Rebuscando entre papeles viejos -en los tiempos que corren los papeles se vuelven viejos con tan sólo tres meses- he encontrado un pequeño artículo que escribí hace cuatro años a solicitud de una entidad gallega que, meses atrás, me había invitado a participar en un semirario sobre la organización territorial del Estado; el tema de moda en aquellos tiempos. Su título es el que figura en el epígrafe del post. Un enunciado muy orteguiano, como puede verse. Su relectura, un cuatrienio después, me ha resultado curiosa. Los años no transcurren en vano. Algunos de los asuntos que abordo en él se encuentran en la misma situación que entonces; es decir, mal. Otros, han empeorado; si es que, de verdad, son susceptibles de empeoramiento. Y el escepticismo con el que me enfrentaba a la técnica del blindaje de las competencias autonómicas, se ve justificado a la luz de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. He aquí su texto.
España, ¿un proyecto nacional frustrado?
En un libro recientemente publicado por el subdirector delegado de La Vanguardia en Madrid (La España de los pingüinos, Barcelona, 2006) se defiende la tesis de que el enconado debate que de un tiempo a esta parte se ha planteado en el Estado español en torno al modelo de distribución territorial de poder, no es una expresión actualizada del secular antagonismo que enfrenta a las dos Españas, sino un modo de reaccionar frente a las incertidumbres que genera la coyuntura internacional, definida, entre otros factores, por la globalización, la inseguridad mundial, la crisis de la Unión Europea y los efectos que la división internacional del trabajo.
Según la percepción de Enric Juliana −así se llama su autor−, la crisis que atraviesa el Estado de las autonomías no obedece tanto a razones endógenas, nacidas de su intrínseca inviabilidad, su errónea concepción, su defectuoso diseño o su criticable gestión, sino a causas exógenas. En una Europa estancada y asediada por la incertumbre, donde el temor a perder cotas de bienestar empuja a todos los países miembros a adoptar posiciones defensivas y a replegarse sobre sí mismos, España reacciona también, pero lo hace fraccionada: “En España −afirma Juliana− también se grita ¡adentro!, pero cada uno para su casa. También a la hora de situarse a la defensiva, España se manifiesta plural, ¡no uno, sino diecisiete cascarones!”.
En mi opinión, este análisis encierra un punto de originalidad, pero más que cuestionable. Creo que el debate territorial que casi monopoliza el espacio público durante los últimos años, no responde ni exclusiva ni principalmente a las razones de coyuntura internacional que Juliana menciona en su libro, sino a causas nacidas de la propia sociología política hispana. Me explico. Durante el último siglo, en el seno del Estado español han coexistido cuando menos, cuatro proyectos nacionales. Además del español propiamente dicho, que ha contado a su favor con todo el utillaje persuasivo y coercitivo que suministra un Estado moderno, en el escenario político hispano han concurrido, también, −insisto en que, cuando menos, para que nadie me replique− un proyecto nacional catalán, otro vasco y otro gallego. Interesa anotar, además, que estos tres últimos han sido formulados y defendidos en términos, no diré que radicalmente incompatibles, pero sí difícilmente conciliables con el primero. Cuando el impulso catalanista, vasquista o galleguista transciende sus bases originariamente lingüísticas o culturales para penetrar de lleno en el terreno político, acaba transformándose en un proyecto nacional, que reivindica para sí todos los elementos y atributos que definen y configuran una nación.
Esta circunstancia ha hecho que, con cierta periodicidad, la convivencia se haya visto resentida por crisis cíclicas que son, fundamentalmente, producto del insatisfactorio ensamblaje con el que han sido articulados esos cuatro proyectos nacionales y no de genéricas causas de carácter internacional.
