Ayer por la tarde, Moratinos compareció ante la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso, para dar cuenta de las actuaciones llevadas a cabo por el Gobierno en relación con el espinoso asunto de los vuelos de la CIA que hicieron escala en aeropuertos europeos en sus viajes hacia Guantánamo.
Su posición no ha variado, en la esencial, de la que mantuvo en la última comparecencia que ofreció sobre el particular, el año 2005. Entonces afirmó que no le constaba en territorio español se hubieran producido escalas de aviones dedicados al transporte de presos talibanes hacia el penal cubano. Ayer se reiteró sobre este extremo: «con la información de que disponemos hoy -aseveró- no hubo escalas».
Claro es que, hace tres años, no desveló que el Gobierno de Aznar había autorizado a la administración estadounidense a utilizar suelo español a los vuelos destinados a «trasladar prisioneros talibanes y de Al-Quaeda desde Afganistán hasta la base de Guantánamo, en Cuba«. ¿Por qué no lo hizo, tratándose, como se trataba, se un dato relevante para el asunto de la comparecencia? Porque, al parecer, lo ignoraba. Eso dejó entrever ayer.
Pero como ahora no podía, ni ocultar ni negar, la existencia de esta autorización -un escrito que delataba su existencia fue filtrado y publicado recientemente en el diario El País- Moratinos ha precisado que no se aplicó jamás, porque no se produjo ni una sola de las escalas que el escrito consentía. Bueno, para ser más exactos, lo que dijo es que se puede asegurar que la autorización no se aplicó, con arreglo a «la información de que disponemos hoy«.
Esta precisión, aporta al ministro una sólida cobertura argumental. Si mañana se filtran y afloran a la opinión pública nuevas informaciones que ahora se encuentran ocultas o no son conocidas por él, Moratinos siempre podrá decir que no formaban parte de la «información de que disponemos hoy«, aunque se trate de documentos que se generaron en su propio Ministerio y habían de ser custodiados en sus archivos. No sería la primera vez.
En este terreno, el Gobierno siempre juega con ventaja. Como resulta muy difícil para el común de los mortales, acceder a los documentos de la Administración calificados como de Secretos o Muy secretos, no hay más remedio que creerle al ministro de turno cuando asegura que «con la información de que disponemos hoy» se desconoce lo que en ellos se consigna. Y si, por casualidad o por mala entraña, alguno de esos documentos es filtrado a la prensa y llega a ser de dominio público, el Gobierno podrá salir airoso del trance, asegurando que había desaparecido del archivo o desconocía su existencia.
La estrategia, en definitiva, es sencilla: negar, mientras sea posible ocultar. Y cuando no lo sea, echar la culta al responsable de custodiar la información o poner cara de sorpresa asegurando que se desconocía su existencia.
Hasta aquí todo está claro y obedece a lo previsible. ¿Quién desconoce la existencia en la Administración del Estado de amplios espacios de opacidad impenetrable? ¿Quién puede ignorar que esa opacidad ha proporcionado a los gestores públicos eficaces coartadas para el debate público y parlamentario?
Pero la cosa empieza a enturbiarse cuando, en una comparecencia como la de ayer, tras escuchar las explicaciones del ministro, el portavoz del PP, Gustavo de Arístegui, se declara satisfecho con la información suministrada por él, y afirma, complacido, que «estábamos convencidos de que no se habían producido violaciones de los derechos humanos, ni con el Gobierno anterior, ni con éste«. Y la turbiedad se trueca espesa negrura cuando el ministro le responde: «Me satisface que le satisfaga«.
Tanta satisfacción compartida es inédita en esa Comisión. Y carece de precedentes conocidos en la relación entre Moratinos y Arístegui, por lo menos en el periodo en el que aquel ha sido ministro y este portavoz de exteriores del PP. Si, tal y como parece según todos los indicios, ambos han acordado echar tierra sobre el asunto, es que hay asunto sobre el que echar tierra.
Antes dudaba. Ahora ya no. Aquí hay gato encerrado. Aunque no lo pueda demostrar.
Moratinos y Aristegui han hecho como el dentista y su cliente. Se agarran y se amenazan: ¿Verdad que no vamos a hacernos daño?