Los socialistas del PSOE y los nacionalistas vascos somos antiguos compañeros de viaje.
En los 113 años de existencia que acumula el PNV -el PSOE se constituyó algún tiempo antes- hemos tenido ocasión para mantener todo tipo de relaciones: Desde el enfrentamiento más desabrido, que incluía choques violentos en la calle, hasta sólidos acuerdos institucionales, que han dado lugar a largos periodos de entendimiento y colaboración. También hemos compartido un largo exilio -exterior e interior- en el que se han alternado los periodos de sintonía con los de recelo.
Los años transcurridos entre riñas y reencuentros, han hecho que nuestro conocimiento mutuo sea notable. Admito que los cambios generacionales que el inexorable paso del tiempo produce en las direcciones de los partidos, no siempre facilitan la preservación de la memoria histórica. Pero en este caso, la intensidad de la cohabitación ha revestido tal envergadura que puede afirmarse, sin temor a errar, que los socialistas y los nacionalistas vascos nos conocemos bastante bien.
Desde hace muchos años -cuando menos desde la etapa republicana- los socialistas vascos, acaudillados entonces por Indalecio Prieto, han venido manteniendo la tesis de que el modo más eficaz de neutralizar políticamente al nacionalismo vasco, consiste en la aprobación de un Estatuto de Autonomía para Euskadi y propiciar su más rápido y generoso desarrollo. Una vez alcanzada esa meta -sostenían- a los nacionalistas vascos no les quedaría más reivindicación posible que la de la independencia, y como esa aspiración es minoritaria en Euskadi, o se quedarían sin programa, o se verían reducidos a una fuerza meramente simbólica.
Prieto expresó esta estrategia en numerosas ocasiones. En una carta que remitió en 1932 al presidente de la Comisión Gestora de Bizkaia, Rufino Laiseca, apuntaba esta vía con meridiana claridad:
«Hay que trabajar por la posible unidad espiritual en torno al Estatuto. Cuando este se aplique, el nacionalismo vasco se habrá quedado sin programa, porque no vamos a considerar como tal la idea de un separatismo irrealizable, que siga sosteniendo un puñado de ilusos. ¿Qué sería de las provincias vascongadas sin su formidable vinculación a la economía española de la cual se nutren su smás potentes industrias? El separatismo sería el suicidio por asfixia, y los pueblos no se suicidan. La aspiración a las tradicionales libertades del País, que constituye hoy la piedra angular del nacionalismo y que les trae fuertes núcleos de simpatizantes, estaría plenamente realizada con el Estatuto».
Desde la restaturación de las libertades, en 1978, más de una voz ha emergido desde las filas socialistas, para defender esta misma tesis. Txiki Benegas y Ramón Jauregui lo hicieron, con diferentes matices, en más de una ocasión. Recuerdo ahora un pronunciamiento que Jauregui hizo en El Correo el 26 de octubre de 1993, donde venía a hacer suyo -sin identificar la fuente- el contenido medular de la tesis que seis décadas antes había formulado Prieto, aunque con pequeñas modulaciones, porque durante ese dilatado lapso temporal, panorama político general había experimentado cambios no precisamente desdeñables.
He aquí las palabras de Jauregui:
«El nacionalismo vasco se halla ante una encrucijada. Sus principales aspiraciones históricas, en lo que se refiere al acomodo de la diferencia nacional y al nivel de autogobierno, están siendo alcanzadas en lo fundamental. Se ha llegado hasta donde permiten los delicados equilibrios de una sociedad no homogénea, compleja y plural. El nacionalismo tiene, en mi opinión, dos opciones estratégicas. Puede elegir la radicalización autodeterminista, la vía del ahora más. Pero arriesgará las bases de un consenso social difícilmente alcanzado, enviará un mensaje de inestabilidad institucional permanente a los agentes económicos internos y externos, y poneindo nuevamente en cuestión el marco autonómico, dará pábulo a quienes creen tener argumentos más contundentes […] Pero también puede, como espero, asumir su victoria histórica en lo esencial de la cuestión nacional, apostar por la estabilidad y reconvertir su proyecto político en clave postnacionalista, buscando sus señas de identidad en un marco de normalidad, sean éstas de inspiración socialcristiana, conservadora, liberal u otras»
Hasta aquí, lo que Jauregui sostenía en 1993.
Unos meses después, abundaba en la misma tesis, afirmando: «Cuando se aplique el Estatuto, el nacionalismo se habrá quedado sin programa» (Diario Vasco, 14.02.94)
Por aquella época, Jauregui no formaba parte del Gobierno vasco. Había sido vicelehendakari entre 1987 y 1991 y volvería al Ejecutivo en 1995, para ocupar el puesto de Consejero de Justicia, Economía, Trabajo y Seguridad Social, pero en ese momento travesaba un paréntesis extragubernamental. Sin embargo, es de suponer que apoyaba plenamente el estudio que se venía impulsando desde el gabinete presidido por Ardanza, con el objetivo de identificar las materias del Estatuto que se encontraban pendientes de transferencia. Jauregui se encontraba fuera del Gobierno, pero la coalición PNV-PSOE se mantenía en pie.
Según el estudio realizado por el Gobierno, las transferencias pendientes ascendían nada menos que a 54. El quantum de autogobierno estatutario todavía falto de desarrollo, era, como se ve, importante. 54 materias son un elevado número de materias. Y téngase en cuenta que en 1993, el Estatuto de Gernika llevaba ya en vigor 14 años. Por eso Jauregui afirmaba que las aspiraciones históricas del nacionalismo vasco estaban «siendo alcanzadas en lo fundamental», y no que se encontraban plenamente satisfechas. Hubiese sido lacerante que, en aquellas circunstancias, afirmase que el Estatuto había sido cumplido en su totalidad.
Pero Jauregui -al igual que Prieto, sesenta años antes- pensaba que una vez desarrollado el Estatuto, los nacionalistas vascos iban a quedarse sin programa nacional o, alternativamente, con un programa radical, estrictamente independentista, que resultaba inasumible para un partido con vocación de centralidad como el fundado por Sabino Arana. En cualquiera de los dos casos, el derrumbamiento del PNV sería un hecho.
La lectura de estos antecedentes, suscita de inmediato una pregunta. Si el pleno desarrollo del Estatuto de Gernika iba a neutralizar políticamente al PNV, vaciándolo desde el punto de vista estratégico ¿por qué no lo han hecho hasta la fecha? ¿Por qué razón se han resistido y se siguen resistiendo a hacer algo que, según ellos, anularía al PNV como fuerza política y eclipsaría al nacionalismo vasco tras una reclamación -la independentista- carente de respaldo popular?
En las siguientes entregas, intentaré responder a esta pregunta con datos, razones y argumentos.
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