Cualquiera que se haya aproximado mínimamente a la historia española de los últimos cien años, tiene razones para saber que, en el ruedo ibérico, el debate territorial, tal y como se está manifestando durante esta legislatura, ni es nuevo, ni se presenta cualitativamente renovado. Antes al contrario, las razones y alegatos que hoy se aducen para nutrirlo, son prácticamente los mismos que, sin necesidad de remontarse más allá, se adujeron hace 75 años cuando la Constitución de la II República hizo posible la estructuración descentralizada del Estado. En mayo de 1931, el periodista catalán Josep Pla observaba en una de sus crónicas políticas que “Cada día es más difícil hablar en Madrid de la cuestión catalana. Mi opinión personal es que los acontecimientos de Cataluña se ven en Madrid, y en general en toda la Península, con una notoria aprensión”. Si esto lo hubiese escrito en mayo de 2006, su reflexión hubiese tenido, probablemente, tanta actualidad y validez como cuando la publicó en La Veu de Catalunya, en los albores de la etapa republicana. Tampoco la manifestación contra el Estatut que el invierno pasado organizó el PP en la plaza del Sol de Madrid fue algo inédito, original o novedoso. La capital de España ya conoció un acto similar en 1932, impulsado por los sectores más rabiosamente centralistas y conservadores de la época.
Algo muy similar puede decirse con respecto al País Vasco. Aportaré un solo ejemplo de los muchos que podrían ponerse sobre la mesa para justificar el arraigo histórico del desencuentro actual. El 5 de diciembre de 1935, las cortes republicanas conocieron un intenso debate, en el que la derecha monárquica más dura e intransigente −José Calvo Sotelo− exigía al Gobierno, con la complacencia de su presidente, el señor Chapaprieta, la inmediata ilegalización del PNV, por atentar “contra las esencias sagradas de la Patria”. El desabrido tono que caracterizó aquel debate, en nada desmerece al que tuvo lugar en el pleno de 2 de febrero de 2005, cuando el Lehendakari Ibarretxe compareció en el hemiciclo del Congreso de los Diputados para defender la propuesta de Nuevo Estatuto aprobada por mayoría absoluta del Parlamento vasco. El esencialismo españolista que Calvo Sotelo exhibió durante aquél debate, destilaba el mismo sabor hermético e intransigente que los atronadores alegatos que Rajoy −y en alguna medida, también Pérez Rubalcaba− hicieron en el Congreso de los Diputados, para defender ante el Lehendakari la nación española única, soberana, indivisible e indisoluble.
En el caso de Galicia, las evidencias históricas son, probablemente, menos estridentes, aunque no por ello menos sugerentes. Bajo una dulce y aparente quietud social, que parece no abrigar ambiciones colectivas, late siempre −entonces y ahora− la duda del potencial que podría encerrar una reivindicación nacional sólida y enraizada, en un pueblo amante de su tierra, que ha vivido en sus propias carnes la amarga experiencia de la marginación.
En España, hay, pues, razones endógenas que explican por sí mismas la crisis que atraviesa el Estado autonómico, sin necesidad de indagar sus causas en la coyuntura internacional.
Pero, en cualquier caso, hay una cuestión que surge de inmediato ante el observador que se aproxima con un mínimo de perspicacia y desapasionamiento al debate territorial español. Una cuestión que no por incómoda o controvertida debe dejar de plantearse, si se quiere abordar el asunto de una manera cabal. ¿Hasta qué punto cabe afirmar que tras este debate territorial recurrente y repetitivo, se oculta un proyecto nacional (español) fracasado? Porque, incluso dando por válida la tesis de Juliana, que ya es mucho conceder, ¿acaso el hecho de que España sea incapaz de prefigurar en todo su territorio un “nosotros” compartido y solidario dispuesto a reaccionar como un solo hombre ante los riesgos y las adversidades procedentes del exterior, no está poniendo en evidencia el fracaso de su proyecto nacional? Si España no consigue articular la respuesta unívoca con la que Francia, o incluso de Alemania, que tiene estructura federal, reaccionan frente a los embates del exterior, ¿no resultan patéticos los insistentes alegatos con los que Rajoy se empeña en proclamar que la única nación es España? ¿De qué nación habla Rajoy? ¿De la que a él le gustaría? ¿De la que quiere imponernos a todos lo que no compartimos sus sentimientos de identidad y pertenencia?
El blindaje del Estado; un sarcasmo y otro error.
