La semana pasada fui al cine a ver La buena nueva; una película de Helena Taberna, en la que se representa la dramática historia personal de un joven sacerdote navarro que, en vísperas de la insurrección armada de julio de 1936, es destinado a un pueblo ferroviario e industrial que goza «de justa y bien merecida fama de republicanismo de izquierdista en el fondo monárquico y derechista que domina abrumadoramente toda Navarra«.
El filme refleja el conmovedor desgarro interior que produce en el cura, la dificultad de predicar los valores evangélicos -el amor al prójimo, la caridad y el perdón- en un momento y un lugar en los que la Iglesia católica se encuentra volcada en avalar un movimiento -el de Franco- que, desde una actitud profundamente anticristiana, promueve el odio, ejerce la violencia más brutal y asesina despiadadamente a inocentes de toda laya, por el sólo hecho de considerarlos disidentes. Paradójicamente, su misión pastoral le lleva a enfrentarse a los soldados de la Cruzada y a solidarizarse con los ateos e infieles, a quienes identifica como la auténtica encarnación de la imagen evangélica del pobre marginado.
La obra está inspirada en el conocido libro autobiográfico que el sacerdote Marino Ayerra publicó hace ya muchos años bajo el llamativo título Malditos seáis. No me avergoncé del Evangelio.
Es una buena película. Bien construida y dignamente interpretada. Se la recomiendo tanto a los que hayan leído la obra de Marino Ayerra, como a los que no lo hayan hecho. Los primeros tendrán ocasión de reflexionar una vez más en torno a los retos y dificultades que ha de afrontar la traslación al cine del discurso literario. Los segundos encontrarán motivo para dar una vuelta más al papel que desempeñó la Iglesia católica en la guerra civil española.
Sin embargo, en el filme he advertido una laguna. La película representa a un municipio «rojo«, entre cuyos vecinos son hegemónicas las inclinaciones izquierdistas y republicanas. De modo que la «salvífica» tarea de los insurrectos se centra, básicamente, en la persecución de gentes de izquierdas.
En lo esencial, esa representación es respetuosa con la obra original de Marino Ayerra. Pero el libro en el que se inspira el trabajo de Helena Taberna, refleja una realidad sociopolítica algo más compleja que la que registra el filme. Entre los perseguidos por el bárbaro y cruel ciclón sangriento que recorre Navarra a partir del 18 de julio de 1936, se encuentran, también, algunos nacionalistas vascos que padecen similares vejaciones e injusticias. Y don Marino se hace eco igualmente de esa persecución, que era -si cabe la observación- la más chocante de todas, porque se trataba de hombres y mujeres que profesaban una profunda fe católica. Asesinar indiscriminadamente a los «rojos» en nombre de Cristo, era una aberración. Pero hacer lo propio con creyentes convencidos, de misa y comunión diaria era, además, un absurdo sin sentido.
Marino Ayerra recuerda, por ejemplo, la tensa conversación que mantuvo en Pamplona con Manuel Aranzadi de quien afirma que era «católico, apostólico, romano, pero no requeté, ni falangista, ni monárquico […] sino nacionalista vasco«. Aranzadi, visiblemente alterado, le recriminó, como miembro del clero, que estaban «haciendo a Cristo […] Rey del asesinato y del crimen«. Y describió, gráficamente, lo que estaba ocurriendo en Navarra como una «salvajada con estola, capa pluvial, báculo y mitra, de Cardenales, Obispos y curas, directa o indirectamente cómplices, fautores o inductores, cuando no ejecutores -que los ha habido también- de matanzas y asesinatos con todas las agravantes jurídicas«.
