En este año que vive ya sus últimos estertores, se han celebrado varios aniversarios. Uno de ellos, que tuvo un cierto eco en los primeros meses de 2010 -sí, he dicho “un cierto”, lo que significa que a mi juicio no ha sido el que debía- fue el cincuentenario de la muerte del escritor y pensador franco-argelino Albert Camus. Entre nosotros, la efeméride ha pasado prácticamente desapercibida. Sin embargo, creo que Camus fue un autor muy influyente en la segunda mitad del siglo XX y que su pensamiento –cuando menos aquella parte del mismo en la que se muestra implacable contra la tiranía, el totalitarismo y la injusticia y expresa abiertamente su solidaridad comprometida para con los seres humanos que sufren- incluye retazos clarividentes que siguen siendo de gran actualidad.
Es bueno releer periódicamente a Camus para descubrir nuevas facetas de la batalla intelectual que libró contra los excesos y arbitrariedades del poder, sin distinguir entre tirios y troyanos. Siempre hay algo que aprender en su obra, para el que se aproxima a ella con espíritu abierto y receptivo. Cuando denunció las dictaduras, lo hizo sin selectivismos interesados ni claudicaciones; apuntando sin excepción y con idéntico rigor crítico, hacia todos aquellos regímenes políticos que descansaban sobre bases autoritarias, independientemente de que su inspiración ideológica original se alimentase de los vientos procedentes del este o del oeste. Y lo hizo, además, desde elevados niveles de autoexigencia individual y colectiva. Sus trabajos más señalados no están formulados desde la satisfacción o la autocomplacencia; antes al contrario, destilan una autocrítica tan severa que en ocasiones penetra de lleno en el terreno de la autocensura. Eso es lo que más me atrae de su perfil intelectual. Camus no se sitúa a sí mismo fuera del campo de visión de su ojo crítico. A menudo, las reprobaciones comienzan con su propia persona. Su obra, por ello, transmite una sólida fuerza moral y constituye un espejo crítico muy útil para todo aquel que considere que la democracia no es algo que se alcanza de una vez y para siempre sino una cota efímera que sólo se puede afianzar desde el compromiso cotidiano por revisar sistemáticamente las actuaciones del poder con el propósito de limar los abusos y cortar de raíz la amputación de las libertades.
No quisiera dejar que concluyese 2010 sin dedicarle un pequeño homenaje a un pensador honesto y coherente al que ya he glosado en alguna ocasión anterior, tomando como pretexto una de sus obras de teatro más conocidas, Los justos, donde se encuentran claves muy útiles para desentrañar algunos de los aspectos más trágicos de la política vasca de los últimos cuarenta años (ver el post que lleva por título «El que no quiera que no lo vea. Pero está claro», publicado en este blog el 9 de mayo de 2008)
Esta vez voy a tomar como referencia para el comentario, un trabajo de hechura dramática que Camus escribió en 1948 bajo el título El estado de sitio. Tras la segunda guerra mundial, en una Europa que intenta abrirse camino entre el trágico recuerdo de los fascismos, ya vencidos, que asolaron su territorio en los años anteriores y la expansión totalitaria del modelo soviético, Camus escribe una obra de teatro -en rigor, se trata, según el propio autor, de “un espectáculo cuya evidente ambición consiste en mezclar todas las formas de la expresión dramática, desde el monólogo lírico hasta el teatro colectivo, pasando por la pantomima, el simple diálogo, la farsa y el coro”- que se desarrolla en Cádiz, es decir, en España. Y como el propio título sugiere, el argumento de la obra encierra un crítica feroz al régimen de Franco, que es representado por un personaje, La Peste, que se hace con el poder mediante métodos expeditivos y, una vez encaramado al trono, advierte a los ciudadanos: “Yo reino, es un hecho; por tanto, es un derecho. Pero es un derecho que no se discute: debéis adaptaros […] vuestro rey tiene las uñas negras y un uniforme estricto. No alardea de superioridad, está simplemente. Su palacio es un cuartel, su pabellón de caza un tribunal. El estado sitio ha sido proclamado”.