Una de las grandes novedades conceptuales que ha aportado el debate sobre la reforma del Estatut de Catalunya, es el del blindaje competencial. Durante el último cuarto de siglo, Catalunya, al igual que el resto de las comunidades autónomas, ha asistido impotente a la paulatina devaluación que su ámbito competencial ha experimentado, como consecuencia de la agresiva legislación orgánica y básica que las instituciones centrales del Estado han dictado bajo la complaciente mirada de un Tribunal Constitucional que, la mayoría de las veces, acusa demasiado el hecho de que sus miembros hayan sido elegidos en la órbita del poder central. Es esa desagradable experiencia la que ha llevado a los promotores de la reforma estatutaria catalana, a establecer un sistema de blindaje orientado a impedir que el Estado siga erosionando los poderes de la Generalitat.
Personalmente, creo que la idea del blindaje es original y está correctamente planteada desde un punto de vista técnico. Pero tengo la impresión de que no conseguirá alcanzar el propósito que persigue. El poder central tiene a su disposición tantos y tan eficaces resortes jurídicos, que no hay blindaje que pueda impedirle continuar haciendo prácticamente lo que quiera. Mientras las bases constitucionales del sistema sigan siendo los que son −y hasta la fecha no parece que vayan a experimentar cambio alguno− el Estado seguirá erosionando impunemente las competencias autonómicas, sin que los poderes autonómicos pueden oponer resistencia eficaz. Un ejemplo bastará para avalar mi impresión. El Gobierno ya ha remitido a la Cámara un proyecto de Ley de Dependencia, que permite al Estado intervenir en el diseño y ejecución de un ámbito de actuación de los poderes públicos –el de los servicios sociales- que según el texto del Estatut recientemente reformado, corresponde con carácter exclusivo y excluyente a la Generalitat. Si el proyecto del Gobierno es finalmente aprobado por las Cortes Generales, la primera vulneración del Estatut puede darse el mismo año de su aprobación.
Pero el más curioso efecto que ha producido la idea catalana de blindar las competencias autonómicas estatutariamente reconocidas, frente a las invasiones del Estado, ha sido la reacción contraria que ha generado en el PP. Rajoy y sus epígonos no sólo se oponen con todas sus fuerzas a que las comunidades autónomas blinden sus competencias. Además, proponen blindar las actuales competencias del Estado, con objeto de que sigan perteneciéndole per saecula saeculorum. Y como la propuesta vulnera el art. 150-2 de la Constitución, proponen reformarla, a fin de que ningún gobernante, en el futuro, pueda transferir o delegar en ninguna comunidad autónoma, funciones que por su propia naturaleza sean susceptibles de transferencia o delegación.
La idea de blindar al Estado, atribuyéndole un núcleo de funciones que sea radicalmente indisponible por las comunidades autónomas es un sarcasmo. Los poderes centrales del Estado gozan del blindaje más férreo que quepa imaginar. Además de los dispositivos jurídicos de los que dispone a tal efecto −que son muchos y muy poderosos− cuenta con el amplio coro de plañideras que pone el grito en el cielo cada vez que alguien −con fundamento o sin él− enciende la luz de alarma, denunciando el riesgo de ruptura de España. El cuadro de militares, funcionarios civiles del Estado, obispos, opinadores y periodistas que, en lo que llevamos de legislatura, han anunciado el Apocalipsis y las siete plagas, constituye una especie de línea Maginot que tiene por objeto disuadir a los reformadores que abrigan el propósito de superar la línea roja de lo irreformable; una línea que, por cierto, no viene definida por la unidad de España, sino por su horizonte de intereses y conveniencias.
Pero además de un sarcasmo, es un error. Pensar que de esa manera se puede hacer que los ciudadanos menos identificados con proyecto nacional español, vayan a percibirlo como un proyecto sugestivo de vida en común es, o una quimera o una necedad. A no ser, que lo que se pretenda no sea formular un proyecto sugestivo de vida en común, sino un proyecto coercitivo de vida en común, lo que nos llevaría, directamente, de Ortega y Gasset a Primo de Rivera, Calvo Sotelo o al mismísimo Caudillo.
Un aporte genial. Tenéis un diseño web muy interesante.