Ayerra anota igualmente el asesinato de tres nacionalistas vascos, padre y dos hijos, apellidados Lizarraga y vinculados con la sociedad de fundiciones de Alsasua. Uno de los hijos se confesó con él antes de morir y, entre otras cosas, le refirió lo siguiente:
«He sido y soy nacionalista vasco; pero no es un dogma católico el sistema unitario de España, ni aun siquiera el Estado mismo español, y dentro de la fe, y aun dentro también de España, cabe el ser muy católico y sentirse muy vasco y a la vez querer la autonomía de Euzkadi. He sido nacionalista vasco porque creí que nada había en ello de malo. Y he trabajado en las últimas elecciones la candidatura vasca, más que nada, se lo aseguro, por creer que así contrarrestábamos la obra antisocial y anticristiana de otras tendencias irreligiosas que iban difundiéndose por nuestro país en los últimos tiempos»
Estos testimonios encierran una enorme plasticidad de cara a poner en evidencia las contradicciones y los niveles de iniquidad de un movimiento que se declaraba católico militante, pero perseguía brutalmente a creyentes apostólicos como Manuel Aranzadi y asesinaba sin contemplaciones a gente de convicción cristiana tan firme como la de los Lizarraga.
Sin embargo, nada de esto aparece reflejado en la película. Es una pena. El filme registra la persecución de la que fueron objeto los rojos, pero apenas deja esbozada la represión que padecieron los nacionalistas vascos, con lo que el retrato de la situación queda ligeramente sesgado. Creo que la verdad histórica hubiese salido mejor parada si el filme se hubiese hecho eco, también, de estos pasajes del libro.
La película es bastante normalita. La ambientación de la época deja bastante que desear, y por otro lado los malos son demasiado malos y los buenos demasiado buenos.Yo más que la laguna nacionalista, que en el contexto de la historia contada me parece algo absolutamente trivial, destacaría el hecho de que la Iglesia Católica no sale muy bien parada con su apoyo vergonzante a un determinado sector.Pero no hay que irse tan lejos en el tiempo, en fechas mucho más cercanas, en Euskadi con demasiada frecuencia –y no siempre en solitario por cierto- da muestras de ciertos apoyos y comprensiones localistas a causas de muy distinto signo a la que se produce en la película, pero que no por ello a algunos nos despierta menos repugnancia.
Sobre la bondad o maldad de la película, nada tenemos que discrepar, Daniel. Es cuestión de gustos. Y no era previsible que de un trabajo cinematográfico elaborado en los términos y condiciones en los que se elaboró ésta, salieran nominaciones para los Oscars.
La ambientación es mejorable, lo admito. Pero de las películas hechas con ese presupuesto -no hablamos de una superproducción americana- hay muchas en las que ese aspecto queda bastante más descuidado.
Sobre el excesivo énfasis en la bondad de los buenos y la maldad de los malos, te he de recordar que la película pretende llevar al cine el testimonio personal de un cura que vive en la Navarra de 1936 las experiencias que cuenta en su libro. Y en esas experiencias -así son las cosas- unos son bastante malos y los otros, en general, bastante buenos. Se podía haber adulterado el testimonio personal de Don Marino, pero creo que tampoco era cuestión, ¿no?
Sobre la Iglesia católica y la guerra civil, le he de hacer una precisión. La película refleja la posición de la Iglesia en Navarra, donde Marino Ayerra es, claramente, una excepción. En Gipuzkoa y Bizkaia, la cosa fue radicalmente distinta. La mayoría del clero se mantuvo en su sitio con gran dignidad. En contra de la violencia, en contra del fascismo y a favor de la democracia y de los derechos humanos. Cuando se habla de la Iglesia y la guerra civil, siempre hay que reservar un capítulo aparte para el clero vasco, que jugó un papel distinto. Un papel, por cierto, por el que fue duramente represaliado por el franquismo.
Sobre la Iglesia vasca de hoy hablaremos otro día, si no tiene inconveniente, a ser posible huyendo de los tópicos habituales de la prensa conservadora hispana, que confunde fe en Dios con fe en España.
