Hoy he hablado por teléfono con un significado diputado del PP que ha sido reelegido por su circunscripción para seguir ocupando escaño en la cámara baja durante los próximos cuatro años. Obviamente, hemos hablado de los resultados de las elecciones. Es lo que toca.
Mi interlocutor daba por seguro que, en breve, su partido iba a abordar el relevo de Mariano Rajoy. «Los resultados no han sido catastróficos -me decía- y, por tanto, va a ser posible llevar a cabo una sustitución tranquila, sin traumas ni estridencias«.
Al referirnos a los asombrosos apoyos obtenidos por el PSOE en Euskadi y Catalunya, le adelanto mi tesis: «El PSOE se ha beneficiado en ambos territorios de enfrentarse a un PP al que ha presentado a la opinión pública como el enemigo público del nacionalismo, el autogobierno y las libertades». No hablo a humo de pajas. Los datos son elocuentes. En Catalunya, el PSOE ha sacado al PP una diferencia de 18 escaños. En Euskadi, la ventaja ha sido de 6 escaños. Así pues, sólo en Catalunya y Euskadi, los socialistas han dejado a los populares una diferencia de 24 escaños. Si tenemos en cuenta que, en el conjunto del hemiciclo, la diferencia entre ambas formaciones sólo asciende a 16 escaños -el PSOE suma 169 y el PP 153- la conclusión es clara: Lo que a Zapatero le ha aupado al triunfo ha sido su capacidad de venderse en Euskadi y Catalunya como el único escudo capaz de protegernos frente al PP.
Al escuchar mi razonamiento, el diputado popular me ha respondido, medio en broma, medio en serio, que si Euskadi y Catalunya fuesen independientes, el PP habría ganado estas elecciones. «Con estos datos en la mano -añadió- no sé si a partir de ahora nos interesa hacernos independentistas en ambos territorios«.
Considero que el voto emocional después del asesinato de Isaías Carrasco ha impulsado a una gran mayoría a votar al PSE. Si no hubiera ocurrido el asesinato, ni hubiera habido tanta diferencia entre PP-PSOE ni hubiera ganado el PSE las elecciones en Euskadi.