Enhorabuena por el blog, Un saludo de AMIDAWEB desde
Palma de Mallorca.
http://www.amidaweb.com/
http://www.amidaweb.com/blog/home/
Hola corruptillo:
¡Que procacidad gastáis los políticos!. Sólo habláis de técnicas de corrupción directas o indirectas: sólo habéis aprendido ese juego breve. Déjate de circunloquios: nada de blindar o activar estrategias, se compra lo que haga falta, como es acostumbrado. (más rápido y ‘barato’, menos conflictivo y público).
Aun de signo inverso, me sumo al iluso Chapaprieta y pido a dioses y demonios la inmediata ilegalización del PNV por algo más importante y básico: atentar “contra la honestidad y los ciudadanos (exclusión de la ‘cuadra’, donde la política obtiene ganancia y justificación)”.
Perlongar disquisición:.
Vastasextensionesdenada.blogspot.com
PETE (*)- (…) Además, se escudan en que el único problema es ETA, pero ETA fue la reacción a algo anterior. En Euskal Herria lo que hace falta es un alto al fuego, seguido de una mesa de diálogo con todos los partidos, incluida la izquierda aber-tzale y, finalmente, que se respete el derecho de autodeterminación.
DEIA- ¿Y si ETA parase?
PETE- Ya ha hecho altos al fuego y España no ha hecho nada, ningún movimiento. Más aún, siguen ilegalizando, como lo que están intentando hacer con Udalbiltza. Las Cortes españolas quieren callar a los vascos y barrer hacia su casa.
ESTO NO LO DIRÍAN IMAZ O URKULLU NI EBRIOS. Sencillamente porque no piensan así.
(*): Pete Zenarruzabeitia ha sido 36 annos presidente de la Cámara de Representantes de Idaho. Elegido en 6 ocasiones para el puesto. Le eligieron una octava, pero se retiró (tiene hoy 93 annos) dejando su puesto a otro vasco, Izurtza.
«A no ser, que lo que se pretenda no sea formular un proyecto sugestivo de vida en común, sino un proyecto coercitivo de vida en común, lo que nos llevaría, directamente, de Ortega y Gasset a Primo de Rivera, Calvo Sotelo o al mismísimo Caudillo».
Sr Erkoreka, vuelve a cargar las tintas lo más negro posible.
¿No cree de verdad que se pasa un pelín?
Toros, tenedlo claro: nada os va a librar de morir para ser comidos, entre otros por mí. Lo siento, estáis muy ricos. Seguiré apoyando que os maten en mataderos, incluyendo esos que llaman Plazas Vuestras, por profesionales, para mí. Lo siento, no soy hindú.
Sé que tenéis que sangrar como cerdos -como los cerdos en las txarribodas; lo siento, no como kosher ni soy mahometano-, sé que tenéis que morir, pero es lo que hay. Y voy a deciros algo más: voy a seguir apoyando vuestra existencia como especie, sobre todo la de lidia, que está bien alimentada en tierras hispanas, en dehesas charras, en campinas andaluzas, en marisma provenzales y otros lugares -no con transgénicos ni piensos en granjas-, así que seguiréis y seguiréis muriendo, torturados y desangrados, cortados en canal y puestos en expositores para que yo pueda libremente elegir qué trozos de vuestro delicioso cuerpo compraré.
Os amo.
Josu, ¿es que habría alguna manera de que los nacionalistas vascos percibieseis algún tipo de proyecto nacional español como sugestivo para una vida en común, o lo dices por decir?
Sí, habría uno o incluso varios modos, Ramón.
Permíteme que te conteste yo mismo. En la práctica no lo hay, pues no existe voluntad ni existirá por parte de los nacionalistas espanoles, que basáis vuestra doctrina en la negación de la nación vasca, pero en el plano teórico y científico puro sí sería posible.
De hecho, hasta fines del siglo XIX, y durante siglos, el proyecto de «vida en común» tuvo lugar. Fue justamente cuando el nacionalismo espanol surgió y violó el proyecto cuando tuvo lugar la aparición del nacionalismo vasco, negador de ese proyecto de vida en común ante la negación por inciativa del mismo por el nacionalismo espanol, como reacción.