En El estado de sitio, Camus no deja títere con cabeza. Tiene reproches para todos. Su agudo sentido crítico se proyecta en todas las direcciones. Por las diferentes escenas de la obra asoman, mediante diálogos rápidos e inteligentes pero, sobre todo, muy gráficos, los antiguos gobernantes que claudican ante La Peste y le entregan el poder por salvar sus pequeños privilegios -en una secuencia de la trama gobernador pregunta: “Si le cedo el puesto, ¿podemos salvar la vida yo, los míos y los alcaldes?”, a lo que La Peste responde con un punto de cinismo: “Pues claro, por supuesto, es la costumbre”- la Iglesia católica que le pone bajo palio –en un momento de la obra, el sacerdote huye de la calamidad, mientras un pobre cae gritando: “¡Cristianos de España, se os abandona!”- y el juez que, en lugar de administrar justicia, se acomoda a la nueva situación autojustificándose con frases como las siguientes: “No sirvo la ley por lo que ella dice, sino porque es la ley”; “Si el crimen se convierte en ley, deja de ser crimen”; “[Y si hay que castigar la virtud], hay que castigarla, en efecto, si tiene la arrogancia de discutir la ley”.
El estado de sitio genera una situación insoportable entre los gaditanos, que quedan atenazados por el miedo, ante un poder despótico, arbitrario y totalitario que pretende controlar y dominar hasta la vida íntima de los súbditos. En un pasaje de la obra, la secretaria de La Peste replica aun pescador que pretende preservar su privacidad en un interrogatorio, observando: “¿Privado? Esas palabras no tienen sentido para nosotros. Se trata, naturalmente, de su vida pública. La única que, por otra parte, le está autorizada”. En su obsesivo empeño por someter a los gaditanos, La Peste se coaliga hasta con La Nada -un personaje muy propio del universo mental de Camus- a la que nombran “funcionario de nuestro reino”. Obviamente, la coalición conoce fisuras cuando La Peste descubre que La Nada pretende utilizar la razón reglamentista, que es la que anima el régimen, como una razón excelente y, sobre todo, muy eficaz para avanzar en su cometido de suprimirlo todo, ante lo cual, replica: “El reglamento no suprime todo. Tu no estás en la línea, ¡cuidado!”
Al final de la obra, brillan algunos destellos de esperanza. Recuérdese que está escrita en 1948, cuando la dictadura franquista vivía momentos de esplendor. Uno de los personajes es capaz de superar la barrera del miedo y, resumiendo mucho, a partir de ese hecho crucial, el edificio dictatorial empieza a resquebrajarse en la medida en que el miedo del pueblo se desvanece y afloran las contradicciones internas del sistema.
Siempre me ha llamado la atención el escaso eco que tiene la obra en el ámbito de la literatura políticamente comprometida contre el totalitarismo. Todo el mundo conoce Rebelión en la granja, o 1984 de George Orwell y, sin embargo, no es fácil encontrar, ni tan siquiera en España, gente que haya leído El estado de sitio y haya completado la lectura con una mínima reflexión crítica y -en el caso de los que han conocido personalmente el franquismo- con un mínimo contraste con su propia experiencia vital.
El estado de sitio fue representado por primera vez el 27 de octubre de 1948 en el teatro Marigny. Pero no fue muy bien acogido por la crítica. Sin embargo, de entre los comentarios negativos que la obra recibió, a Camus le resultaron particularmente impropios los que Gabriel Marcel formuló en Les Nouvelles littéraires, por el hecho de que una pieza sobre la tiranía totalitaria hubiera sido situada en España y no en los países del este, que es, iniciada ya la Guerra Fría, donde creía Marcel que debía situarse un argumento de ese tipo.