En fin, a usted le parecerá trivial el hecho de que la película oculte la represión de la que -también- el nacionalismo vasco fue objeto en la Navarra posterior al alzamiento, pero a mí no. Hay una larga serie de libros -que arranca de Ramón Sierra y sigue con Jaime del Burgo, acabando en los libelos rabiosamente antinacionalistas vascos que hoy es posible encontrar en el mercado todos, como se ve, de honda raigambre democrática- que niega esa represión.
Un saludo
Desde el consenso en cuanto a la deficiente ambientación de la película, vaya por delante que a mí me interesa muchísimo más la Iglesia vasca actual que la del pasado. No quisiera yo pecar de anticlerical pero, con las excepciones que se quiera, es ocioso hablar del comportamiento general de la Iglesia católica en la guerra civil española y años subsiguientes.Por otro lado, el buen entendimiento entre religión y poder suele ser una constante en tiempo y lugar que no creo que sorprenda a nadie. La religión suele tener vocación de poder, y el poder, cuando se prolonga en el tiempo, acaba teniendo siempre tintes religiosos.En cuanto a ver diferencias sustanciales entre el clero vasco, navarro o manchego, me parece otra forma más de hilar demasiado fino para sacar nacionalismos con calzador.Ya sé que decirle estas cosas a un nacionalista es como mentar la soga en casa del ahorcado, pero como le considero una persona tan valiosa que incluso podríamos decir que su defecto mas destacado es la de ser nacionalista, permítame esta licencia.El caso es que las diferencias significativas yo las veo más entre individuos concretos que entre grupos de personas, sobretodo cuando se discurre con fluidez, sin dirigismos y en libertad.Respecto a la represión franquista, siempre me ha llamado la atención el victimismo del que hacéis gala los nacionalistas, como si Franco no hubiera extendido absolutamente por todo el territorio español, y sin ninguna sutileza, su cuartelera y ramplona forma de gobernar. Por cierto, el confundir la fe en Dios con la fe en la Patria, suele ser otra de las cosas típicas de los nacionalismos en general. Desgraciadamente, no es mi caso que tengo la mala suerte de no gozar de ninguna de las dos.Un saludo
Hola:No hay que vivir en el pasado pero tampoco es recomendable olvidarlo. Y lo cierto es que el comportamiento del clero vasco fue distinto al de otras regiones, no sé si por sus simpatías o afiliaciones particulares o por simple diferencia individual dentro del conjunto del clero de la iglesia estatal. Pero en este último supuesto no me negará que es curioso que la mayoría de los individuos del clero vasco actuara de forma diferente a la mayoría de individuos del resto del clero. Inferir la existencia de un sentimiento más profundo a partir de este hecho puede que sea hilar demasiado fino, pero negar el hecho en sí es querer ocultar la realidad. Ahí están los curas vascos fusilados o encarcelados que lo atestiguan.En cuanto a la represión franquista, efectivamente la sufrió el conjunto del territorio español, pero con mayor virulencia, si cabe, las provincias traidoras nacionalistas. A modo de anécdota, le diré que a mi aita, durante el servicio militar, su oficial superior, valenciano, no le creía cuando le decía que en euskadi se encarcelaba por hablar en euskera. Si aquí siempre hemos hablado valenciano y no ha pasado nunca nada le contestaba. Como digo el comentario no es más que una anécdota, pero creo que ilustra bien como se vivió la represión en un lugar u otro. Eso y la manipulación que se ejercía, ya que al parecer la gente no se enteraba de cómo estaban las cosas en otras regiones.Respecto a confundir las diferentes fes que se profesen, hay una sutil diferencia entre querer desarrollar una labor política y social en la que se incluyan valores éticos de origen cristiano y querer imponer una forma de gobierno utilizando como excusa la supuesta defensa de esos mismos valores, erigiendose como su único defensor e invocando el bien de la patria. Aunque supongo que también esto es hilar demasiado fino.Un saludo
¿Para cuando una película en la que podamos ver los asesinatos de paracuellos y los desmanes cometidos en las cárceles del PNV? Me aburre la reiteración de la misma perspeciva en las películas sobre la guerra civil