Sería posible restaurar la foralidad? En teoría sí, en la práctica no. Hoy solo es posible restaurarla mediante la independencia, la creación de un Estado vasco.
Pero no creo que Erkoreka lo dijera por decir.
En la España austracista, organizada sobre la base de una monarquía confederal, había armonía y convivencia entre los diferentes pueblos que convivían en la península ibérica. Existen testimonios de la época en las que los vizcaínos daban muestras de lealtad al monarca, a cambio de que éste jurase el más estricto cumplimiento de su régimen foral. Luego vinieron los borbones -todavía siguen habitando entre nosotros- e impusieron el modelo centralista francés, que «limpió» el territorio de especialidades forales. Canovas puso el remate: «Cuando la fuerza hace estado, la fuerza es el Derecho». Liquidó los fueros por la imposición de las armas para instaurar la España una en indivisible. Fue el nacionalista español Cánovas del Castillo, el que creó las condiciones para el nacimiento del nacionalismo vasco. Desde entonces, España ha dejado de ser un proyecto sugestivo de vida en común para una gran mayoría de vascos. Para mí, al menos, no lo es.
Una reflexión añadida: Una España impuesta contra la voluntad de los vascos, ¿no es un proyecto coercitivo de vida en común? ¿No fue eso mismo lo que promovió el Generalísimo gallego de voz aflautada? Pues eso. A mí no me parece excesiva ni exagerada la conclusión a la que llega el escrito de Erkoreka.
Donatien, lo siento, se me había pasado por alto tu respuesta y la acabo de leer ahora, gracias a ¿España una?.
No me respondes directamente, pero me vienes a decir que, por lo que respecta a los nacionalistas vascos, sí que es posible un proyecto común, a saber, volver al Antiguo Régimen, pero ahora eso es imposible porque los nacionalistas españoles no lo permiten. Donatien, ¿de verdad crees que la culpa de que el reloj de la historia no pueda dar marcha atrás es culpa de los nacionalistas españoles?
Mira Donatien (y ¿España una?) las cuestiones históricas, el siglo XIX, los Austrias y Cánovas del Castillo, todo me parece muy interesante y seguro que se pueden sacar de ahí muchas lecciones y muchas moralejas, pero, para planificar el futuro, es más útil y más realista analizar el presente que perderse en añoranzas históricas o tratando de demostrar quién tiró la primera piedra.
Tu, probablemente, crees que te basas en un análisis del presente cuando dices que ahora ya no es posible restaurar la foralidad vasca dentro de España, pero esa misma conclusión no deja de ser una añoranza del pasado, un anacronismo, una muestra de que seguís anclados en un puerto que ya no existe más que en los libros de historia.
Espero que el Sr. Erkoreka y el PNV tengan una visión y un proyecto más realista y más positivo que el tuyo, sea dentro de España o fuera de España.
Ramón, una pregunta inocente: ¿a tí te resulta sugerente el proyecto español de vida en común?
Al hilo de esta reflexión, la abolición foral de 187X se hizo tras la última guerra carlista de aquel siglo. Nos han hecho llegar que fue una especie de «ajuste» tras la derrota carlista. Sin embargo, las diputaciones forales también apoyaron y financiaron la guerra contra aquel carlismo armado, la figura de aquel momento fue el liberal fuerista (o fuerista liberal) Fidel de Sagarmínaga. Fue muy duro para él ver cómo despues de luchar contra el carlismo y por la legitimidad de las intituciones, sus supuestos aliados -los liberales españoles- abolieron las instituciones vascas apoyados por el «ejercito de ocupación del Norte» (no he comprobado que realmente se llamara así) y montaron un régimen corrupto de amaño de elecciones.
De esa manera el «constitucionalismo» español abolió el constitucionalismo foral vasco aprovechando el final de la guerra carlista. Me temo que algo parecido hacen ahora, aprovechando el agotamiento militar de eta (cuyos análisis dialéctico revolucionarios les ha nublado el patriotismo y les ha convetido en criminales, nire ustez), y manipulando la representatividad político-electoral a través de la ley de Partidos, han desplazado a la mayoría social y política del gobierno de las instituciones comunes de la vasconia occidental. Como siempre y previamente Nafarroa fue escenario de pruebas (como fue escenario en la abolición «paccionada» de 184X).