Camus le respondió en la revista Combat en diciembre de ese año. Su escrito lo conozco a través de una recopilación de artículos que la editorial Losada publicó en Buenos Aires en 1978 bajo el título Moral y Política. Se trata de una reflexión, cuando menos, curiosa, que reviste un indudable interés en el sur de los Pririneos, aun a pesar de que apenas es conocida.
Camus asume en primer lugar que la decisión de ubicar el drama en España, es suya: “el drama transcurre en Españañ porque yo lo decidí, y decidí, solo, tras reflexión, que transcurriera en efecto, allí”. Y su propósito al adopta esta decisión no fue el de “adular a nadie”, sino el de “atacar de frente un tipo de sociedad política que se ha organizado, o se organiza, a derecha y a izquierda, sobre el modelo totalitario. Ningún espectador de buena fe puede dudar de que esta obra toma el partido del individuo, de la carne en lo que ella tiene de noble, del amor terrenal, en fin, contra las abstracciones y los terrores del Estado totalitario, ya sea ruso, alemán o español”.
Una vez constatado ese extremo, Camus toma el guarte y se pregunta: ¿Por qué España? Y el premio Nobel propone varias respuestas:
1.- En primer lugar, porque la técnica totalitaria del fascismo se hizo patente en España antes que en otros territorios
“Debo confesarle que siente un poco de vergüenza al formular en su nombre esa pregunta ¿Por qué Guernica, Gabriel Marcel? ¿Por qué esa cita donde por primera vez, ante un mundo todavía adormecido en su comodidad y en su miserable moral, Hitler, Mussolini y Franco mostraron a los niños lo que es la técnica totalitaria? Sí, ¿por qué esa cita que también nos concernía a nosotros? Por primera vez los hombres de mi edad vieron la injusticia triunfante en la historia. La sangre inocente corría entonces en medio de una gran charlatanería farisaica que, precisamente, aún dura”
2.- En segundo término, porque conviene conservar la memoria y rescatar del olvido las tropelía cometidas por el régimen de Franco.
“Por qué España? Porque somos de los que no se lavarán las manos ante esa sangre. Cualesquiera que sean las razones del anticomunismo –y conozco algunas muy buenas- jamás lo aceptaremos si se abandona a sí mismo al punto de olvidar esta injusticia que se perpetúa con la complicidad de nuestros gobernantes. Dije, tan alto como pude, lo que pensaba de los campos de concentración rusos. Pero ellos no me harán olvidar Dachau, Buchenwald y la agonía sin nombre de millones de hombre, ni la horrible represión que diezmó a la república española.[…] Usted escribe que, para quienes están bien informados, no es de España de donde llegan en estos momentos las noticias más apropiadas para desesperar a los que aprecian la dignidad humana. Está mal informado, Gabriel Marcel. Precisamente ayer, cinco opositores políticos fueron condenados a muerte en España. Pero, cultivando el olvido, usted ya se preparaba para estar mal informado. Usted ha olvidado que las primeras armas de la guerra totalitaria se empaparon en sangre española. Usted ha olvidado que en 1936, un general rebelde sublevó, en nombre de Cristo, a un ejército de moros para arrojarlo contra el gobierno legal de la República española, hizo triunfar una causa injusta tras inexplicables matanzas y comenzó, a partir de ese momento, una atroz represión que ha durado diez años y que no ha terminado todavía. Sí, en verdad, ¿por qué España? Porque, como muchos otros, usted ha perdido la memoria”
3.- En tercer lugar, porque Francia tenía el deber moral de restaurar el daño que su conducta retraída y cobarde infligió a los demócratas españoles durante la guerra civil y la posguerra.
