Siento defraudar a mis críticos, pero el triunfo de la selección española en la Eurocopa, no me ha producido problema gástrico alguno. Todo lo contrario. Estoy asistiendo al espectáculo propagandístico generado en torno a ese triunfo, con notable interés y -lo reconozco sin ambages- regocijo. Estoy descubriendo muchas cosas nuevas. He aquí algunas de ellas.
1.- A base de leer cierta prensa, había llegado a creer que las competiciones deportivas en las que participaban las selecciones españoles, nunca eran objeto de politización alguna. La politización del hecho deportivo -entendida como algo negativo- derivaba, siempre y exclusivamente, de la reivindicación de las selecciones deportivas vascas -catalanas, o gallegas, tanto da- que contaminaba la pureza del espíritu deportivo con espurios componentes ideológicos o partidistas. Ahora he descubierto que no.
Ahora he descubierto que una buena temporada de la selección española de fútbol puede servir para que el Gobierno practique descaradamente el «panem et circenses«, e intente ocultar con notable éxito las dificultades económicas que atraviesa el país, tras el velo apasionado de un triunfo deportivo que nos lleva directamente «al cielo«, o «a la gloria«. Y he descubierto, también, que una buena temporada de la selección española de fútbol puede ser aprovechada por los agentes del nacionalismo español para trabajar denodadamente en la consolidación de la (su) patria, reforzando los sentimientos de identidad y pertenencia a la misma.
Como señalaba muy gráficamente una carta publicada en la prensa española «Más allá de los motivos de alegría que se derivan de la superioridad que hemos demostrado en materia futbolística, creo que la mejor noticia para todos es el baño de patriotismo que nos hemos dado, sacar a las calles una bandera que nos une y que nos hace sentirnos orgullosos de pertenecer a una gran nación«.
Las editoriales, encendidamente patrióticas y ultranacionalistas, de la prensa acostumbrada a denostar la trayectoria política de los partidos a los que despectivamente tilda de «nacionalistas«, han sido soberbias. El siguiente fragmento, por ejemplo, está extraído de la editorial del ABC, que muestra su satisfacción por «el orgullo de millones de ciudadanos de exhibir sin ridículos complejos ni absurdos pudores su condición de españoles y su orgullo por la bandera nacional y por el escudo constitucinal que los jugadores lucen en el pecho. Miles de familias en toda España han colgado en sus balcones rojigualdas como muestra de sincera identificación con la selección y sus metas deportivas o, más sencillamente, con la idea de España como una gran nación«.
Si esto lo llega a escribir un nacionalista vasco, le hubiese llovido un inmisericorde chaparrón de críticas. El primero en hacerlo hubiese sido el propio editorialista del ABC. Pero si donde pone «vasco» se escribe «español«, un mismo mensaje puede pasar de ser indigno y despreciable, a alcanzar las más altas cotas de excelsitud.
Cuando Casillas, el más emblemático de los jugadores de la selección, afirma solemnemente ante el rey que «Me alegro mucho de ser español«, hace mucho más por la consolidación de la nación española que cuatro años de oposición crispada y patriótica del Partido Popular.
2.- A base de leer cierta prensa, había llegado a creer que sólo los encuentros deportivos en los que participan las selecciones deportivas vascas -catalanas o gallegas, tanto da- podían degenerar en «orgías patrióticas» -Nicolas Redondo dixit- o en revueltas violentas de algunos hinchas tan incontrolados como impresentables. Ahora he descubierto que no.
Ahora he descubierto que una buena temporada de la selección española de fútbol puede degenerar, también, en concretas expresiones cutres, zafias, antideportivas e incluso violentas. Al parecer, estas derivaciones no son privativas de la selección vasca. La imagen de los jugadores laureados celebrando el triunfo a base de beber whisky directamente de la botella, no pasará, precisamente, a la historia del deporte, ni será recordada como un gesto orientado a encumbrar los valores más excelsos de la cultura olímpica. Tampoco el episodio de la policía reprimiendo y deteniendo a los hinchas vandálicos que se dedicaban a destruir escaparates y mobiliario urbano, pasará a los anales del buen gusto y de la corrección cívica.
3.- A base de leer cierta prensa, había llegado a creer que sólo los nacionalistas vascos éramos sectarios e intolerantes con los que no compartían nuestro imaginario patriótico. Ahora he descubierto que no.
Ahora he descubierto que el nacionalismo español es el más obligatorio de todo. El más intransigente. El más intolerante. El que menos respeta y asume las voces discrepantes. El nacionalismo español no puede concebir que alguien a quien considera compatriota se declare partidario de una selección distinta a la española. Ni tan siquiera que pronostique -le guste o no el pronóstico- un resultado adverso para la selección española. Sólo admite el cierre de filas, sin fisuras ni discrepancias, con la selección española. Sólo admite la adhesión entusiástica y acrítica. La voz discrepante, se descalifica, se insulta y se zarandea sin piedad.