Inocentísimo vasco español, no sé lo que entiendes por EL proyecto español de vida en común, así que no puedo decirte si me resulta sugerente. Pero no tengo problema en decirte que me resultaría atractivo un proyecto en el que no hubiera nacionalismos ni ningún otro tipo de clasificación de las personas en clases, tipos o categorías.
La restauración foral es antónimo de la soberanía española tal y como el TC la ha defendido en las sentencias de La ley de Consulta y del Estatut Catalán; la restauración foral no se interpreta como un retorno mimético a las instituciones forales, sino como una negación de que la soberanía en los cuatros territorios vascos -o las dos autonomias actuales- resida o se fundamente en el pueblo español o en la nación española.
A partir de ahí, cualquier ejercicio de imaginación y constitucionalismo útil será bienvenido, venga de Donatién, de Ramón, de Erkoreka, de Herrero de Miñón o de M. Igantieff
Ramón, todos somos personas, que se le va a hacer!. Ni el más retorcido de los nacionalistas (vascos por supuesto) desea que seamos «yskálnari»:
«….observó que los yskálnari no lograban su solidaridad armonizando formas de imaginar totalmente distintas, sino porque se parecían tanto entre sí que no les costaba ningún esfuerzo sentirse una comunidad. Al contrario, no tenían la posibilidad de discutir o de no estar de acuerdo entre sí, porque ninguno de ellos se sentía un individuo. No tenían que vencer ninguna oposición para encontrar la armonía…»
(M. Ende)
A diferencia de las democracias auténticas (que, es cierto, son escasas), los nacionalismos parten de la base de que existe una forma de ser idealizada, una identidad común que define a los habitantes de un determinado territorio. Afirman que el individuo que no se adhiere a esa identidad del grupo es, por definición, un extranjero o, peor, un traidor. Así, los nacionalismos defienden que la soberanía reside en el pueblo, pero sólo en el pueblo auténtico, en el que se ajusta a la identidad común. Evidentemente, esto es una negación de la individualidad de cada persona, pero los nacionalistas no ven ese contrasentido de decir que la soberanía reside en el pueblo… siempre y cuando el pueblo piense de una determinada manera.
“Sois libres para obedecer” nos decía un cura cuando yo era pequeño.
Esta vara de medir, basada en el grado de adherencia a los principios del movimiento, que aplican los nacionalistas para decidir quién pertenece y quién no pertenece a la “nación” o a la “raza” en el sentido franquista, es la que se utiliza para llamar “españoles” (en sentido despectivo, como “extranjeros” o “traidores”) a los votantes del PSE o del PP vasco. No importa que dichos votantes sean vascos de residencia, de sangre y de vigésima generación: no son vascos auténticos. Como se puede leer con frecuencia en este blog o en el de Iñaki Anasagasti, Patxi López que nació, creció y vivió siempre en el País Vasco no es vasco. Por el contrario, nadie duda de la vasquidad del host de susodicho blog que nació en Venezuela, sólo residió unos años en Euskadi y actualmente se gana las habichuelas como senador del parlamento español.
Cuando los nacionalistas vascos habláis de declarar la independencia y de crear un estado vasco ignoráis olímpicamente a esa mitad de la población de Euskadi que no piensa como vosotros. No sentís la necesidad de tenerlos en cuenta porque, para vosotros, no son vascos. Y mientras se trate de votar en el marco de la CAV o de escribir en Internet, bien. Pero no quiero pensar lo que le ocurriría a esa gente (esos “españoles”, esos traidores…) si, efectivamente Euskadi se independizase y los nacionalistas obtuvieseis el poder. Les daríais libertad, por supuesto. Libertad para obedecer. Libertad para hacerse voluntariamente vascos auténticos. O libertad para marcharse.