“…igual que a un pequeño número de franceses, me sucede también que no estoy orgulloso de mi país. No sé que Francia haya entregado jamás opositores soviéticos al gobierno ruso. Eso llegará, sin duda; nuestras élites están dispuestas a todo. Pero en cuanto a España, por el contrario, ya hicimos muy bien las cosas. En virtud de la cláusula más deshonrosa del armisticio entregamos a Franco, por orden de Hitler, republicanos españoles, entre ellos el gran Luis Companys. Y Companys fue fusilado gracias a ese horrendo comercio. Era Vichy, por supuesto, no éramos nosotros. Nosotros solamente habíamos encerrado, en 1938, al poeta Antonio Machado en un campo de concentración, del que salió para morir. Pero cuando el Estado francés funcionaba como reclutador de los verdugos totalitarios ¿quién levantó la voz? Nadie […] ¿Dónde están los asesinos de Companys? ¿En Moscú o en nuestro país? Hay que responder: en nuestro país. Hay que decir que nosotros fusilamos a Companys, que somos responsables de lo que vino después. Hay que declarar que nos humillamos y que la única manera para nosotros de reparar lo hecho será mantener el recuerdo de una España que fue libre y nosotros traicionamos, como pudimos, desde nuestra posición y a nuestra manera, ambas mezquinas
4.- En cuarta posición, por el singular papel que la Iglesia católica desempeñó en el conflicto, dando cobertura y amparo a la tiranía.
“…en mi drama debía decir cuál fue el papel de la Iglesia en España. Y si lo pinté odioso es porque a la faz del mundo, el papel de la Iglesia de España fue odioso. Por dura que esta verdad le resulte, se consolará pensando que la escena que le molesta sólo dura un minuto, en tanto que la que ofende todavía la conciencia europea dura ya diez años. Y la Iglesia entera estaría mezclada en el increíble escándalo de obispos españoles bendiciendo los fusiles de ejecución, si desde los primeros días dos grandes cristianos, Bernanos, hoy muerto, y José Bergamín, desterrado de su país, no hubieran levantado la voz”.
5.- Porque el régimen franquista simbolizaba tan claramente el horror de la tiranía totalitaria, que la crítica al franquismo entrañaba una crítica a toda dictadura.
“Si debiera rehacer El estado de sitio, lo situaría de nuevo en España, ésta es mi conclusión. Y a través de España, mañana como hoy, sería claro para todo el mundo que la condena que contiene apunta a todas las sociedades totalitarias. Pero, al menos, no sería a costa de una complicidad vergonzosa. Es así y no de otra manera, jamás de otra manera, como podremos conservar el derecho de protestar contra el terror […] usted acepta silenciar un terror para combatir mejor otro terror. Y nosotros estamos entre los que no queremos silenciar nada […] la tiranía totalitaria no se construye sobre los méritos de los totalitarios, sino sobre los errores de los liberales […] El mundo en que vivo me repugna, pero me siento solidario con los hombres que en él sufren. Hay ambiciones que no son las mías y no estaría cómodo si debiera recorrer mi camino apoyándome en los pobres privilegios que se reserva a quienes se conforman con este mundo. Pero me parece que hay otra ambición que debería ser la de todos los escritores: atestiguar y clamar, cada vez que sea posible, y en la medida de nuestro talento, a favor de quienes están sojuzgados como nosotros. Es esta ambición lo que usted cuestionó en su artículo y yo no dejaré de negarle el derecho de hacerlo hasta que el asesinato de un hombre parezca no indignarle nada más que en la medida en que ese hombre comparte sus ideas”
A la altura de 1948, cuando toda Europa occidental buscaba coartadas anticomunistas, las reflexiones de Camus son reflejo de una radical independencia de criterio y de un compromiso férreo con la causa de la justicia que trasciende fronteras físicas, políticas e ideológicas. Si durante la Guerra Fría todo el mundo hubiese compartido una visión tan firme y clara como la de Camus, para censurar sin excepciones todas las injusticias, los abusos de poder y las violaciones de los derechos humanos que se producían a ambos lados del telón de acero, las cosas hubiesen evolucionado, probablemente, de otro modo, y el régimen de Franco no hubiese gozado del reconocimiento que finalmente alcanzó por parte de la comunidad internacional, por el solo hecho de que su ideario anticomunista constituía una cómoda coartada en la lucha de bloques.
