El miércoles, día 20 de agosto, estuve en Madrid. Aunque no intervine personalmente en la Diputación Permanente, seguí con atención los debates y atendí a los imprevistos que siempre se producen en las sesiones que se convocan en verano.
A las dos y media del mediodía me reuní con José Ramón Beloki junto a la verja del Congreso, para regresar juntos al aeropuerto. Su vuelo hacia Hondarribia salía a las 15,50 y el mío, debía despagar a las 16,00 con destino a Loiu.
Las calles de Madrid se encontraban casi vacías. Un puñado de ciudadanos se ocultaba en las aceras del canicular sol del mediodía. Apenas circulaban coches. El tráfico era fluido. Tan sólo invertimos diez o quince minutos para llegar al aeropuerto. Cuando nos aproximábamos a la T-4, nos llamó la atención la larga, densa y oscura columna de humo que salía del extremo opuesto de las instalaciones aeroportuarias. En Euskadi, la mayoría de las columnas de humo que vemos estos días, están provocadas por los baserritarras que aprovechan la humedad del clima para quemar rastrojos. Pero era inimaginable que en Madrid, con un campo reseco por la acción del sol y precisamente junto al aeropuerto, cuya seguridad requiere transparencia y visibilidad, hubiese algún labrador sumido en esa tarea.
Centrados, como estábamos, en comentar lo ocurrido en la Diputación Permanente, no dimos mayor importancia al asunto. Por supuesto que, en ningún momento pensamos lo peor.
En el hall de entrada a las instalaciones aeroportuarias, no percibimos nada excepcional. Aparentemente, todo discurría con normalidad. No se apreciaba la más mínima muestra de agitación. En la zona de control, nadie hizo el más mínimo comentario sobre el asunto. En la sala VIP, las chicas que atienden el mostrador nos confirmaron los vuelos y nos informaron de que estaban en hora. Nadie sabía nada de lo que hacía tan sólo unos minutos había ocurrido en una de las pistas.
Súbitamente, los teléfonos móviles recibieron mensajes. Un SMS nos informó de que había tenido lugar un accidente aéreo en la T-4.
– ¿En la T-4?; interrogué a José Ramón
– Sí, respondió
– ¡Pues estamos en la T-4! ¡Es aquí!
En ese momento nos dimos cuenta de lo que realmente significaba la extraña columna de humo que habíamos divisado desde el coche cuando nos aproximábamos al aeropuerto.
Nos aproximamos a las cristaleras y, en ese momento sí, pudimos comprobar que las pistas se encontraban inusualmente ocupadas por vehículos de todo tipo: Policiales, de bomberos, ambulancias, etc. Efectivamente, había ocurrido algo.
Los paneles seguían anunciando todavía que los vuelos programados para los próximos minutos, o estaban embarcando o se encontraban On time. Pero era evidente que aquellas previsiones no se iban a cumplir. Era imposible que un accidenta en la pista no alterase el tráfico aeroportuario.
En unos minutos, el panorama cambió radicalmente. Los paneles se poblaron de mensajes en rojo, que advertían a los viajeros que se pusieran en contacto con la compañía responsable de su vuelo. El trafico aéreo se paralizó y todos los despegues quedaron suspendidos. Poco a poco, los medios de comunicación fueron elevando las cifras de víctimas. En el aeropuerto, todos estábamos sobrecogidos. Y también preocupados, porque carecíamos de noticias fiables sobra la suerte que iban a correr nuestros vuelos. Y quien más quien menos, todos teníamos planes para esa tarde. Tampoco faltaban pasajeros que, ante la envergadura que parecía adquirir la catástrofe, prefería renunciar al vuelo y quedarse en tierra. Todo era inquietud y preocupación.
A partir de las cinco de la tarde, el bloqueo del tráfico empezó a atenuarse. Lenta pero ininterrumpidamente. Mi vuelo,se retrasó primero hasta las 17,00 horas. Después hasta las 17,30. Cuando llegó esa hora, el panel cambió a las 18,00. En ese momento pregunté a la azafata de tierra si podía abrigar la razonable esperanza de que el vuelo saliese ese día. Para entonces ya se habían cancelado algunos vuelos. Me respondió que sí. Si no han suspendido el vuelo es que lo mantienen.
Súbitamente, el panel cambió el aviso que situaba la nueva previsión en las 18,00, por una nota intermitente que señalaba: Embarcando. Reaccioné con rapidez. Me despedí de los compañeros de espera -se encontraban entre otros, los diputados Jesús Caldera, Alvaro Cuesta y Andrés Ayala- y eché a correr por las instalaciones hacia la puerta k-86 que se encuentra en uno de los extremos de la larga terminal. Cuando llegué al lugar, estaban haciendo la última llamada. Embarqué con precipitación y una vez adentro me informaron de que el Comandante había gestionado la situación con sagacidad. Había aprovechado el desconcierto para pedir autorización y le había asignado el número 8, lo que obligaba a embarcar con rapidez.
En el aparato, todo el mundo estaba consternado por lo ocurrido, aunque aliviado por el hecho de que el vuelo -nuestro vuelo- no experimentase más retraso.
La azafata, muy simpática y amable, aunque lógicamente alterada por los momentos vividos, me dijo que ibamos a despegar por una vía paralela a la del accidente y que tendríamos ocasión de ver directamente el lugar del accidente. Así fue. Al despegar puede ver que, en tierra, en torno a una zona completamente carbonizada en la que no se apreciaba un sólo resto de avión que fuera identificable, pululaban vehículos de múltiples colores, en una movimiento frenético pero ordenado.
No tengo miedo al avión. Volar no me inquieta. Nunca lo ha hecho. Pero reconozco que ese día, mantuve despiertas todas las alertas a los ruidos extraños que provocaba el aparato. Pero el vuelo fue bueno y aterrizamos sin problemas en Bilbao. Si prestamos atención a la estadística, no toca que en tan breve tiempo y en tan corto espacio, se produzca otro grave accidente aéreo.
Mi solidaridad y mis condolencias a los familiares de los fallecidos. Mi más fime apoyo a los heridos. La experiencia vivida el 20 de agosto no se me olvidará fácilmente.
Oso blog ona egiten ari zara. Zorionak!!! Berrkuntza guztiak irakurtzen ditut. Horrela jarraitu.
[…] relaté en un post anterior (Cfr. “Yo estuve en Barajas el día del accidente“) que hacia las 14,30 del mediodía, en la Terminal 4 del aeropuerto madrileño, coincidimos […]