Por esas razones y volviendo al tema del proyecto de vida en común, estoy de acuerdo con Donatien en que, en las actuales circunstancias, la convivencia pacífica y mutuamente respetuosa es imposible. Dos nacionalismos no pueden convivir en el mismo espacio, porque forma parte de la esencia de ambos negarle la existencia al otro. No digamos ya si los nacionalismos nos son dos, sino cuatro o cinco.
Con frecuencia he oído decir a nacionalistas vascos que el suyo es un nacionalismo integrador, ecuménico y respetuoso con todos, a diferencia del español, que busca aplastar y hacer desaparecer las diferencias. Bueno, pues os equivocáis (os engañáis a vosotros mismos) en la primera parte. No hay nacionalismo ecuménico ni integrador ni respetuoso. El nacionalismo vasco se pone ese disfraz sólo porque no le queda más remedio. Ahora se encuentra bajo el yugodel nacionalismo español y no tiene poder. Pero si un día lo tiene, volverá a su ser, a su cauce, a reclamar adhesión a la identidad vasca.
En las sociedades actuales, variadas y plurales, sólo puede darse una convivencia pacífica y respetuosa donde la identidad consiste en las características originales y únicas de cada individuo. Donde las personas tienen suficiente con ser lo que son, donde no sienten la necesidad de “pertenecer” a ningún grupo para sentirse vicariamente orgullosos. En España, podemos darnos con un canto en los dientes si conseguimos vivir pacíficamente dándonos mutuamente la espalda.
Lo siento. Hoy estoy pesimista.
Tu respuesta me parece un poco cobarde, Ramón. ¡Mójate, hombre! El proyecto español de vida en común es el que se plasma en la Constitución española de 1978 (la que se fundamenta en la unidad indisoluble de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles) que el PSOE y el PP vienen gestionando durante los últimos 32 años. Eso es lo que hay. Todo lo demás son ilusiones.
Arrastion,
Uste dut esteka honek interesa sortuko dizuela
http://www.foreignpolicy.com/articles/2010/08/20/madrids_nightmare
Animo Ramón, es duro hacer entrar en razón a este grupo de ayatolás abertzales, que necesitan su clan identitario.
Lo que más les incomoda es que nos declaremos no-nacionalistas. Somos su peor enemigo. Para un creyente cristiano fanático, su peor enemigo no es un musulmán (por ejemplo), sino un ateo. Y por lo que veo somos ateos de la religión nacionalista.
Creo que debemos dejar de contestarles y dialogar con nacionalistas más prudentes como el Sr Erkoreka o algún otro que aparece de vez en cuando en este blog.
Ramón nos ha hecho llorar con su canto espiritual en contra de los nacionalismos. Dice que el individuo lo es todo, tiene derecho a ser lo que es, como quiere ser y como le da la gana y la nación sólo un artificio inventado para organizar la opresión de unos contra otros. Leyendo su comentario he pensado que estaba ante un anarquista libertario, de esos que desprecian las comunidades políticas y los poderes constituidos Pero al final del comentario, se me ha caído todo el invento, porque Ramón se retrata. Cuando pensaba que me encontraba ante un ciudadano del mundo, un cosmopolita iconoclasta al que le da igual vivir en Hong Kong que en el Timor Orientan, Ramón se retrata y nos dice: «En España, podemos darnos con un canto en los dientes si conseguimos vivir pacíficamente dándonos mutuamente la espalda». En España, dice. Y así entendemos mejor su reflexión. El individuo es el individuo, titular de todos los derechos y portador único de la dignidad que ha de acompañar al ser humano, pero ¡ojo! siempre que sea en España. Los cosmopolitas españoles no son ciudadanos del mundo, sino ciudadanos de España. El cosmopolitismo sólo es jumpy-dumpy que utilizan para saltar por encima de Euskal Herria a España. Siempre España. Solo España. España una e indivisible. España for ever.
Ánimo, vasco-español, es duro hacer razonar a estas bestias pardas del nacionalismo español, como Ramón y Lucrecia Borja, que ven con los ojos de la monarquía militarista hispánica de sabor cañí y respiran los aires del imperialismo panhispano que quiere imponer urbi et orbi su Nación que es la única. Son torpes de pensamiento y duros de mollera, con pocas ideas pero muy fijas. Sólo piensan en España, España, España. Su no-nacionalismo es un engaño de cartón piedra.