Estas reflexiones, por otra parte, aportan un soplo de aire fresco en un entorno en el que la condena de la violencia formulada sin condicionantes ideológicos o institucionales, la que se proyecta sobre todo tipo de tiranías, excesos y brutalidades inhumanas, “vengan de donde vengan” ha padecido tantas veces el sarcasmo de los que la identifican con la claudicación o la asimilan a la complicidad con el terrorismo. Todavía sigue el pie la denuncia de Camus cuando arremete contra aquellos que sólo parecen indignarse ante el asesinato de un ser humano cuando la víctima comparte sus ideas o su muerte le favorece políticamente.
No he leído «El Estado de sitio», pero, a juzgar por la brillante descripción que nos hace el Sr. Erkoreka, tiene un claro parentesco con «La Peste», obra que sí leí hace ya bastante tiempo. Sin tratar de ser original, me uno fervientemente a la descripción de Camus como hombre de «una radical independencia de criterio» que garantiza y hace posible su honradez y su compromiso con la causa de la justicia.
En efecto, la auténtica justicia sólo puede nacer, como ocurre en el caso de Camus, de opciones personales y de razonamientos. Cuando su origen es una ideología, una religión o un patriotismo, se trata de una justicia coja, o manca, o tuerta.
No puedo elogiar, sin embargo, el último párrafo del artículo, donde el Sr. Erkoreka, de una manera bastante decepcionante, se lleva el agua a su molino, echando a perder el buen gusto de boca que nos estaba quedando. Y no me refiero solo al abaratamiento que supone aplicar la universalidad de las convicciones de Camus a una trifulca partidista donde las haya, la de la violencia en el País Vasco. Me refiero también a que la frase «condenar la violencia venga de donde venga», pronunciada en el contexto del conflicto vasco, nunca ha sido un ejercicio de ecuanimidad, ni de independencia de principios, sino todo lo contrario: es un malvado intento de equiparar moralmente a los asesinos con la policía que quiere defender de ellos a la sociedad. Y eso no es justicia.
Me encanta el post. España como modelo mundial de país totalitario y abtidemocratico. En Euskadi somos muchos los compartimos esa percepción. La España democrática es un oximoron.
No se quien Ramon (alguien por aquí le identificaba con algún periodista del Correo) pero se nota a la milla que es un español de los que nunca condenaran los atentados y violencias provocados por un compatriota en la defensa de la nación que ambos comparten. Ramon me parece que representa justo lo que Camus critica en sus novelas. No se si la policía española ha encarnado siempre el ejercicio legitimo de la violencia, de eso hablare otro dia, pero es verdad que en Euskal Herria ha habido violencia y atentados «de uno y otro lado», Ha estado ETA, pero han estado también, el batallón vasco español, los GAL, las torturas de Galindo y sus muchachos
Que parece que Ramon olvida o prefiere ocultar bajo tierra, en un claro ejemplo de diferenciación entre víctimas afines ( y por tanto buenas) y víctimas contrarias (y por tanto malas) que es lo que censura Camus. En el PNV hemos denunciado y condenado todas las violencias. En la izquierda abertzale no, evidente. Pero tampoco en el PSOE, y mucho menos en el PP
Ramon nos propone ser ciegos, sordos y mudos , como los monos de Gibraltar, cuando se trata de un tipo de violencia y todo lo contrario cuando de trata de la violencia de ETA. ¿A quien estará defendiendo? ¿A torturadores como Meliton Manzanas, que para cuando fue asesinado por ETA, ya había pasado por su tenebrosa sala de torturas a cientos de vascos?
Ramón, si dices eso es que no has entendido nada del post de Erkoreka porque la verdad y la justicia es lo primero que cae cuando hay un enfrentamiento entre dos partes.
