Me ha llamado inmensamente la atención, el revuelo que se ha organizado por unas declaraciones que hice el martes en el Congreso de los Diputados, en las que sostuve que los cabestros es mejor tenerlos atados en corto que pastando libremente. Una semana de pascua vacía de contenidos informativos, ha hecho que una anécdota irrelevante como esta -nunca le dí una trascendencia mayor- pueda convertirse en titulares de portada y comidilla central de columnistas y tertulianos, que tienen que rellenar su espacio con asuntos de actualidad y se aferran al primer asidero que encuentran para cumplir con su cometido y salvar, así, los ingresos semanales.
El chaparrón de calificativos que me ha caido durante estos días es digno de mejor causa. Me han llamado de todo. Empezando por algún medio radiofónico presuntamente católico que, desde primeras horas del miércoles, proyectó sobre mí el mensaje central del nuevo testamento: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado; en eso conocerán que sois mis discípulos«. En una semana tan señalada del calendario católico como la de pascua, era lógico que la radio de la cadena episcopal se esmerase en poner en práctica el mensaje de amor de Jesús. Y me ha tocado a mí desempeñar el papel de prójimo amado.
Afortunadamente, creo que las aguas están volviendo a su cauce. De hecho, ya para el jueves, gran parte de los medios habían desviado su atención hacia los sombreros de Carla Bruni, y la historia de los cabestros había empezado a desaparecer de los focos de interés mediático. Todavía habrá columnistas que me dediquen algún elogio, es cierto. Nos falta por leer la prensa de mañana domingo, en la que, como suele ser habitual, distinguidas firmas del panorama intelectual y literario español, disertarán sobre esto y aquello con la autoridad y la sagacidad propia de los grandes pensadores. Pero salvada la jornada dominical, me parece que estoy en condiciones de pasar página y olvidarme del episodio.
Probablemente no acerté en la metáfora. Lo asumo. Si hoy tuviera que repetir la rueda de prensa del martes, me abstendría de hacer el comentario de los cabestros. Pero lo hecho, hecho está. Y ya sólo me queda esperar que Bono no dé cumplimiento a su amenaza de que a los nacionalistas -se entiende que a los vascos, catalanes y gallegos, porque los nacionalistas españoles son, para él, una especie inexistente- «les atizaría con un listín telefónico«. La prensa que ha divulgado con tono alarmado mis declaraciones, apenas ha hecho notar el dato -al parecer, irrelevante- de que horas antes, el ex-ministro de Defensa Bono nos había dedicado estas amables palabras. Los malos, ya se sabe, siempre somos los mismos, para cierta prensa. Y el puesto de portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados lleva con el sueldo la necesidad de afrontar la manipulación, la crítica, la descalificación e incluso el insulto de ciertos medios. Nadie consideró que el comentario de Bono podía ser interpretado como una apuesta por el ejercicio de la violencia contra el discrepante político. Y todos consideraron que mi alusión a los cabestros era manifiestamente insultante.
Concluyo con lo dicho. Paso página y confío en que si Bono resulta elegido presidente de la cámara baja, no me golpee con un listín telefónico cada vez que subo a la tribuna para sostener tesis que no sean de su agrado.
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