Lo que más les fastidia es que les desenmascaremos, poniendo en evidencia la falsedad de su cacareado no-nacionalismo. Son la quintacolumna de la FAES. La vanguardia del ultranacionalismo español en la red.
Nacionalista viajero: ¡¡¡ Prrrrrrrr !!
Borja: ¡¡¡ Prrrrrrrrrr !!!
Ramón: Si lográsemos la independencia de Euskal Herria (Dios te oiga) a los españoles les reconoceríamos el mismo status que hoy tenemos los nacionalistas vascos que vivimos en la Nación española. ¿Crees que estarían oprimidos? Pues si lo crees, piensas lo mismo que Donatien: que hoy en día los nacionalistas vascos vivimos oprimidos en Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nafarroa.
Estamos de acuerdo en todo, Nacionalista viajero Prrrrrr. Efectivamente, Prrrrr, los nacionalistas vascos estáis ahora tan oprimidos Prrrr como los nacionalistas españoles lo estarían en un hipotético Euskadi Prrr (¿Euskal Herria Prrr?) independiente. Eso es lo que digo yo, Prr, que la única manera de que nadie esté oprimido es que los nacionalismos desaparezcan Pr. Me he quedado sin aliento.
Roma 26 de Agosto de 1492
Soy Lucrecia Borja, y he vuelto a ser invocada por el descendiente estúpido de mi criado Nacionalista Viajero de una manera asaz innoble, llamándome a mi, que jamás he estado en la tierra de mi padre, bestia parda del nacionalismo español.
Hoy me encuentra su invocación en el día de la coronación de mi padre Rodrigo como Papa Alejandro VI en la escalinata de la basílica de San Pedro. La ceremonia ha sido de una suntuasidad nunca antes igualada. Después la cabalgata hasta Letrán ha durado todo el día llegando por la tarde. Dos veces se ha desmayado mi padre durante la cabalgata: el día ha sido muy caluroso y suele ocurrirle además cuando se emociona. La elección ha sido muy bien recibida por toda Roma y en toda la península itálica.
Agradezco, Sr. Erkoreka su acogida en lo que llaman sus mercedes «blog», debido a las invocaciones del llamado Nacionalista Viajero Que No Se Aparta De Sus Prejuicios.
Suya Lucrecia.
Vale Ramón, prrrrrr, pero tú eres español, prrrrrrr, ¿me equivoco?, prrrrr, español de España, prrrrr, ¿verdad?, prrrrr, de España la indisoluble, prrrrr, ¿verdad?, prrrrr, de la patria común e indivisible de todos los españoles, prrrrr, ¿verdad?, prrrr, ¿qué vas a hacer para que desaparezca esa nación si de verdad aspiras a que desaparezcan todos los nacionalismos?, prrrr, respóndeme por favor, prrrrr, ¿qué vas a hacer?, prrrrr, ¿qué estás dispuesto a hacer?, prrrr, Mientras esa entelequia patriótica siga existiendo, prrrrr, habrá un nacionalismo imperialista español, que coarta la libre expresión de los nacionalismos sin Estado, prrrrr.
Salúdale a tu amiga y compatriota española Lucrecia, prrrr para ella también, prrrr
Amigo Ramón, siento que el Nacionalista Viajero Que No Se Aparta De Sus Prejuicios, te haya tomado a ti por objetivo de sus vomitonas.
El pobre individuo nació por mi culpa, a raiz de una intervención mía en la que me hacía eco de que «el nacionalismo se cura viajando», como quizá recuerdes. Por ello me siento un poco culpable de su existencia. No sé si el Sr Erkoreka todavía mantiene alguna de sus tesis, como dijo al principio de su aparición, cuando yo creía que era el Sr Erkoreka con seudónimo.
Por mi parte voy a tratar de ignorarle y saltarme sus intervenciones, como hago con los más radicales de uno y otro lado. Quizá quepa una posibilidad de dialogar con las personas razonables, que aunque escasas, quedan en este blog.
Espana es un gran lugar y una tierra que produce la mejor cosecha y el mejor vino jamas visto .