El Estado de Derecho lucha contra el terrorismo y el terrorismo se enfrenta supuestamente contra el Estado español y, según ellos fascista. ¿ Crees que el Estado de Derecho no comete injusticias en la lucha contra el terrorismo?. Yo si. Porque muchos no consideramos justos que tú conozcas a alguien y hables con él y te detengan solamente por eso. no voy a decir que todos los caso sean así, ramón, pero, en algunos casos, primero, detienen y luego buscan las pruebas.
Y aquí lo dejo.
Saludos.
Erramontxu:
Condenar la violencia venga de donde venga:
– Franco.
– GAL.
– ETA.
– …..
(por abreviar)
Y a quienes les apoyan o justifican:
– Batasuna.
– Felipe Gonzalez
– Cierta facción (cada vez más extendida del PéPé).
– Falangistas varios,…
Ni siquiera hoy en día se trata a todos por igual. Se condena que unos usen vías violentas pero se justifica que otros lo hagan,… así, así, quieren los países desarrollados del mundo al mediterráneo y en la medida de lo posible al cantábrico… sin evolucionar… estancado en su propio lodazadal que no termina de limpiar.
Si Camus viviese en la España democrática del siglo XXI, elogiaría sus instituciones y su modelica manera de proteger los derechos humanos. La democracia española esta homologada a las mas avanzadas del mundo occidental.
Vaya polvareda que he levantado. No era mi intención.
Primero, completo lo que dije: todo tipo de violencia es condenable. Incluida la del Felipe González, la del GAL, la de Melitón Manzanas y la de los guardias civiles recientemente condenados por torturar a los etarras que pusieron la bomba en la T4. A Franco, no hace falta ni mencionarlo.
Y, luego, me reivindico: la frase «condeno todo tipo de violencia, venga de donde venga», pronunciada en el contexto del conflicto vasco, ha sido siempre una fórmula para minimizar y disculpar la violencia de ETA. Allá vosotros si no lo queréis ver.
Parece evidente que casi todos en este foro estamos deacuerdo (quizá con la excepción de Ramón) en que el uso de la violencia como herramienta política es en todos los casos perverso y, por tanto, condenable.
Me gustaría, sin embargo, añadir un matiz: personalmente, me indigna aún más que el Gobierno electo de nuestro Estado de Derecho se tome la libertad, ¡en mi nombre!, de financiar con el dinero que ha recaudado de mis impuestos, es decir, ¡de mi trabajo!, de secuestrar, torturar y asesinar a personas cuya presunta culpabilidad no ha sido efectivamente demostrada.
En resumen, no sólo es condenable el acto violento en sí sino también el hecho de que dicho acto conlleva una violación de las normas del Estado de Derecho precisamente por quienes deben velar por su cumplimiento.
Quienes hoy todavía defienden o incluso apaluden la inciativa de los GAL (con las consabidas referencias críticas al mangoneo de los fondos reservados y otras chapuzas) lo único que ponen de manifiesto es su desprecio por el Estado de Derecho y la Democracia.
Evidentemente, pienso lo contrario que Ramón. La fórmula «condeno toda violencia venga de donde venga», fue una manera coherente y honrada de ser intransigente con todo tipo de expresiones violentas en un momento en el que las había, y graves, de ambos lados. Y en el concreto marco del conflicto vasco, se utilizaba y se utiliza para criticar tanto a los tuertos de un lado como a los tuertos del otro.
Cuando se trata de la violación de los derechos humanos hay que estar ojo avizor con los dos ojos. Y los que criticaban y critican la utilización de la frase, o querían disimular las tropelías de ETA o querían ocultar los excesos del GAL, BVE, torturadores, etcétera. ¿O vale más la vida de un asesinado por ETA que la vida de un asesinado por el GAL?
Es una persona que se necesita ahora que predomina el » pensamiento» débil. y si pienso que no es rescatado lo suficiente. por eso te agradezco tu muy buen síntesis, del pensamiento , filosofía e historia de lo que representa Albet Camus. Elsa