Tengo un dossier de lo que la prensa escrita publicado durante los últimos 10 días en relación a los que osamos pronosticar que España iba a perder ante Rusia. El listado de «elogios» es interminable. Pedro J. Ramírez nos ha llamado pigmeos. Menos mal que está él para proponer a la sociedad un inmenso modelo ético de respeto a la familia, lealtad conyugal y excelencia en la paternidad. Todavía recuerdo la lección que nos dio en el más conocido de sus contactos con Exuperancia Rapú Muebake. Ciertamente, Pedro J. es un gigante de la moralidad, que se puede permitir tacharnos de pigmeos al resto de los mortales. También nos han llamado mentecatos. Y antideportivos. Y aguafiestas. Y mezquinos. E incluso de ser indiferentes a «las ilusiones y sufrimientos de gran parte de los ciudadanos vascos«. Y nos han acusados por estar «carcomidos por un ego perturbado».
Gracias a todos. Gracias por lo que me están permitiendo descubrir.
Sólo lamento no poderles dar satisfacción. Ni estoy deprimido, ni padezco de dolores estomacales por el triunfo de la selección española de fútbol. Prefiero ver a la gente feliz que deprimida. Pero me sigue sorprendiendo que, en pleno siglo XXI, haya gente que por un triunfo futbolístico se pueda sentir más realizada.
Mientras tanto, intentaré sobrellevar con el mejor talante posible mi condición de pigmeo.
Desde hace mucho tiempo considero los nacionalismos como algo más bien pernicioso. Junto con otros ismos, no han parado de sembrar sufrimientos a lo largo de la historia.Es curioso con que facilidad entran en todos los sectores de la sociedad. Teniendo en cuenta que en la mayor parte la geografía española el nacionalismo llamado español está absolutamente abandonado –por no decir desprestigiado- a su suerte, llama la atención que el triunfo de una simple competición deportiva provoque semejante reacción masiva y unánime.Extasiados con el arropo de las banderas, la irracionalidad se contagia hasta extremos de locura y el ruido, la zafiedad y lo cutre se apodera de la calle: a las 4 de la madrugada presencie como un pringao de los que madrugan reclamaba el derecho a su descanso llamando la atención de unos energúmenos que con toda seguridad no han hecho la mili y que no paraban de tocar el claxon y gritar ¡España, España, España!Si esta actitud fuese un hecho aislado, no pasaría de ser una penosa anécdota, pero cuando se generaliza –como ocurrió anoche- y es contemplado por los demás con cierta normalidad… como mínimo debería provocar intranquilidad. Esto explica que en determinados nacionalismos periféricos con el generosísimo apoyo de sus administraciones, cale tan hondo la cosa que algunos de sus cachorros a pesar de vivir en una sociedad permisiva hasta la memez y con más opulencia que nunca, no duden en colocar una bomba y cargarse al azar unos cuantos “enemigos potenciales” para ir haciendo patria.
Estimado Josu.No acabo de entender del todo su empeño en comentar el tema de la selección española de futbol ¿Hay política en el deporte? si la respuesta es afirmativa convendrá conmigo en que tanta política hay en el campeones, olé de la española como en el euskal selekzioak, bai de la nuestra. Si la respuesta es negativa, ¿a qué viene tanta alharaca? reconocer un triunfo de 11 chicos en pantalón corto vestidos de rojo en un juego de pelota es un hecho lógico, identificarse con el grupo hasta la emoción, un sentimentalismo (por el rio nerbión bajaba una gabarra…) Utilizarlo para reivinidicar lo tuyo, pura política. ¿Ó.. .no?.Un saludo.Beñat
Comparto en buena parte negativa impresión con la que Daniel afronta las celebraciones demasiado estridentes de los triunfos deportivos, hábilmente trocados en grandes logros nacionales. Afortunadamente, yo pude dormir bien la noche del domingo al lunes, aunque algún energúmenos se acercó también al entorno de mi casa tocando el claxon.Obviamente, no comparto la percepción que tiene sobre los nacionalismos. Creo que, en sí mismo, el nacionalismo no es bueno ni es malo. Según el modo en el que se viva y se practique puede ser excelente, o puede llegar a ser repulsivo. Personalmente, no me acaba de gustar el modo en el que se manifiesta en la competición deportiva, porque tiende a exacerbar los aspectos más excluyentes de la idea nacional.Suscribo la crítica que formula a los que, pese a vivir en una sociedad permisiva hasta la memez y con más opulencia que nunca, no dudan en colocar una bomba y cargarse al azar unos cuantos enemigos potenciales, aunque puedo asegurarle que ni esa es la expresión mayoritaria del nacionalismo vasco -personalmente, incluso dudo que sea una expresión del nacionalismo vasco- ni creo que sea justo y exacto afirmar que sus actos de vandalismo cuenten con el generosísimo apoyo de sus administraciones.Beñat me plantea, con acierto, una cuestión de fondo. La gran cuestión que subyace aquí es la de la manipulación del deporte con fines políticos. Una cuestión que no es nueva y sobre la que se ha debatido mucho. Personalmente, creo que sería bueno que no existiera. Cuando vemos una gran prueba de 1500 metros, por ejemplo, para quienes disfrutamos con ese deporte, ¿que más da que el campeón sea británico, como eran Coe, Owett o Cram, marroquí como Aouita o español como José Luis González? Pienso que los valores olímpicos se empañan un poco cuando el deporte se pone al servicio de la política. Pero la realidad es la que es. Y durante estas últimas semanas, los titulares han venido repletos de referencias nacional-deportivas. La actualidad se impone. Yo me he limitado a poner de manifiesto las contradicciones en las que incurren los que nos acusan a los nacionalistas vascos de politizar el deporte cuando ellos actúan como se ha podido comprobar que lo hacen.