviesen cabida en los informativos del mediodía.
Pero no es esta la razón que invocan quienes denuncian el uso del euskera y del catalán en las ruedas de prensa. Lo que les molesta es que «los nacionalistas» -para el ABC, férreo defensor de la nación española, los únicos nacionalistas son los periféricos- cuelen el uso de estas lenguas «por la puerta de atrás», dado que, «en la actividad normal parlamentaria» sólo se emplea «la lengua común de todos».
Quien defiende estas tesis destila tanto sectarismo excluyente que no es capaz de discernir entre el uso de las lenguas en el hemiciclo -un uso reglado y sometido a una rígida disciplina de contenidos y tiempos, que el presidente de la cámara procura administrar- y su empleo de cara a los medios de comunicación. El primero es esencialmente pautado. Lo es en todos los parlamentos del mundo. El segundo sólo podría restringirse desde la intolerancia lingüística.
¿Nos querrán tapar la boca? ¿Acabarán organizando una campaña contra el uso de las lenguas cooficiales en la comunicación mediática? ¿Nos querrán obligar a salir al patio o a la carrera de San Jerónimo cada vez que vamos a hacer una declaración en euskera, catalán o gallego a algún medio de comunicación?
¡Dios mío, que rumbo lleva esto!
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